BARACK OBAMA / JOHN McCAIN / MURO: TEMA TABU
Los dos candidatos apoyaron construir 1.200 kilómetros de muro con México y no hablar de ello durante la campaña
El Mundo, , 02-11-2008El muro es el mensaje. El muro divide ciudades, provoca llagas sangrantes, avanza como una doble serpiente metálica por los cerros, muerde implacable el polvo del desierto. El muro es el horizonte cegado, la espalda impenetrable del norte, la barda definitiva entre dos mundos cada vez más distantes.
Obama y McCain votaron hace dos años a favor del nuevo muro de Berlín (lo llamó así el ex presidente mexicano Vicente Fox).Aunque la construcción se está retrasando, y los costes se han disparado más allá de los 2.800 millones de euros, uno de los dos heredará este corte metálico de 1.200 kilómetros que dejará blindada una tercera parte de la frontera.
Ahora que la crisis económica hace estragos entre los inmigrantes, ahora que más de un millón y medio de indocumentados ha hecho las maletas, los dos candidatos prefieren mirar hacia otro lado e ignorar el drama humano. Redadas a discreción, familias partidas, esposos deportados, hijos estadounidenses que se quedan al cuidado de los tíos o en hospicios infantiles…
Mario Chávez, 34 años, apura los días que le quedan para poder besar y tocar a los suyos en la vieja verja que divide San Ysidro y Tijuana. Mario llega ansioso a la cita de cada fin de semana.Al otro lado le espera su esposa, Lizeth, con sus dos hijos.Ella no puede salir de México porque no tiene visado; él no puede ir más allá de California porque le «prendieron» (fue arrestado) y está en libertad provisional.
Así llevan desde diciembre del 2007, viéndose y palpándose desesperadamente cada domingo entre los hierros oxidados. Los niños no entienden, pero el mayor pregunta y llora. «Papá, no te vayas aún», suplica.Mario se pone las gafas oscuras, reprime el llanto y vuelve a la soledad del otro lado. Prefiere no mirar atrás, «para que no sufran».
Unos 130 congresistas demócratas y apenas 17 senadores votaron no al blindaje de 1.200 kilómetros en la frontera. Barack Obama y John McCain, que hasta entonces se habían pronunciado por una «reforma migratoria comprensiva», se abonaron al lema de «seguridad primero».
El muro, según Obama, es solamente «una parte de la ecuación».Pero líderes latinos como Carmen Velázquez no perdonan su traición y se preguntan cuál es su estrategia (y también cuál es la de McCain, que cedió ante la facción ultraconservadora de su partido).La inmigración ha sido, sin duda, el tema tabú de unas elecciones en las que apenas pesaron los vecinos del sur…
En plena campaña y con todos los factores en contra, Juan Carlos Martínez, 39 años, logró saltar el nuevo muro en las cercanías de Tijuana. Pero se perdió en el desierto en plena noche y decidió volver hacia atrás: «Me lastimé en la caída, aunque volveré a intentarlo».
A Juan Carlos, que trabajó sin papeles en varios restaurantes y en «una fábrica de jugos» en California, le delató su novia en un turbio asunto de amenazas y celos. «Mis papás, mi familia, dependen del dinero que les mande desde Estados Unidos… Yo no me puedo regresar», confiesa desde el purgatorio de Tijuana (los envíos de dólares, la principal fuente exterior de ingresos de México, ha caído el 12% el último año).
«ALLA NOS NECESITAN»
«Por más alto que nos pongan el muro, los mexicanos lo vamos a brincar», afirma Juan Carlos, el deportado. «Allá nos necesitan para servir en los restaurantes, para levantar la cosecha…Aunque la cosa se está poniendo mal, apenas podemos trabajar con papeles chuecos (falsos), nos intimida la Policía, vivimos como clandestinos: no podemos descuidarnos».
Norma Torres, 26 años, aguanta hasta el último segundo, antes de que caiga el sol sobre el océano truncado y la border patrol dé por concluido el cónclave de familia. «Todos los muros que hagan son una discriminación y nos están rebajando», lamenta su padre, José, desde el lado mexicano. Norma, que trabaja más de 12 horas al día cuidando niños y repartiendo periódicos al otro lado, tiene que esperar varios meses a que le renueven el visado para poder abrazar a los suyos.
A Dulce Soberanes, 49 años, la deportaron hace poco y ya no puede volver a cruzar: «Me mandaron de vuelta a Tijuana y acá ya no conozco a nadie, después de pasar media vida en San Diego, trabajando en todo lo imaginable». A su hija, Sonia, que quedó en el lado estadounidense, se le rompe el alma cada vez que la ve llorar entre los hierros. Los nietos se han quedado esta vez en casa «porque no soportan ver en estas condiciones a su abuela».
El muro entero impresiona. Llega a alcanzar los siete metros de altura. Las medidas de seguridad incluyen vigilancia aérea (aviones, helicópteros, incluso algún zepelín) además de cámaras de infrarrojos y sensores de última generación… La doble y triple valla – de hierro sólido, concreto o alambre de espinos, con torretas y cámaras de vigilancia que le dan el aspecto de campo de concentración – viene avanzando por los cerros descerrajados de Tijuana y, antes de fin de año, llegará previsiblemente hasta el mar.
VIDAS PARTIDAS
En ese momento, se consumará la separación histórica ente la Alta y la Baja California, divididas por la barrera artificial que penetra en el desierto, más allá de Tecate, y prosigue hasta Caléxico y Mexicali. Entonces proclamarán victoria los instigadores del miedo a los inmigrantes, capitaneados por el ultraderechista Tom Tancredo, que impulsó la idea del muro como reacción a las históricas marchas del sí se puede, que reclamaban la amnistía para los 12 millones de indocumentados.
El Departamento de Seguridad Interior no se conforma con sellar la frontera. Las deportaciones se han triplicado desde el 2006 y este año llegarán a las 200.000. Las redadas en las empresas que contratan indocumentados se han convertido en rutina diaria.Y las detenciones de inmigrantes cruzando furtivamente la frontera han caído un 39% desde el 2005, cuando se llegó al techo de 1.200.000, señal evidente de que muchos menos se atreven a intentarlo. Por primera vez en tres décadas, el flujo anual de inmigrantes ilegales (en torno a medio millón) es inferior al de inmigrantes legales.
California tomó la delantera: ya sólo queda por amurallar una franja del desierto camino de Caléxico. «Prohibido el ambulantaje y la permanencia ociosa», puede leerse en un cartel al otro lado del puesto fronterizo, en la localidad hermana de Mexicali. Allí conocemos a Víctor Monroy y a Jorge Duarte, que vienen de cerrar la jornada en la fábrica de National Beef en Burley (California).«Allá matamos del orden de 2.300 vacas al día, y todos somos puros mexicanos», relata Víctor. «Yo trabajo en el departamento de menudos (vísceras). Es un trabajo peligroso y duro, pero nos pagan 10 dólares a la hora, y eso es lo que hacemos acá en un día… La economía se está poniendo fea. ¿No es cierto?».
Víctor y Jorge recuerdan cuando la frontera estaba dividida «por una cerquita no más». Alejandro y Alejandra (no quieren darnos sus apellidos) llevan su corta vida, 16 y 17 años, viendo crecer los muros. El es mexicano y ella es americana; viven en Mexicali pero van todos los días al Mission School de Caléxico. Su sueño compartido es poder entrar y salir «libremente y sin barreras».Todas las madrugadas soportan la larga cola para entrar en el limbo estadounidense; por las tardes vuelven a México abrazados «de volada».
Asistimos a uno de los últimos actos de hermanamiento en la vieja verja que desde 1974 divide los mundos. «Al menos las familias se pueden ver y tocar, y eso es lo mínimo que pedimos», sostiene el padre John Fanestil, que oficia la ceremonia en español. «Si el nuevo muro sigue avanzando, la vida de toda esta gente va a quedar truncada».
En San Luis Colorado (en la frontera de Arizona) conocemos a Abel Gaztelu, mientras espera a su hija Stephanie en el puesto fronterizo. «A mi mujer la deportaron y yo, como un acto de despecho, rompí mi permiso de residencia», recuerda. «Tuvimos que venirnos a México, pero nuestra hija nació allá: no podíamos privarla de una educación americana». Abel no puede entrar en EEUU; se conforma con ver alejarse y acercarse a su hija todos los días, mientras él sobrevive «comprando y vendiendo carros. Llevamos esta vida extraña y partida, pero al menos dormimos bajo el mismo techo», se consuela. Stephanie sueña con estudiar «para analista de DNA» al otro lado de la frontera.
Entre San Luis Colorado y San Luis (Arizona) se levanta ahora uno de los tramos más demoledores del nuevo doble muro, de metal oscuro y siete metros de altura, con una franja de seguridad custodiada por la border patrol. «Ya no cruzan como antes, hay una grandísima diferencia», certifica el agente Wayne Attwell.«Hemos pasado de 700 apresamientos diarios a seis. Se lo estamos poniendo más difícil». En el lado mexicano le perdemos el miedo a la línea divisoria gracias a Maritza Ruiz, que vive la esquizofrenia diaria de los dos mundos. «Los mexicanos van a intentar pasar siempre, aunque sea por debajo», certifica Maritza. «Lo que de verdad les detiene ahora es la economía».
Nieves Riedel, ex alcaldesa del San Luis americano, nacida en el San Luis mexicano, no puede contener su ira contra la doble barrera metálica entre sus dos pueblos: «Estamos perdiendo la humanidad. En este país que presume de ser el centro de la democracia sigue muy vivo el racismo y por desgracia se puede tocar. El muro es la prueba. El sueño americano es un mito».
El muro divide ya sin remedio el desierto de Sonora, y pronto cubrirá la franja que va de Lukeville a Nogales… «Bush racista», dice una pintada en el lado mexicano de ambos Nogales. «Fronteras: cicatrices de la tierra», han escrito junto a unas cruces colocadas como recuerdo de los que murieron al dar el salto. En ningún otro lugar, la opresión del muro resulta tan irreal. Allí nos encontramos con un policía mexicano, Alejandro Suárez, limpiándose las botas mientras se aferra a su fusil AK – 47. «La cosa se está poniendo fea con el crimen», admite. «Aunque lo peor fue lo que nos hicieron allá (apunta hacia la frontera). Nos provocaron una inundación tremenda. Les hemos llevado a los tribunales».
La barrera divisoria sigue amurallando el desierto. En Texas, la insospechada resistencia al muro está encabezada por el granjero Daniel Garza y por Eloísa García Támez, con sangre española y apache. Decenas de pequeños propietarios a orillas del Río Grande han seguido el ejemplo de los insurrectos y han llevado al Departamento de Seguridad Interior a los tribunales bajo una consigna que resonará en la era de Obama o McCain: «Construid puentes, no muros».
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