El viaje del guajolote

El punto de partida es Córdoba, Veracruz. Ahí, miles de migrantes chiapanecos, tabasqueños, oaxaqueños, poblanos y veracruzanos, saben que por 900 pesos obtienen su lugar en lo que se conoce como "el viaje del guajolote"

El Universal, 29-10-2008

Es un trayecto de casi 3 mil kilómetros. Una travesía, casi obligada, para los mexicanos que deciden cruzar al norte en busca del sueño americano.

El punto de partida es Córdoba, Veracruz. Ahí, miles de migrantes chiapanecos, tabasqueños, oaxaqueños, poblanos y veracruzanos, saben que por 900 pesos obtienen su lugar en lo que se conoce como “el viaje del guajolote”.

Un trayecto de día y de noche hasta alcanzar la frontera norte.

El viaje es en camión porque, a diferencia de los centroamericanos, los mexicanos cuentan con papeles y dinero para transitar por el país.

Y justo en Córdoba, Veracruz, nació una pequeña industria de empresas camioneras que bajo la fachada de servicios turísticos ofrecen traslados hasta Altar, Sonora; Tijuana; Mexicali; y Agua Prieta, Chihuahua, por mencionar algunos destinos.

Sin necesidad de cumplir con las regulaciones del transporte de pasaje, como el pago de seguros, cada martes y viernes se observa la salida de decenas de camiones repletos de migrantes. Mexicanos y, en ocasiones, centroamericanos.

Ahí está el negocio: les cobran hasta 20 veces más, pero se tiene que pactar con la línea. “No es que no queramos llevarla”, señala la encargada de Casta Tours cuando al comprar un boleto a Altar le insinúo que soy colombiana y que pretendo cruzar a Estados Unidos.

“Nosotros entendemos a la gente” dice, “pero es que nos dan en la torre porque nos detienen el carro y nos sacan una multa de hasta 80 mil pesos”.

Baraja una serie de nombres de personas que podrían “ayudar” para la obtención de una identificación, pero advierte: “Si no la consigues, mejor no vengas, te devuelvo tu dinero o esperas al viernes y así me das chance de contactar a una señora que tiene un hijo allá (Altar), para ver qué se hace”.

Sin resolver con la línea me presenté a las 7:30, una hora previa a la salida hacia Altar. A las 8 de la noche empezaron a llegar los 41 pasajeros. A algunos los acompañó la familia para despedirlos, otros muy jóvenes aguardaban con una mochila como equipaje.

Hasta las 10:30 abordamos.

Cada quien su lugar. Y después de una visita “sorpresiva” de Migración, partimos. La que escribe fue denunciada, a falta de un acuerdo con la línea camionera.

Esa fue sólo una pequeña dosis de lo que sobrevendría.

A las 2 de la madrugada tocó el turno a la Policía Federal Preventiva. El chofer descendió del autobús con 200 pesos por delante. Sin mediar palabra se lo entregó al oficial.

Luego marcaron el alto los militares, la AFI, Migración, los federales, una, dos, tres veces cada uno y hasta Sagarpa con revisiones fitosanitarias.

En 47 horas que dura el viaje, no sólo se recorren 12 estados —Veracruz, Puebla, estado de México, DF, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Coahuila, Chihuahua y Sonora— sino que el camión fue detenido en 16 ocasiones.

Y así, de día y de noche, “el viaje del guajolote” es una faena de subidas y bajadas, de revisiones, de interrogatorios y auscultaciones, en busca de droga, si se trata de los militares, o de ilegales y “mochadas”, en el caso de federales y AFI’s.

Por eso la ruta es definida en función de los retenes. Se evaden los más complicados o, con todas sus letras, los más corruptos.

“Hay una desviación que se llama Flores Magón y en ese retén hacen que se baje toda la gente, todos los pasajeros, los meten a un cuarto, cuando van pasando al cuarto les van pidiendo sus documentos y les exigen que dejen de 20 y hasta 300 pesos”, relata el otro chofer y agrega, “los mismos de la AFI te dicen: ‘para que no los paremos aquí dile a la gente que coopere’”.

O simplemente les preguntan: ¿cúantos pollos —centroamericanos— traen? y se cobra de 4 a 8 mil pesos por cada uno.

En “el viaje del guajolote” no existe la libertad de tránsito. Como si se estuviese en China o Cuba es indispensable cargar con el carnet de identidad so pena de ser detenido.

En los retenes militares está prohibido grabar. Soldados solicitaron a esta reportera su cámara para borrar cualquier imagen tomada en el retén.

Las revisiones son minuciosas. En el retén de Agua Prieta revisaron carteras, maletas y hasta la ropa de los pasajeros.

Lo de menos en el trayecto es dormir en el suelo, no contar con aire acondicionado, hacer fila para el baño, la lluvia y los riesgos sobre ruedas con un vehículo cuyo velocímetro y tacómetro ni siquiera servían.

Para la mayoría lo peor vendría con el desierto. Un grupo de siete chavos, todos menores a los 20, realizó el trayecto con “pollero”. Entre los pasajeros sobresalía también Isabel, una poblana de 22 años, recién casada con un mexicano con residencia en Ohio. Esperaba ansiosa alcanzarlo e insistía en estar lista para caminar.

Los primeros en bajar lo hicieron de madrugada en Ciudad Juárez. Cuatro horas después, en Agua Prieta, se perdió Nacho cuyo destino final era Los Ángeles. Los tres chiapanecos que iniciaron su viaje dos días antes de abordar el autobús, fueron recogidos por su “pollero” a su llegada.

Y así, se fue vaciando el camión hasta llegar a Altar.

 

 

 

 
 

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