EL SUEÑO
NUESTRO PECADO ORIGINAL
El Mundo, , 06-11-2008(Extractos del discurso sobre la cuestión racial que el candidato demócrata pronunció en Filadelfia el 18 de marzo de 2008) Nosotros, el pueblo, a fin de formar una unión más perfecta
Hace 221 años, en un edificio que se levanta todavía al otro lado de la calle se reunió un grupo de hombres y, con estas sencillas palabras, pusieron en marcha un experimento improbable: América en democracia.
Agricultores e intelectuales, estadistas y patriotas, que habían viajado a través del océano para escapar de la tiranía y la persecución, hicieron finalmente realidad su declaración de independencia en una convención celebrada en Filadelfia que se prolongó durante toda la primavera de 1787. Finalmente firmaron el documento que habían elaborado pero que habían dejado sin rematar. Estaba manchado por el pecado original de esta nación, la esclavitud.
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Soy hijo de un negro de Kenia y de una blanca de Kansas. Me crié con la ayuda de un abuelo de raza blanca que había sobrevivido a la Depresión para servir en el Ejército de Patton durante la Segunda Guerra Mundial y una abuela de raza blanca que trabajaba en una línea de montaje de bombarderos en Fort Leavenworth mientras su marido estaba en ultramar. He ido a algunos de los mejores centros educativos de Estados Unidos y he vivido en una de las naciones más pobres del mundo. Estoy casado con una americana de raza negra que porta sangre de esclavos y de propietarios de esclavos, una herencia que hemos transmitido a nuestras dos preciosas hijas.
Tengo hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, tíos y primos de todas las razas y todos los colores, distribuidos por tres continentes, y mientras viva, nunca olvidaré que en ningún otro país de este planeta sería posible mi historia.
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Las escuelas segregadas eran, y siguen siendo, escuelas de segunda; todavía no las hemos arreglado, 50 años después del caso de Brown contra el Consejo Escolar de Topeka, y la educación de peor calidad que impartían entonces, y que siguen impartiendo ahora, ayuda a explicar las diferencias generalizadas en el rendimiento escolar de los estudiantes negros y blancos en la actualidad.
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La carencia de oportunidades económicas para los negros y la vergüenza y la frustración derivadas de la incapacidad de proveer a la familia propia han contribuido al deterioro de la familia negra, un problema que posiblemente han empeorado durante muchos años las políticas de asistencia social.
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El espíritu de derrota se ha transmitido a generaciones futuras, a esos jóvenes, hombres pero también, y cada vez más, mujeres, que vemos parados en las esquinas de las calles o languideciendo en nuestras cárceles sin esperanzas y sin perspectivas de futuro.
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La rabia no siempre es productiva; de hecho, con excesiva frecuencia distrae la atención de la resolución de los problemas auténticos, nos aparta de hacer frente sin rodeos a nuestra complicidad con nuestra propia situación e impide a la sociedad afroamericana forjar las alianzas que necesita para que se produzca un cambio de verdad.
Sin embargo, esa rabia es real, es poderosa, y el hecho de que cerremos los ojos ante ella, el hecho de que la condenemos sin comprender sus raíces, no sirve más que para ahondar aún más el abismo de incomprensión entre las razas.
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De hecho, se produce una rabia similar dentro de sectores de la sociedad blanca. Los norteamericanos blancos de las clases obrera y media no comparten en su gran mayoría la sensación de haberse visto privilegiados en función de su raza.
Cuando les dicen que lleven a sus hijos en autobús a una escuela en la otra punta de la ciudad, cuando se enteran de que un afroamericano está en mejor situación para quedarse con un puesto de trabajo o una plaza en un buen centro universitario a cuento de unas injusticias que ellos personalmente no han cometido nunca en su vida o cuando les dicen que su miedo a los delitos en los barrios de las ciudades son nada más que prejuicios, el resentimiento se va acumulando con el tiempo.
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Pretender despachar sin más ni más el resentimiento de los norteamericanos blancos, calificarlos de equivocados o incluso de racistas, sin reconocer que están fundamentados en preocupaciones legítimas, en fin, también todo eso ahonda la división racial y obstruye el camino hacia el entendimiento.
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Nunca he sido tan ingenuo como para creer que podemos ir más allá de nuestras divisiones raciales en un solo ciclo electoral o con una única candidatura, particularmente una candidatura tan deficiente como la mía.
Ahora bien, lo que sí he aseverado es mi firme convicción, una convicción enraizada en mi fe en Dios y en mi fe en el pueblo de Estados Unidos, de que si trabajamos unidos podemos superar algunas de nuestras viejas heridas racistas.
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