El nuevo gueto judío

El odio radical y las dificultades económicas aíslan a la comunidad hebrea en Alemania

El Correo, ENRIQUE MÜLLER, 16-11-2008

En Berlín todavía queda un ‘búnker’. Tiene sólo una planta, está protegido por vallas de acero y vigilado las veinticuatro horas del día por varias cámaras de vídeo que registran cada movimiento en el interior y el exterior. La Policía está siempre presente e impide que ningún conductor puede aparcar su automóvil frente al edificio, ubicado en una tranquila calle del barrio más elegante de la ciudad.

El despliegue de seguridad en el número 8 de la calle Delbrückstrasse, en Grünewald, que ya casi no molesta a los vecinos, tiene una meta crucial: impedir un atentado o provocaciones de los grupos neonazis contra el único jardín de infancia para niños judíos que existe en la capital alemana. «Los propios miembros de la comunidad hebrea bautizaron el centro como ‘el búnker’», dice un lugareño. «Pero lo cierto es que parece un pequeña cárcel», añade.

No es el único edificio judío en Berlín protegido por las fuerzas de seguridad. Todas las sinagogas y otros dos centros de educación también cuentan con vigilancia, una medida todavía necesaria en un país en el que el antisemitismo sigue presente en cada rincón. ¿Es peligroso ser judío en la capital teutona? «La situación ha cambiado mucho, pero todavía no es perfecta», dice Sergey Lagodinsky, un joven y destacado politólogo que nació hace 33 años en Rusia y que llegó a la ciudad hace quince, junto con sus padres. «Aún falta mucho por hacer, tanto en el campo judío como en el alemán», sostiene.

Pero Lagodinsky tiene otra preocupación relacionada con la vida cotidiana que afecta a varios miles de judíos que abandonaron la antigua Unión Soviética para vivir en la Alemania que nació después de la caída del Muro. Entre 1991, cuando las autoridades relajaron las leyes de inmigración, y 2007, llegaron más de 200.000.

Según cifras oficiales del Consejo Central Judío, actualmente viven en el país teutón unos 250.000 seguidores de la religión hebrea, una cifra que llena de orgullo a las autoridades. Antes de 1990, Alemania sólo contaba con 23.000. Berlín, al igual como lo era antes de la llegada de los nazis al poder, ha vuelto a convertirse en un raro imán y alberga ahora la mayor comunidad, con 12.000 miembros registrados que procesan su culto en ocho sinagogas.

Científicos y artistas

En 1933, cuando Hitler llegó al poder, la población judía de Alemania llegaba a las 600.000 personas y la capital, famosa por su tolerancia, era el hogar de algunos de los científicos y artistas más famosos del mundo, como Albert Einstein y Max Liebermann. En 1943, los nazis declararon a Alemania ‘Judenrein’, un territorio libre de judíos. El holocausto redujo a un espectro fantasmal la rica vida cultural hebrea de la capital y de los 175.000 judíos que habitaban la ciudad antes de 1933, sólo unos 5.000 lograron sobrevivir al terror.

Todo comenzó a cambiar después de la caída del Muro, pero la llegada de los nuevos inmigrantes, la gran mayoría procedentes de la antigua Unión Soviética, junto con impedir que la comunidad judía en Alemania se extinguiera, provocó un problema que sólo desaparecerá cuando los hijos de los inmigrantes lleguen a la vida adulta.

La nueva comunidad semita está más ocupada en resolver sus necesidades existenciales que en participar activamente en la vida política, social y cultural. «La gente no se involucra porque casi el 95% son inmigrantes. Los viejos no hablan el idioma y los jóvenes están más preocupados en buscar una vida mejor y no tienen tiempo ni ganas de acercarse, por ejemplo, a la política», afirma Sergey Lagodinsky.

Ayuda social

Las excepciones se cuentan con los dedos de una mano, pero la nueva realidad está marcada por un problema que no suele ser mencionado en la prensa: la vida cotidiana de la mayoría de los hebreos en Alemania discurre en las salas de espera de las oficinas de ayuda social.

El domingo pasado todo el país recordó el comienzo de la persecución de la población judía en el período nazi, que fue bautizada por el régimen como la ‘Krystallnacht’ (‘La noche de los cristales rotos’). Esa jornada, tal como lo recordó el propio Lagodinsky en un artículo de opinión publicado en el diario ‘Die Welt’, dos días después del fatídico aniversario, los políticos alemanes se inclinaron ante la vergüenza, pero se mostraron orgullosos del presente de los semitas.

Pero nadie hizo mención a lo que el politólogo calificó como la pobreza masiva que afecta a los viejos inmigrantes. «Más de un tercio tienen más de 60 años. Viven gracias a la ayuda social», denunció Lagodinsky. «La presencia abstracta de la comunidad es políticamente valiosa, pero la seguridad de una existencia concreta y digna de los viejos judíos no parece tener mucha relevancia».

Los jóvenes, en cambio, se han integrado, son exitosos y dan señales de querer salir del nuevo gueto. Hace poco menos de un año, Sergey Lagodinsky y otros amigos dieron vida a un grupo de trabajo integrado por hebreos en el seno del Partido Socialdemócrata (SPD), una iniciativa con la que la nueva generación pretende buscar un espacio en la política.

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