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Los menores inmigrantes como carne de camión

La Voz de Galicia, 12-11-2008

La expresión carne de cañón, que hoy se utiliza en sentido figurado, designó durante decenios una terrible realidad: la de los soldados (casi todos pobres) que avanzaban en formación de combate bajo el fuego de los cañones enemigos. Los altos mandos militares observaban, impolutos, desde lejos, el campo de batalla, mientras los desheredados de la tierra caían por cientos sin que a nadie se le ocurriera pensar que aquella gente tenía, al igual que los que los enviaban a la guerra, padres, hijos y una vida.

También hoy existen desheredados de la tierra: todos esos jóvenes inmigrantes que han acabado convirtiéndose en auténtica carne de camión (o de autobús, o de tren o de patera). El paralelismo entre aquellos soldados y estos miserables no se reduce al hecho de que, como les pasaba a los primeros, los inmigrantes sufran un injusto orden económico y social del que no son en absoluto responsables, sino, además, a que a nadie parece importarle su destino una vez que cada cual ha salvado su responsabilidad en el asunto.

El conflicto creado tras la llegada a Galicia de menores inmigrantes empaquetados por dos centros de acogida del País Vasco es un ejemplo paradigmático – ¡y bochornoso! – de cómo lo que menos cuenta son los derechos que, como seres humanos, deberían tener esos menores en un país civilizado.

¿Qué le ha preocupado a los centros implicados? Pues acusar a los menores de mentir, para sacarse de encima un muerto que está vivo. Del consejero Madrazo, que considera normal «la movilidad» de los menores, no cabe esperar nada, pues resulta difícil encontrar en España un político de trayectoria más oportunista y tétrica. Pero sí cabría esperarlo del vicepresidente Quintana, quien, como ayer subrayaba Lois Blanco en este diario, ha mostrado su compresión hacia la administración vasca, que es nacionalista, cuando hubiera puesto el grito en el cielo si el abandono de los menores (que de eso se ha tratado) hubiera sido responsabilidad de centros dependientes de las comunidades del PP.

Solo el fiscal, promoviendo la acción de la justicia, y el conselleiro Méndez Romeu, anunciando una queja formal de la Xunta de Galicia, han estado donde todos esperábamos. Entre tanto, lo cierto es que hay unos niños tratados como sacos de basura, que interpelan nuestra buena conciencia y nuestras normas – tantas veces estúpidas – de corrección política para poner en primer plano una cuestión muy inquietante: la de si seríamos capaces de soportar la simple idea de que alguien hiciera con nuestros hijos lo que les han hecho a unos chavales que, como aquellos soldados carne de cañón, también tienen unos padres y deberían tener una vida que vivir. Esa, y no otra, ha de ser la vara de medir.

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