«Tenemos que dormir en la calle en la octava potencia del mundo»
El Mundo, , 08-12-2008Cientos de inmigrantes viven en condiciones inhumanas en Jaén mientras buscan jornal en la aceituna, donde este año sobran manos «El que tenga papeles, a trabajar en la aceituna; el que no tenga papeles, que se vaya a la puta mierda», dice el parado al periodista. No es el exabrupto de un español xenófobo, sino el de un jornalero marroquí, Otmane.
A un metro, los inmigrantes senegaleses a los que alude se defienden del frío alrededor de una fogata frente al saturado albergue de Jaén, donde no hay sitio para ellos. Otmane, que lleva siete años en España, tiene pánico de que, si no encuentra empleo, el Gobierno no le renueve su permiso de trabajo y él vuelva a ser un sin papeles.
«Sólo el 25% trabaja en la aceituna con contrato. He ido a Torredelcampo para hablar con mi jefe del año pasado, pero me ha dicho que sus cuñados se han quedado en paro y van antes que yo», cuenta Otmane, mucho más delgado que en la foto de su tarjeta, cuando trabajaba.
A la espera de que algún agricultor los llame, él y su compañero marroquí, como otros inmigrantes, duermen desde hace días en un contenedor de escombros vacío junto a la nave del albergue de transeúntes y temporeros. «Completo», advierten los carteles. Sus 200 literas están ocupadas (sólo se puede estar tres noches), lo mismo que el antiguo albergue y el resto de la veintena de refugios para temporeros de la provincia. Muchos prefieren quedarse en las puertas de éste de Jaén porque al menos aquí les dan a todos desayuno, comida y cena, tengan plaza o no. Un policía local dice que el año pasado servían 300 cenas y que anoche fueron 464.
Este año hay más manos que jornales. La crisis y el paro han inaugurado una competencia terrible en la mayor productora de aceite de oliva del mundo, adonde han llegado miles de temporeros inmigrantes en desesperada busca de alguno de los ocho millones de jornales que generará la recolección cuando comience esta semana.
Hay prioridades. Primero, los españoles en paro, empezando por los allegados de los agricultores que han perdido su faena en la construcción. Luego, los extranjeros con papeles. Por último, estos africanos que invirtieron sus ahorros para venir al paraíso y ahora viven en la clandestinidad y la indigencia.
«Yo no había sufrido nunca en Africa. El sufrimiento lo he conocido en Europa», dice el senegalés Yop junto a la menguante fogata y una cuba metálica cubierta de plásticos donde viven otros cuatro o cinco inmigrantes. Parece un hogar – cayuco.
Yop, de 35 años, dejó a su mujer y a sus dos hijas en Dakar, encomendó la tienda familiar de bisutería a sus parientes y se gastó los cuatro millones de francos CFA de sus ahorros (6.000 euros) en comprar en el mercado negro senegalés un visado europeo de turista. Caducado el visado, lleva desde 2007 como clandestino en España. Trabajó un mes en Lérida y siete en los invernaderos almerienses de La Mojonera, hasta que en septiembre se quedó sin faena. Como trabajó sin contrato, no tiene derecho a paro.
Hace un rato les ofrecían en el albergue billetes gratis para irse a cualquier parte de España, para quitárselos de encima, llevar su problema a otra ciudad. Pero no se han subido al autobús. Irse, ¿adónde? ¿para qué?, dicen. «En cuanto consiga recuperar los 6.000 euros que me costó el visado, me vuelvo a casa», afirma Yop con la esperanza de colocarse en la aceituna.
Pero será difícil ahorrar ese dinero en plena crisis. ¿Hasta cuándo va a durar?, le preguntan al periodista. El 2009 será peor, digo. Aunque peor no les puede ir. «¿Habrá acabado ya en 2010, verdad?», se intenta ilusionar uno. «Incluso si la crisis acaba, yo me vuelvo a Senegal, gane dinero o no. Yo vivía bien allí y aquí estoy a la intemperie», dice otro. Si alguien se le apareciera con un billete de avión, se iba ya.
El mauritano Ahmadi, 35 años y tres hijos al otro lado, cuenta con amargura que dejó su digno trabajo como mecánico en un pesquero español en Nuadibú y se subió en un cayuco porque le decían que «en España se ganaba mucho más». Pero en este Jauja duerme al raso y en ocho meses no ha trabajado ni un día. ¿Te arrepientes? «¡Claro!».
Yop, también. «Sí, me arrepiento. El problema es que soy el mayor de la familia y no puedo volver con las manos vacías. Y, sin papeles, no puedo trabajar».
Baba Sane, gambiano de 32 años, también se siente atado a las expectativas de su esposa: «Ha tenido que dejar los estudios de medicina. Se suponía que yo iba a enviarle dinero, pero no tengo nada».
Otro a quien la crisis ha golpeado duramente es Fall Modou, de 29 años, ex vendedor de ropa en Senegal. Hasta hace unos meses, encontraba empleo en el mercado sumergido de Málaga, como jardinero y albañil. Ya no. «’No hay trabajo’, ‘no hay trabajo’, me dicen todos. He estado un mes y medio buscando en Almería, y no he encontrado nada».
El mauritano Moussa (28 años), que era camionero en Nuakchott hasta que se vino en cayuco en 2006, cuenta que el año pasado trabajó dos meses sin papeles en un olivar de Los Villares, a 47 euros la jornada de seis horas y cuarto, pero que esta vez no hay sitio para él. «El jefe me ha dicho que sus hijos están parados. El año pasado íbamos con él tres inmigrantes; ahora ha cogido a españoles. La construcción está parada y hay mucha gente en el campo». Pero no se deja vencer: «No me arrepiento de haber venido a España. Si me dan papeles, se arregla todo».
Omar Al Haj dice que lloró cuando se dio cuenta de que había cambiado su sueldo de 1.100 euros en un pesquero español en Mauritania por una cuneta en Almería donde había que correr detrás de los coches de los agricultores para ser el primero en montarse, «como esclavos». Viene de recoger naranjas a destajo en Valencia: «A 80 céntimos por caja de 25 kilos. Sacas de 15 a 30 euros al día».
Otro mauritano, Jelani Mohamed, siete años en España y uno de los tres millones de parados, pide ayuda al Gobierno: «El hambre con el frío no se puede aguantar».
A las siete, ya de noche, cientos de hombres, casi todos negros, se aprietan en una dolorosa cola delante del albergue. La tensión genera conatos de peleas. Esperan más de una hora para cenar un plato de lentejas, un plátano y un trozo de pan. El encargado no deja hacer fotos, pero esta imagen terrible la debería ver todo el mundo. Biram, un senegalés al que hace dos meses se le acabó la prestación de desempleo, denuncia: «¿Cómo permiten que durmamos en la calle? Es inadmisible que esto ocurra en España, la octava potencia económica mundial».
«Mi perro vive mejor que ellos»
E. D. C.
JAEN. – Dicen que la campaña peor organizada en España es la de la aceituna de Jaén. «¿Crees que es normal que estemos durmiendo en la calle?», pregunta el mauritano Omar.
La Junta de Andalucía ha dicho que aumentará el dispositivo para los temporeros… en la campaña del año que viene. Pero la emergencia es hoy. El Ayuntamiento de Jaén, gobernado por PSOE e IU, sufre un dilema. La alcaldesa, Carmen Peñalver (PSOE), no quiere abrir otro recinto para acoger al centenar de personas sin techo, como pide el Foro Social.
IU ha actuado por su cuenta: el miércoles acogió en su sede a una veintena de personas y el jueves encontró un local para refugiar a otros.
«Un argelino me dijo el otro día: ‘¿Cómo me puedo volver?’. Vienen engañados. Aquí no se vive que te cagas, como les dicen. Lo que hay que hacer es invertir en sus países», dice un policía local en la puerta del albergue tras calmar a un bronquista aislado.
Después de cenar, muchos de los que no tienen plaza en el albergue van a un soportal vecino a dormir en el suelo, con el fondo musical de una banda de Semana Santa que ensaya en la nave colindante. Hay unos 90 cuerpos envueltos en mantas. Ousman pide ayuda: su amigo Mamadou tiene fiebre y no se tiene en pie, tras cinco noches al raso.
En el hospital, la celadora se conmueve. Dice que el otro día, al pasar junto al albergue con su perro, vio a estos hombres y se sintió culpable porque su mascota «vive mejor que ellos».
Mientras los médicos atienden a su amigo, Ousman y Hasan cuentan que llegaron a principios de año tras comprar un visado portugués en el mercado negro de Dakar, a 6.000 euros el papelito. ¿A quién se lo compraron? «A hombres de negocios…, gente del Gobierno [senegalés]». Dinero perdido: «Si lo llego a saber, no habría venido a España», lamenta Ousman. Sólo se felicita de no haber venido en cayuco. «Muchos amigos míos han muerto así».
De vuelta en el soportal, otro inmigrante africano dice que hoy tenía derecho a dormir en el albergue, pero que se quedará fuera con sus compañeros. «No era capaz de entrar estando ellos aquí». Eso se llama solidaridad.
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