Elecciones raciales
Diario Vasco, , 06-11-2008¿Votaría usted, en España, como presidente, a un español de origen inmigrante? ¿Votaría usted, en Euskadi, a una mujer de rasgos y orígenes magrebíes como próxima lehendakari? ¿Se sentiría usted orgulloso y satisfecho si gobernase su ayuntamiento una persona que en nada se le parece físicamente?
Piénsese usted la respuesta. No diga enseguida que sí. Porque, a lo mejor, usted desea decir que sí, pero aún no se siente convencido plenamente de ello. No como los americanos, que han elegido, por vez primera en su historia, a un presidente negro como inquilino de la casa más blanca del mundo. Y si tal convencimiento no le ha alcanzado aún, tampoco se disguste, porque muchos ciudadanos piensan a menudo por la calle eso de que «nuestras ciudades se están llenando de inmigrantes». Unos negros, otros menos negros, algunos amarillos, y otros incluso más caucásicos que nosotros mismos.
La palabra inmigrante significa, de alguna manera, fronteras. La Tierra se creó con la sola división visible del aire, el agua y la tierra. También el fuego. Los elementos que ya se conocían en la antigüedad. Los seres humanos, conforme crecíamos en complejidad social, fuimos estableciendo fronteras. Primero tribales. Luego poblacionales. Posteriormente erigimos estados e incluso éstos, los hemos ido desmembrando gradualmente para volver a mirar la región, la ciudad, el pueblo o incluso la tribu, siempre con aspectos fronterizos. Ahora lo llamamos nacionalismo, o independentismo. Le podemos poner todos los matices que queramos. Incluso renunciando a eso del tipo de sangre. O admitiendo que la txapela no solamente es para vascos de arraigada cepa. Todo eso da lo mismo, al menos para mí. La tierra de uno no es sino un contexto geográfico en el que nacemos. Las personas disponemos de capacidad de movimiento para atravesar valles, mares, montañas y carreteras. Luego, en buena lógica, cualquiera puede acomodarse a unas costumbres ajenas, hacerlas propias con el tiempo, asumirlas y transmitirlas. Y, andando los años, contemplar cómo un descendiente alcanza el gobierno de la sociedad que le acogió. Al menos tal es mi opinión. Usted, amable lector, la puede discutir, por supuesto. Y no solamente desde los pareceres de la política actual.
La cuestión es que me parece interesante reflexionar sobre la importancia de unas elecciones que han dejado atrás una larga historia ignominiosa de segregaciones raciales y prejuicios. No todo está resuelto. Pero es elogiable el devenir electoral de una población a la que acostumbramos a insultar y menospreciar más de lo que se merece. Déjenme, por tanto, que regrese a las preguntas con que abría esta columna, y dígame, amable lector, si usted se siente hoy también americano, en ese sentido.
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