MARTÍN SANTIVÁÑEZ

Obama y el triunfo del mestizaje

Diario de Navarra, MARTÍN SANTIVÁÑEZ VIVANCO ES DIRECTOR DEL CENTER FOR LATIN AMERICAN STUDIES DE LA FUNDACIÓN MAIESTAS, 12-11-2008

A L dueño del comercio donde compro tarjetas para llamadas internacionales, le fascina Barack Obama. Mientras pago por una “Azul” para comunicarme con el nuevo mundo, me dice, sonriente, que día a día conversa con decenas de inmigrantes que le recuerdan al hawaiano. “Por majos y trabajadores”, sentencia. Yo, por supuesto, le creo.

Aunque no comparto muchas de las premisas ideológicas con las que Barack Obama accede a la Casa Blanca, reconozco el enorme mérito de su triunfo. Con Obama en el poder, millones de seres humanos a lo largo y ancho de la tierra han alcanzado, tras un largo periplo por el desierto, una conquista épica de dimensiones impenetrables. De todas las aberraciones posibles, el racismo es una lacra que ha rebajado a la humanidad al darwinismo social más espantoso. Que un mulato dirija los destinos de este mundo sentado cómodamente en el despacho oval va más allá de la política pedestre y alevosa. Estamos, por fin, ante un caso de metapolítica pura y dura. Desde hace décadas tenemos mestizos en el poder desperdigados por todo el mundo, elegidos democráticamente o aupados por el fusil. Pero con Obama en la Casa Blanca, se forja una nueva frontera. Roma, por fin, ha sido tomada. Y la periferia no tardará en caer.

El mundo se dirige a paso firme hacia el mestizaje. En el futuro, todas las sangres confluirán en un solo torrente impetuoso, gracias al mar de la globalización. Obama es el hijo de la fusión. Como Latinoamérica. Más que pertenecer a una etnia concreta, el nuevo presidente de los Estados Unidos forma parte de esa raza cósmica que vislumbró el mexicano José Vasconcelos. Así, esta mezcla continua y creciente, ha dado como resultado una auténtica síntesis universal, un hecho que nos condiciona a todos y que hoy, merced al triunfo demócrata, se apunta su más importante logro político y social.

En España, la síntesis viviente terminará por consolidarse. Cinco millones de inmigrantes vivimos y trabajamos en esta tierra. Negarnos los unos a los otros sólo retrasará un hecho indetenible. Hay millones de Obamas caminando por las grandes urbes y los villorrios más escondidos, en Madrid y Barcelona, en Bilbao y Sevilla, en Usera y en Ujué. En todas partes. La integración se implanta por ósmosis, sin necesidad de contratos demagogos, construyendo codo a codo, con los nacidos en la península, una nueva sociedad, más justa libre y solidaria. Hace unos minutos recorría las calles de Pamplona. Me topé con varios rostros idénticos al mío, agotados por el paro y la recesión. Cansados pero felices. Sólo nos distingue un acento que poco a poco se va difuminando. Los valores son idénticos. Unos conversaban en voz alta, haciendo suyo el verbo ibérico y las frases propias de esta tierra. Vi, además, a un grupo de niños correteando en el parque. Jugaban a los presidentes. El más morenito – podría ser mi hijo – afirmaba ser Obama. El otro, ZP. Un chinito muy audaz, azotaba a José Luis con la rama seca de un árbol. Supuse que era Bush. Hoy, basta dar un paseo por las amplias avenidas de España – ni siquiera por los suburbios – para comprobar hasta qué punto el destino de este país radica en el mestizaje.

Y será, no me cabe ninguna duda, un mestizaje total. No solo racial. También espiritual. Como latino me siento profundamente ligado a la madre patria. Los mexicanos, cubanos y sudamericanos que viven y luchan en la hiperpotencia, son tan estadounidenses como el que más y hoy, con su voto, han encumbrado a un mestizo. Con el tiempo, el voto hispano será determinante para el bipartidismo español. Hoy, por supuesto, los partidos políticos de masas emiten señales contradictorias. Por un lado, eligen a unos cuantos extranjeros para congraciarse con el electorado y los aúpan a sus jerarquías condenándolos, de paso, al triste papel de convidados de piedra. Por otro, lanzan sobre la comunidad inmigrante amenazas de reagrupamiento y admoniciones de integración, so pena de expulsión e intolerancia. Ahora bien, ¿qué hubiese sido del partido demócrata norteamericano si el padre de Obama no hubiese emigrado de Kenia? ¿Los Estados Unidos nos habrían dado esta gran lección de igualdad democrática? Como es obvio, más temprano que tarde la historia de Obama se repetirá en la península.

El patriotismo es una cuestión de voluntad y de gratitud. De corazón. No de papeles y reglamentos. Los inmigrantes tenemos un desafío por delante. Abrazar el mestizaje es el reto de nuestro tiempo. La epopeya de Obama es el triunfo de la síntesis. Y de la inmigración. Todo acabará – o empezará – cuando algún día, aquí, en España, podamos decir, como en Latinoamérica, que el que no tiene de inga, tiene de mandinga. Y a mucha honra, faltaba más. Al menos, sé que eso le gustaría al que me vende las tarjetas. ¿O no?

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