LA FAMILIA ESCLAVA DE MICHELLE OBAMA

La historia familiar de la esposa de Obama comienza en 1850, en una plantación de arroz - Su tatarabuelo Jim nació y creció como esclavo hasta los 11 años - Su bisabuelo fue sirviente en una casa cercana - Michelle, la nueva primera dama de EEUU, creció marcada por la experiencia de un abuelo que no siempre pudo votar

El Mundo, CARLOS FRESNEDA, 09-11-2008

Michelle Robinson, la hoy esposa de Barack Obama, jugaba de niña en los cañaverales del río Sampit, y escuchaba las historias del abuelo Fraser, pero nunca le contaron lo que pasó en la plantación.Pasaba muchas veces – sin entrar jamás – por delante de Friendfield, como todavía se llama a la propiedad, no lejos de la carretera 521, que lleva a Georgetown, Carolina del Sur. Todas las ramas de su familia arrancan precisamente allí, donde su tatarabuelo Jim Robinson nació y vivió como un esclavo.


Barack Obama dedicó 10 años de su vida a explorar sus raíces africanas y a contarlas en un libro – Sueños de mi padre – con el que empezó a labrar su camino hacia la Casa Blanca. Pero su mujer no había sentido hasta ahora la inquietud, la necesidad o el valor de tirar del árbol genealógico y descubrir su realidad oculta y compartida con 40 millones de afroamericanos, la mayor parte descendientes de los casi cuatro millones de esclavos que llegó a haber antes de la Guerra Civil en Estados Unidos.


«Estoy casado con una mujer negra que lleva la sangre de esclavos y de propietarios de esclavos», reconoció el propio Obama, en su histórico discurso sobre la raza en Filadelfia. Pero los Robinson nunca hablaron de eso. La propia Michelle reconoce que el tema de la esclavitud fue el gran tabú de su familia y acaso lo sigue siendo. De niña escuchó muchas historias sobre la Gran Emigración hacia el norte, hacia Chicago, pero nunca le dijeron lo que pasó realmente en el sur.


Aunque las cosas están cambiando, y ha llegado quizás el momento de contarles lo que ocurrió a sus hijas Malia y Sasha, herederas de esta era postracial encarnada precisamente en el primer presidente negro y en la primera primera dama afroamericana en la historia de Estados Unidos.


El momento de la verdad le llegó en plena campaña electoral.Fue en el mes de enero, cuando los Obama recorrieron como nunca las anchuras de Carolina del Sur, entre los vestigios de las viejas plantaciones. Para Barack Obama, era la prueba de fuego con la comunidad negra en las peleadísimas elecciones primarias.Para Michelle, que conocía el terreno pantanoso, fue también un momento de busca personal, de encuentro doloroso con un pasado que tarde o temprano tenía que salir a flote.


Michelle se dejó la piel haciendo campaña en Charleston, la emblemática ciudad colonial (donde una de las mayores atracciones turísticas es el viejo mercado de esclavos, humillante escenario de subastas humanas hasta 1859). Cientos de afroamericanos dieron la bienvenida a la entonces aspirante a primera dama, que incitó a superar las heridas del pasado y a pedir enérgicamente el voto de color para su marido: «Hermanos y hermanas, vamos a necesitar vuestra ayuda más que nunca».


La señora Obama cumplió con creces su misión electoral (su marido superó a Hillary por 28 puntos en las primarias históricas de Carolina del Sur, con el 81% del voto negro), pero le quedaba por saldar una deuda más íntima, a 100 kilómetros al norte de Charleston, en el pueblo de sus abuelos y de su lejana infancia: Georgetown.


La entonces aspirante a primera dama hizo un hueco en su agenda y se llegó hasta la iglesia de Bethel AME. Allí le esperaron unos 30 descendientes directos de la saga de los Robinson.


Por primera vez, los familiares de Michelle se reunieron en memoria del tatarabuelo esclavo, Jim Robinson, y se prestaron a hablar abiertamente del viejo tabú al influyente diario norteamericano The Washington Post. Los parientes de Michelle contribuyeron generosamente en la investigación.


CULTIVANDO ARROZ


«Todo tiene ahora mucho más sentido para mí», dijo entonces Michelle.«Si el patriarca de nuestro linaje era un hombre con un brazo amputado (se refería al bisabuelo, Fraser Senior), que fabricaba zapatos con el brazo que le quedó, un empresario, capaz de tener una propiedad, capaz de construir su propia vida con esfuerzo y determinación en esta ciudad… Ese fue seguramente el mensaje que le llegó a mi abuelo».


Michelle tembló de pura emoción entre los Robinson, pero tal vez no encontró fuerzas suficientes para franquear la puerta de la plantación Friendfield, por donde pasó tantas veces de niña sin saber lo que se escondía detrás.


Tampoco tuvo tiempo de visitar el lugar donde se supone que fue enterrado en 1888 su tatarabuelo Jim Robinson, en un cementerio afroamericano de Georgetown cuajado de tumbas anónimas, en los límites de la plantación.


Gracias a las pesquisas del Washington Post, Michelle ha podido reconstruir de lejos la historia de Jim y la de todos sus descendientes.Pasando por su bisabuelo Fraser Senior (Sr.), su abuelo Fraser Junior (Jr.), hasta llegar a su padre, Fraser III, que murió en Chicago en 1991.


«Un mensaje importante de este viaje es que todos estamos conectados», confiesa Michelle, como queriendo restarle importancia a la cuestión racial. «Nuestras historias de crecimiento y supervivencia en este país están vinculadas. En algún momento de nuestro linaje hubo un propietario de esclavos, o una familia blanca que dio cobijo a mi bisabuelo, le dio un lugar donde vivir, y eso nos lleva de alguna manera hasta mí», afirma.


Nos remontamos pues a Jim Robinson, el tatarabuelo, nacido en 1850 y crecido como un esclavo hasta los once años, cuando estalló la Guerra Civil. Su ascendencia provendría – esto no está confirmado aún – del Africa Occidental.


Robinson trabajó de niño, de sol a sol, en los campos de arroz.No sabía leer ni escribir. Vivía seguramente en alguno de los viejos barracones de madera donde se hacinaban los esclavos y que se conservan en pie.


Antes de 1860, las plantaciones de Georgetown llegaron a producir la mitad del arroz que se consumía en Estados Unidos. Todo eso cambió con la guerra civil norteamericana: Carolina del Sur fue el primer Estado en proclamar la secesión de la Unión. Al cabo de cinco años de combates entre confederados y unionistas, Friendfield sufrió el mismo destino que decenas de plantaciones, quemadas, saqueadas e invadidas por los mosquitos y las epidemias.


EL MANCO FRASER


Muchos esclavos abandonaron el Estado, pero Jim Robinson se quedó en Georgetown y participó seguramente en el doloroso período de la Reconstrucción (1867 – 77). En los archivos locales hay constancia de que un grupo de esclavos emancipados formó una pequeña colonia, bautizada como The Hill (la colina), que trabajó en el campo y contó con su propia iglesia y su clínica.


Jim Robinson aparece en el censo de 1880 como un «campesino iletrado», con casa propia en las inmediaciones de la plantación de propietarios blancos.


Figura en los registros como «casado» y con un hijo de tres años, Gabriel. En 1884 nacería Fraser Sr., el bisabuelo de Michelle.Fraser tenía 10 años cuando sufrió una grave herida en el brazo mientras cortaba leña en el bosque. Su madrastra (Jim perdió a su primera mujer y se volvió a casar) intentó curarle, pero la herida se infectó y tuvieron que amputarle el brazo.


Todo eso lo sabemos gracias al testimonio vivo de Carrie Nelson, 80 años, hija de Gabriel Robinson y la superviviente de mayor edad de la familia. Según relata Carrie, su tío Fraser creció con el estigma de un solo brazo (el derecho), pero eso le sirvió para despertar el interés y la amistad de Francis Nesmith, hijo de propietarios de esclavos.


Francis Nesmith le propuso al tatarabuelo de Michelle un trato: llevarse a Fraser, su hijo minusválido, como home boy (sirviente) a una plantación cercana. «Mi tío Fraser y los hijos de ese hombre crecieron juntos», recuerda Carrie Nelson.


«Dijo que cuidaría de él, y por supuesto que lo hizo. Sus hijos iban a la escuela y recibieron una buena educación, y el tío Fraser aprendió de ellos».


Fraser Robinson Sr., el bisabuelo, se independizó con el tiempo, se casó con Rosella Cohen. Trabajó como fabricante de zapatos, y en un taller de madera y finalmente como vendedor de periódicos.Dorothy Taylor, una vecina de 89 años, aún le recuerda repartiendo periódicos en las calles de Georgetown «y guardando siempre algún ejemplar para que sus hijos pudieran leer en casa».


La educación y la religión eran – y siguen siendo – las dos tablas de salvación para los afroamericanos. Pero la situación no había cambiado para muchos de ellos después de la Reconstrucción. Los supremacistas blancos se habían reorganizado en grupos paramilitares como los Red Shirts (camisas rojas) o en organizaciones como Los Redentores, vinculados precisamente al Partido Demócrata, que fue durante décadas el emblema del racismo y de la intimidación a los negros en Carolina del Sur.


En ese ambiente nació el abuelo de Michelle, Fraser Jr., allá por 1912. Fue el primero de la saga en poder completar la educación primaria, destacó como un alumno ejemplar, pero a los 18 años estaba ya trabajando en una fábrica textil de Georgetown para ayudar a la familia. Las tensiones raciales fueron en aumento en el sur, el Ku Klux Klan actuaba cada vez con más virulencia, los negros empezaban a perder sus derechos.


La economía local hizo aguas y el bisabuelo Fraser siguió el camino trazado por tantos afroamericanos durante la Gran Emigración: tomó rumbo a Chicago.


SUPERAR EL PASADO


El sueño americano murió en las vías del tren. Fraser Jr. acabó trabajando para Correos y aborreciendo la rutina durante gran parte de su vida. Los Robinson echaron temporalmente raíces en el South Side – algo así como el Harlem de Chicago – y recalaron en una desvencijada y pequeña vivienda pública.


El verdadero sueño del abuelo de Michelle – cumplido tiempo después – fue jubilarse y regresar junto a su esposa, LaVaughn, a la añorada casa de madera que había construido con su único brazo Fraser Sr. en Carolina del Sur.


La esposa de Barack Obama recuerda a su abuelo como un hombre «muy orgulloso de su linaje», pero que siempre vivió con la semilla del «descontento». A nadie le extrañó que volviera al sur, a la vera de la plantación donde perviven aún los fantasmas de la esclavitud.


El regreso de los abuelos, que celebraron en Georgetown sus bodas de oro, fue también la primera oportunidad que tuvo Michelle para arrimarse al tronco de la familia con raíces esclavas.


Tenía 10 años cuando visitó Georgetown. Era una niña inquieta y mandona a la que, protestaba entonces, los grillos no la dejaban dormir por la noche.


En sus correrías pasó muchas veces cerca de la puerta desvencijada de la plantación Friendfield, pero nunca imaginó la sangre y el sudor derramados sobre los campos de arroz.


En la reconstrucción de la genealogía de Michelle Robinson realizada por el Washington Post queda un enigma por desvelar. De momento no ha logrado resolver el misterio de un antepasado blanco que se sospecha existió, posiblemente un propietario de esclavos.Tampoco se ha indagado a fondo en el linaje de su madre, Marian Shields Robinson, con raíces en el Misisipí, pero todo se andará.


LA POBREZA EN CHICAGO


Michelle fue por lo demás una niña urbana, crecida en un piso del South Side que parecía una lata de sardinas (dormía en el salón con su hermano Craig), mientras veía trabajar de sol a sol a sus padres.


Fraser Robinson III, padre de Michelle, trabajaba en una planta municipal de agua y ejercía como capitán o supervisor de precinto electoral por el Partido Demócrata cuando llegaban las elecciones (murió por complicaciones de una esclerosis múltiple). Su madre, Marian Shields Robinson, fue durante años secretaria de una firma de ventas por catálogo.


Chicago era entonces – y lo sigue siendo – una ciudad segregada, con fronteras muy claras entre razas y estatus social. Michelle creció en el lado pobre del South Side (ahora vive en Kenwood, el lado rico), marcada por la experiencia de su padre y de su abuelo, a quien más de una vez le impidieron votar. A su paso por Princeton, escribió una tesis sobre el racismo en las universidades que aún colea.


Su paso por Harvard, donde estudió Derecho, y su salto laboral como vicepresidenta de los hospitales de la Universidad de Chicago sirvieron para aplazar en todo caso las cuentas pendientes con su pasado.


Si Barack Obama tuvo que afrontar su momento racial con la polémica del reverendo Jeremiah Wright, a Michelle le tocó lidiar con sus propias declaraciones, cuando dijo aquello que «por primera vez me siento orgullosa de mi país» (en referencia al ascenso político de su marido).


Juzgada por su patriotismo, crucificada como emblema de la «mujer negra cabreada» (angry black woman), tuvo que pasar a segundo plano, aunque se redimió con creces durante su emotivo discurso – escrito en gran parte por ella misma – durante la Convención Demócrata de Denver.


Pocos dudan ahora que su papel como primera dama servirá para revisar a fondo la historia silenciosa de millones de afromericanos, siguiendo la senda trazada por Raíces, el clásico de Alex Haley que removió los cimientos de la sociedad americana.


«Densenterrar la vergüenza y cavar en nuestro orgullo esa parte de nuestra historia», admite Michelle Obama, descendiente del esclavo Jim Robinson. «Pero tenemos que abrazar también la belleza y la naturaleza compleja de la historia de este país».

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