Los rostros del drama

El País, ROSA RIVAS, 10-11-2008

No hay tiempo para pasarse los lunes al sol. La espera en las oficinas de empleo se lleva toda la mañana, de nueve a dos. Y por la tarde, a mirar anuncios, a buscar por Internet, a hacer llamadas… Todas las horas son pocas para rastrear las ofertas de trabajo y recuperar la actividad perdida en el mercado laboral.

- En números rojos. En una mañana fría, la oficina de empleo del barrio del Pilar arde. Unas 30 personas llenan los asientos: unos leen libros o el periódico, otros hablan por el móvil. La queja general, mirando los números para que los funcionarios les atiendan, es que “esto no se mueve”.

“En una hora han pasado dos personas. Es horrible, sólo para que te hagan un trámite. Si los papeles ya me los he sacado por Internet…”, dice María Concepción del Moral. Madrileña de 39 años, administrativa, trabajaba como agente de seguros hasta el pasado octubre. Tenía un contrato mercantil, pero antes tuvo un trabajo estable de dos años, en una consultora de informativa. “La oficina se vino abajo. Nos echaron a dos”, cuenta. “Sólo estoy parada un mes, pero personalmente lo llevo mal. Menos mal que mi marido trabaja. Intentamos cortar gastos, aunque con dos hijos adolescentes (uno de 11 y otro de 17) es difícil; ellos no entienden de crisis: que si el bono – bus, el móvil, la paga de fin de semana, la ropa… Pero sé que hay gente que está peor que yo”.

- Desempleado y avalista. Es el caso de Darius, inmigrante polaco de 34 años. Se le ha juntado su propio paro con el de su hermano, a quien avaló en la compra de un piso, y un accidente doméstico que le afectó la mano izquierda (le han operado de rotura de tendones). Su mujer es asistenta, a ocho euros la hora. Tienen dos hijos, de 12 y 13 años. Y con esta situación, Darius no puede mandar dinero a sus padres, de salud delicada, “ni viajar a Polonia como antes”. “De momento no debo al banco, y no quiero deber”, afirma este hombre tenaz que pasó de peón de albañil en 1998 a encargado de obra ahora. Trabajaba en una empresa, con 100 empleados, que construía y hacía reformas en viviendas y centros comerciales. El dueño murió este año y la familia no pudo mantener el negocio, que se fue a pique en octubre. Con la ayuda del sindicato CC OO han podido cobrar las nóminas pendientes. “Tenía una nómina buena y hacía horas extras. Hace ya cuatro años que me pude comprar el piso, pago 930 euros de letra, pero mi hermano se lo compró hace poco y tiene una cuota más alta. Si le embargan, van a por mí”, teme Darius.

- Sin obras. Otra víctima del bajón de la construcción es Hemington Acosta. Lleva siete meses en paro, los mismos que le duró su último trabajo: manejar una máquina excavadora. Dominicano, con 42 años y 23 de residencia en España, “he estado en distintas empresas. En una estuve cuatro años; en las otras tenía contrato hasta final de obra”. Con otro amigo en paro, va a la oficina de empleo de Alcobendas. “Vengo a sellar los papeles y a ver si hay cosas, pero no encuentro nada. Quiero trabajar en lo que sea”, dice. Vive con su mujer y sus cuatro hijos en un piso alquilado (por 600 euros). Subsisten con el sueldo de su mujer y “alguna ayudita” de su suegra, que vive con ellos. “¿Cómo nos apañamos? Pues debiendo. Si sigue esto así, no sé cómo vamos a pasar la Navidad”, comenta, y le da vueltas a una posibilidad: “Si no encuentro trabajo aquí me voy a otro país, pero no al mío, que está peor”.

- Ni coches ni tiendas. Andrés Zamora, madrileño de 44 años, era contable en un concesionario de coches de Alcobendas hasta mayo pasado. “Bajaron las ventas y echaron al 25% de la plantilla”, explica. A él, que había cambiado ese trabajo por otro en una gestoría donde llevaba 12 años, le tocó la china. “Cobraba 1.100 euros y ahora, tras la revisión, 800 de paro. Vivo con mi novia y entre los dos nos apañamos”. Sus padres les ayudan en la cesta de la compra y ellos pagan los 1.100 euros de hipoteca. “¡Y nos quedan 26 años!”, lamenta. “Voy a las entrevistas y luego no me llaman. El panorama está fatal”.

“Todo lo que veo es por sueldos míseros: 600 euros. Pero ya me da igual, trabajaré en lo que sea: limpiando, de camarera… Que me dé por lo menos para comer. ¡Si no viviera con mi madre estaría bajo un puente!”, exclama Sonia desencantada. Tiene 33 años, un niño de siete, y su marido no le pasa la pensión. Le deprime su situación actual. “He estado trabajando toda la vida, desde los 16 años. Soy oficiala de primera, maquinista industrial. Estuve mucho en un taller de confección y en los dos últimos años en una tienda de decoración, como dependienta”. La renovaban cada seis meses, pero en octubre no hubo prórroga.

- Fuera de la cocina. “Me despidieron estando de baja”, cuenta Imene Pérez, dominicana de 27 años, los cinco últimos como trabajadora de hostelería en Madrid. “Estaba en la cocina, ayudaba en la barra y también limpiaba”. Eran sus tareas en una cafetería, donde tenía contrato indefinido. Sin embargo, mientras se reponía tras ser operada de urgencia de un embarazo atópico, le mandaron la carta de despido. Ahora tramita el subsidio de desempleo y quiere “volver a la cocina. Es lo que me gusta. No la limpieza, que además se paga peor”. Su marido (que vino por reagrupación familiar) aún no tiene permiso de trabajo. El sueldo de la mujer es el único que llega a casa y encima, “este mes no me aprobaron la beca de comedor de los dos niños; dicen que me faltaba presentar un papel”, recuerda.

La cocina se cerró para Alberto García, madrileño de 23 años, al volver de vacaciones, en septiembre pasado. La firma de catering donde estaba empleado despidió a media docena de personas. “Vivo con mi familia. No tengo más remedio”, dice al salir de la oficina del Inem de Alcobendas, y quiere “currar en el primer sitio que encuentre”.

- Ser autónomo y mayor. No todos los desempleados pueden cobrar el paro. Sólo tiene un año la ley que permite a los autónomos no quedarse en el aire, y a muchos les ha pillado el toro. “Cuando me enteré ya me había quedado sin trabajo”, confiesa el decorador Manuel Ramos, de 36 años, a quien ha afectado de rebote la crisis de la construcción. “Tras las vacaciones me encontré el peliculón”: ni se edifican viviendas ni la gente reforma. “Monté un bar a los 21 años y a los 31 redecoré mi vida y estudié lo que me gustaba”, dice este cacereño criado en Madrid y residente en Getafe. Como interiorista pudo “vivir bien y ahorrar”. Gracias a que compró el piso hace 10 años y que lo comparte con su pareja puede mantenerse y pagar la letra. “Ya ha habido otras crisis. Espero que ésta se pase pronto”.

“Piensas que sólo les sucede a los demás. Y, de golpe, eres tú el que está en medio del vacío, con 56 años, y sin ninguna prestación por desempleo porque llevas 15 años cotizando como autónomo. No sabes de qué vivirás dentro de dos meses. Si no tuviera el piso pagado y mis hijos no fueran independientes, la situación sería de pavor”, dice Francisco Hernández, de cuyos servicios ha prescindido una multinacional de informática. “El paro se vive casi como un fracaso personal”, añade. “Es como si, de repente, te dijeran que, a tu edad, ya no sirves. Pero claro que sirves. Te sientes en el mejor momento profesional de tu vida. Pero tienes que empezar de cero”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)