Mesa de redacción
De usar y tirar
Deia, , 29-10-2008no me gusta lo que vislumbro en mi bola de cristal. La crisis, mejor dicho, las crisis en las que estamos siendo sepultados, empiezan a sacar lo peor de nosotros mismos. Reconozco que no soy la campeona de la hermandad racial y social, pero percibo con temor que se dispara el rechazo al inmigrante en estos tiempos de nubarrones en el horizonte económico y laboral. Seamos claros: no es que pequemos de racismo, al menos no demasiado; lo que nos ocurre es que el foráneo con dinero es un señor extranjero que contribuye al bienestar de esta comunidad, y el que no lo tiene es un inmigrante (pueden poner el adjetivo ofensivo que quieran) que nos roba el trabajo, las ayudas sociales y las mujeres. Y en momentos turbulentos como el actual, más. ¿Y qué hacemos con los que en tiempos de bonanza han venido a millares para construir nuestras viviendas, cuidar de nuestros niños y ancianos, y hacer los trabajos más aborrecidos de esta sociedad? Echarlos a patadas parece lo más lógico, que diría Jörg Haider. Desgraciadamente, su muerte no ha ido acompañada de la desaparición de su pensamiento, y ya empiezo a escuchar a mi alrededor al que pone en duda el derecho de los inmigrantes en paro a cobrar el subsidio de desempleo o a recibir ayudas sociales, y al que cuestiona que unas decenas de alumnos cursen religión islámica en los colegios públicos. Además del crash financiero, debería preocuparnos la crisis de humanidad que se nos avecina, aquí, a nuestra vera. Teniendo en cuenta que los inmigrantes que viven en el Estado español equivalen en número a los habitantes de la Comunidad Valenciana, sería más inteligente que pensemos en cómo integrarlos social y económicamente en lugar de en cómo deshacernos de ellos.
rugarriza@deia.com
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