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Kelly
El Mundo, , 13-11-2008Hoy quiero hablarles del chico del supermercado. No el que cobra en la caja, tampoco el que coloca las verduras o trae a casa el pedido. Está a la salida del super, en la puta calle, aparcado y firme como un mueble urbano. Es afable, correcto, chispeante. Y negro. Más negro que Obama. Por lo menos el doble. Se llama Kelly, como el bolso de Hermés. Si fuera un poco más decorosa eludiría comentar ese detalle, pero una también se debe a sus terapias. Que el chico más pobre del supermercado se llame como el bolso de Hermés, te hace ver las ironías de la vida. Con el dinero que cuesta el bolso Kelly (así llamado porque lo hizo célebre Grace Kelly, la difunta princesa de Mónaco), el chico del supermercado podría vivir más de un año.
Kelly es de Nigeria y llegó a España hace ocho meses. En patera. O «zapatera», como dice él. Supongo que será un defecto de pronunciación, porque no lo veo capaz de hacer chistes en castellano. Seguramente ni siquiera conoce el apellido del presidente del Gobierno (para Kelly, todo es «polisía»). En Nigeria estudió Bussines y Education, que según él es «teacher». Es decir, profesor. O sea, maestro. Allí ganaba 20 euros al mes y los sueños se le derretían entre las manos. Cuando no pudo más, siguió el ejemplo de otros amigos que habían alcanzado Europa. Fue dando tumbos desde Nigeria a Marruecos. Gastó 500 euros en autobuses a traves de Ghana, Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, Guinea, Guinea Bissau, Senegal, Mauritania… y al final, Marruecos. Qué lejos estaba Marruecos.
Allí contactó con los que habrían de facilitarle el viaje en «zapatera». Pidió la vez, pagó 1000 euros y esperó. Con los bolsillos ya tiesos, se lanzó a la aventura del mar. Cuando lo evoca, a Kelly le asoma un rapto de espanto en los ojos. «El viento, el viento, uhhhhhhhhhhhh», dice él, moviendo los brazos aparatosamente. El viento oscuro lo agitaba todo. Y el frío, nunca olvidará el frío de la noche, cuando el mar se les metía en el cuerpo y tenían que achicar agua de la «zapatera». Iban 45 y llegaron todos. Hambrientos y ateridos, pero llegaron. El viaje duró dos días largos y apenas probaron bocado. En cuanto pisaron tierra los trincó la Guardia Civil y siguió la pesadilla.
Kelly no se separa ni un momento de la carpeta con los papeles de la Oficina de Asilo y Refugio. Otra ironía de la vida. Lo que más le une a España son precisamente los papeles donde se le comunica que ha sido denegada la solicitud de asilo. Están a su nombre, y eso le permite demostrar que no es un fantasma ni un número, sino un hombre, aunque en situación ilegal.
Kelly duerme en Parla y vive (o «para», como dicen los clásicos) en Las Rozas. No sabe pedir, pero se anuncia con un ejemplar sobado de La Farola. Su sonrisa luminosa brotando en el charol negro es el prólogo más amable de una Navidad en crisis.
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