REPORTAJE
Nace la familia transoceánica
Las mujeres inmigrantes revolucionan el modelo patriarcal al convertirse en sostén de sus hijos - Las madres asumen a distancia la desgarradora relación con unos niños desde otro continente
El País, , 08-11-2008La emigración femenina se emancipa. En los últimos años, la mujer ha tomado la iniciativa a la hora de emigrar. Lo hace cada vez con más autonomía, hasta el punto de representar casi la mitad del colectivo emigrante en el mundo (100 millones de 190, según el Fondo de Población de Naciones Unidas). Esta feminización no es novedosa, pero sí la intensidad del fenómeno. Y también el hecho de que muchas son la cabeza de un nuevo tipo de familia.
“Las familias transnacionales son configuraciones transitorias a la espera de un retorno al país de origen o de una reagrupación que no siempre se da”, explica el profesor de Antropología de la UNED Raúl Sánchez Molina. “Estas familias han existido siempre, pero las de ahora presentan una característica singular: la mujer, sobre todo la latinoamericana y la filipina, está adquiriendo protagonismo dentro de estructuras patriarcales, y emigra masivamente”.
En solitario o como punta de lanza de la unidad familiar, seguidas, o no, por marido e hijos, muchas se convierten en el principal sostén económico del hogar, pero no sin conflictos. La dinámica migratoria introduce una serie de transformaciones. En primer plano, aparecen los cambios en las relaciones intergeneracionales – con los hijos – y el impacto en las de género; esas mujeres envían parte del dinero que ganan a su país y además deciden cómo gastarlo, cobran autonomía frente a la tradicional subordinación al varón.
¿Qué les anima a dar el paso? Lo primero, el hecho de que su incorporación al mercado de trabajo es casi inmediata, en ocupaciones tradicionalmente femeninas: servicio doméstico, cuidado de niños o mayores. En segundo lugar, el apoyo de redes informales (amigos u otros familiares que facilitan el viaje y la recepción en destino). Y, finalmente, el deseo de proporcionar mayor bienestar a los suyos, a los que intentarán traerse o con quienes pretenderán volver, aunque el proyecto de retorno sea más una hipótesis que un escenario de futuro. Porque la emigración, una dinámica de cambios, impone también sus leyes.
Sandra Rocío Ruiz, boliviana de 41 años, es un caso prototípico. Madre de cuatro hijos de entre 7 y 22 años, llegó a España hace tres, encontró trabajo enseguida y hoy se ocupa de una casa y de tres niños ajenos. Vino con la intención de quedarse sólo un año para sufragar las deudas del marido, que quedó en Bolivia con los hijos. Luego se sumaron los gastos de la carrera universitaria del mayor, y ahora ya no piensa en volver. “Aquí hay más oportunidades, un futuro mejor, sobre todo, para los chicos, pero mi marido no quiere oír hablar de ello. Yo quisiera traerme a los pequeños, y mi hijo mayor lo entiende y me apoya. Pero mi marido está atascado allá y no tolera que se lo plantee. Yo tengo una visión distinta, aquí aprendes muchas cosas”, explica.
La imposibilidad de “hacer entender” al marido es una de las grietas en esta “familia transoceánica”, como las llaman en la Asociación de Cooperación Bolivia – España (ACOBE), de la que Sandra es voluntaria. “El hombre está descolocado. Se ve en casa, al cuidado de los hijos, y no se reconoce”, explica Josune Huidobro, responsable de acción social de esta asociación.
ACOBE tiene un sistema pionero para facilitar el contacto de las dos mitades de estas familias. Por medio de un sistema gratuito de teléfono a través de Internet y una webcam, los emigrantes contactan con los suyos en alguna de las sedes de la ONG en Bolivia (La Paz, Santa Cruz y Cochabamba). “No es un contacto arbitrario, ni espontáneo”, explica Huidobro; “hay cruce previo de informes sociales entre las oficinas de Bolivia y España para determinar el grado de necesidad del contacto. Además, durante la conexión están presentes un psicólogo y un trabajador social, porque se necesita contención. No es bueno que en una comunicación de 15 minutos, alguien se pase 10 llorando”. Sandra Rocío contacta con su familia día sí, día no. “Y con el mayor, por Internet”, cuenta.
El 92% de los familiares de emigrantes en España tienen teléfono móvil y el 48%, ordenador, según el informe Situación de familias de migrantes a España en Bolivia, de ACOBE. Esta investigación refleja también cuál es el coste psicosocial, afectivo, de la separación. Si bien los encuestados confirman que su economía real ha mejorado tras la emigración de sus familiares, el 62% habla de traumas emocionales. Los niños y adolescentes presentan los porcentajes más altos y, aunque la educación es uno de los contextos que más se benefician del envío de remesas por el inmigrante (en el 53% de los casos ha mejorado), el 67% de los hijos presentan problemas de conducta, y el 48%, una merma en su rendimiento escolar. La deserción del colegio se da en el 10% de los casos.
Educar es una función de la que las madres no hacen dejación ni en la distancia. Pero cuando se agolpan las emociones resulta difícil encontrar una estrategia adecuada. “En una conversación de diez minutos, la madre no puede dedicar nueve a dar órdenes, tampoco a llorar o a lamentar la ausencia”, indica Huidobro. Hablar en presente, sin instalarse en el pasado pero tampoco en un futuro remoto, es indispensable. También tomar la lección al hijo, preguntarle cómo le ha ido el día en el colegio o embarcarle en algún proyecto común. Así lo cree la pedagoga e inmigrante argentina Nora Rodríguez, autora de Educar desde el locutorio (Plataforma Editorial), la única guía para madres a distancia disponible en España. “En estas mujeres se da una sobrecarga de funciones. No sólo dejan atrás a sus hijos para cuidar los de otros, también se ven privadas de herramientas para desarrollar una actitud educativa normal hacia sus propios hijos: pueden caer en el error de transmitirles su ansiedad, consentirles en exceso o sobrecargarles de regalos que generan fantasías. Son mujeres que trabajan 14 ó 16 horas al día por y para sus hijos. Hay que tener en cuenta que estas familias no se rompen, sólo entran en una fase distinta. El proyecto común sigue existiendo, por eso es vital alimentar la sensación de apego. También es fundamental no instalarse en el pasado, pero tampoco supeditarse a un futuro lejano”, dice Rodríguez.
Hacer que los hijos formen parte de ese proyecto de futuro resulta difícil cuando se interponen los kilómetros, y a veces los años. La deseada reunificación depende sobremanera de la legislación del país de destino, pero su éxito estriba también en la duración de la separación y en el tramo de edad de los hijos. “La mayor parte de las mujeres intentan traer a sus hijos antes de que entren en la adolescencia, antes de que se agudicen las divergencias generacionales. El escenario más dramático posible es cuando se trata de varios hermanos y se reagrupan por tandas. Conozco el caso de seis, en el que uno de ellos se ha visto obligado a quedarse en su país”, cuenta Nora Rodríguez.
Sandra Rocío Ruiz desea traer a los dos pequeños. Porque la adolescencia puede convertirse en una barrera aún más infranqueable si se le añade el cambio de país, de costumbres y a veces también de lengua. La rumana Estrella Duica, de 39 años, acaba de reunirse con sus dos hijos, de 22 y 16 años, en España. Madre en solitario, experimenta el abismo de divergencias creado por una separación de tres años en los que sólo se reunió con ellos una vez. Sus hijos no se amoldan a España; la mayor, licenciada en Psicología, quiere volver y el pequeño ha estado una temporada evitando el colegio. Todo le resulta difícil. “Me pregunta por qué tiene que vivir aquí, no le gusta nada, le está costando mucho adaptarse”, explica Estrella. El sentimiento de culpa se multiplica.
La vivencia de cuidar de hijos ajenos mientras se añora a los propios también es un duro trago. Sandra Rocío reconoce: “Llegas a encariñarte de los niños, es un poco como si fueran tuyos”. Estrella Duica, al contrario, ha debido sacar fuerzas de flaqueza para encargarse del bienestar y la satisfacción de hijos ajenos. Un día, el padre de uno de ellos le espetó: “No me gusta tu cara, siempre estás triste”. “Si estoy triste es porque así me siento, ¿cómo no es capaz de entenderlo?”, contestó. La resignación, el acomodo o incluso la entrega son variedades unidas por un común denominador: la expectativa de ser buenas madres.
Las emigrantes sostienen en muchos casos a sus familias y contribuyen por tanto al PIB de sus países de origen tanto como los hombres. “Las remesas que envían son menores en cuantía que las que mandan los hombres, porque ganan menos, pero destinan en promedio una porción mayor de sus ingresos a sufragar necesidades cotidianas y servicios en salud o educación”, afirma la psicóloga Ana Bellocchio, directora del Área de Inmigración de la Federación de Mujeres Progresistas (FMP), que brinda apoyo legal, laboral y psicosocial a mujeres inmigrantes.
Económicamente, la emigración no responde a un impulso aislado; obedece más bien a un proyecto conjunto. “La decisión de migrar nunca se toma individualmente, hay negociaciones previas en las familias para decidir qué miembro emigra y qué otro se queda al cuidado de los hijos del que se va”, explica el antropólogo Sánchez Medina. En el caso de Estrella, se ocuparon sus padres y una hermana. En el de Fátima Ahmadi, marroquí de 37 años, divorciada y con tres hijos de 17, 12 y 10, lo hace su madre. Lleva un año y medio sin verlos, desde que llegó a España; sólo habla con ellos por teléfono “para decirles que se porten bien, que saquen buenas notas y se lleven bien entre ellos”, cuenta a través de su compatriota Houda Hdaidane, mediadora intercultural de la FMP. Pero Fátima pasará inevitablemente por el mismo proceso que Estrella: una dinámica de cambios generacionales que puede hacer añicos la imagen idealizada que en la distancia los unos van haciéndose de los otros.
Psicológicamente, las madres que emigran deben “hacer el duelo” antes de proceder a reconstruir a golpe de teléfono o e – mail la unidad familiar, y eso implica un gran desgaste psicológico. Además del abismal sentido de culpa que tanto Estrella como Fátima reconocen sentir, cuando no la sensación de censura que aprecian por su decisión, la salud mental y física de las madres migrantes acusa una serie de trastornos: “Ansiedad, merma de autoestima, insomnio, casos de anorexia y avitaminosis, sin contar dolores inespecíficos de estómago, dolencias musculares, alergias y todo tipo de afecciones dermatológicas…”, enumera Ana Bellocchio. Y depresión. Como la de Estrella Duica, que se aferra a las sesiones que semanalmente organiza la FMP para encontrarse con otras mujeres como ella. “El precio ha sido demasiado alto. Te cuesta tu salud mental. La experiencia me ha tocado mucho y dejado un poso de amargura. Te planteas si ha merecido la pena y no sé realmente qué responder”, apunta. Y musita: “Creo que no”.
“Es fundamental no estar aislada ni sola, crear redes sociales de apoyo”, indica Bellocchio. “La autoestima es su talón de Aquiles, y hablo también de autoestima laboral: mujeres tituladas aquí se emplean en el servicio doméstico. Siempre llegan varios grados por debajo de su clase”, dice la responsable de Inmigración de la FMP. Para colmo, “el instrumento de trabajo de un inmigrante es su cuerpo, porque suelen desempeñar trabajos físicos, así que el miedo a la enfermedad se suma a sus padecimientos”, según esta experta.
La experiencia de emigrar transforma también la sociedad emisora. La influencia que en la transmisión de conocimientos y valores ejerce la mujer emigrante, contribuye en gran medida a mejorar el estado de salud y reducir las tasas de mortalidad infantil gracias a la educación en salud que reciben en los países de destino, según un informe del Banco Mundial. Esa transmisión entra dentro de lo que los expertos denominan “remesas sociales”: intercambios de ideas, recursos prácticos, consejos, actitudes y aptitudes que las familias transnacionales incorporan al bagaje común. La consideración social del esfuerzo que supone a estas mujeres emigrar es también un valor añadido. “El papel que la mujer tiene en el contexto social se fortalece”, apunta Ana Bellocchio. Fátima Ahmadi lo corrobora: “En mi país lo que yo hago, tanto familiar como socialmente, está muy valorado”.
En España, las mujeres representan hoy el 46% de los trabajadores extranjeros documentados, que eran, según la Encuesta de Población Activa del 2º trimestre de 2007, 3.536.347. Protagonistas de un fenómeno imparable, el de la feminización de la emigración, estas madres – maná, cabezas de un nuevo modelo de familia, la transnacional o “de techos abiertos” – en definición de Nora Rodríguez – , contribuyen sobremanera a que la rueda implacable de la globalización siga girando.
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