Los dueños de la calle
El último altercado en el barrio de Los Rosales deja al descubierto años de abandono y marginalidad Los vecinos denuncian la impunidad con que algunas familiares imponen su ley
La Verdad,
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28-10-2008
En el portal del número 5 de la calle Álamos, en el barrio de Los Rosales de El Palmar, no hay puertas. «Las robaron y no nos hemos molestado en poner otras, ¿para qué?», cuenta una vecina. Tampoco hay portero automático. «Lo arrancaron y se lo llevaron con cables y todo». Los buzones están reventados o quemados, y el vestíbulo aparece lleno de herrumbre, basuras y pintadas. «Todo esto es por las peleas que se montan los chavales; no tiene importancia», responde esquiva la vecina cuando se le pregunta por el estado del edificio, que parece haber sido víctima de un conflicto bélico.
Justo al lado, el número 7 de la misma calle aparece con las puertas, el portero automático y los buzones en su sitio. Aquí viven, o al menos vivían hasta el domingo, Los Mudos, la familia contra la que cargaron encolerizados decenas de marroquíes después de que dos hermanos de este clan propinasen supuestamente una paliza a un menor magrebí. Todo el mundo en el barrio conoce a esta familia que, pese a lo que indicaron algunas fuentes en un primer momento, no es de etnia gitana. Durante mucho tiempo, nadie se ha atrevido a enfrentarse a ellos. Por eso, su portal aparece inmaculado.
«Tienen aterrorizado a todo el mundo, no sólo a los marroquíes», resume una voluntaria que trabaja para una ONG en el barrio y que, como muchos otros de los consultados para este reportaje, prefiere no dar su nombre. Otro vecino, Diego Armela, sí lo da, y no se calla. «Cuando me compré el coche, les pedí permiso para aparcarlo en esta calle, porque no quería problemas, pero aun así me rajaron las ruedas».
Con tan sólo 14 y 15 años de edad, los dos hermanos que, según los marroquíes, agredieron al menor, «únicamente saben usar la violencia para relacionarse». Son resultado del ambiente marginal y extremo en el que han crecido, rodeados de droga y problemas familiares. Al parecer, Los Mudos han ido desarrollando un odio creciente hacia el colectivo magrebí, que ya es mayoritario en el barrio. «Se meten con las mujeres cuando van a por los niños al colegio; les insultan y les quitan el velo», relata el dueño de la carnicería árabe Mimoune. Por si fuera poco, esta conflictiva familia vive a escasos metros de un pequeño bajo comercial que hace las veces de mezquita para la amplia comunidad islámica que vive aquí. «Un día el rezo se organizó en la calle, y los Mudos se dedicaron a tirar tomates y limones a la gente».
La tensión acumulada durante mucho tiempo estalló finalmente el domingo, cuando un centenar de jóvenes marroquíes se plantó frente a la casa de este clan con ánimo de venganza. La Policía se llevó escoltados a Los Mudos entre una lluvia de piedras, a la que los antidisturbios respondieron con pelotas de goma. Milagrosamente, no hubo heridos, pero sí numerosos destrozos que todavía eran visibles ayer por la mañana. Ventanas rotas, rótulos comerciales hechos añicos y el asfalto lleno de las piedras utilizadas en la refriega. A mediodía, los operarios de limpieza adecentaron la zona entre el sarcasmo del vecindario. «Han venido porque el Ayuntamiento sabía que hoy está la tele, si no, esto no lo limpian en un mes». Aquí, el sentimiento de abandono está muy extendido. Todos temen que, cuando pase la tensión de estos días y la última cámara abandone el barrio, seguirán tan olvidados como siempre.
La barriada, surgida a las faldas del hospital de La Arrixaca, fue en su origen una zona humilde y tranquila, habitada por familias trabajadoras. Después, el Ayuntamiento fue recolocando a grupos de etnia gitana. «Al principio se pusieron en marcha muchos servicios sociales para evitar el riesgo de exclusión, pero con el tiempo todo eso se fue olvidando», explica una trabajadora social. Hoy sólo es visible el trabajo de las ONG.
Barrio de acogida
A finales de los 90, Los Rosales empezó a recibir inmigración. Hoy, los marroquíes son mayoría. También son numerosos los subsaharianos. En el colegio público del barrio, el 80% de los alumnos son extranjeros. Cuando salen de clase, sólo tienen la calle. «Aquí no hay ni un centro social ni ningún otro sitio al que puedan ir», explica la trabajadora social. Pese a que la administración parece haberse preocupado poco por traer programas de integración, la mayoría del vecindario coincide en que la convivencia no es, en general, mala. «Los problemas los crean tres o cuatro familias; por lo demás estamos tranquilos», subraya Carmen, que vive desde hace 36 años en estas calles. «Mi hija dice que venda la casa y que me vaya de aquí, pero yo no pienso irme».
Un simple paseo permite comprobar cómo hay respeto y buena vecindad entre la mayoría de españoles e inmigrantes. Sin embargo, y al margen del problema creado por la familia de Los Mudos, sí parece haber algunas tensiones entre extranjeros y los clanes gitanos que controlan el barrio y el mercado de la droga. Hace 15 días, un senegalés fue apuñalado por un menor de esta etnia. Los susbsaharianos respondieron plantándose frente a la casa del agresor como advertencia. «Lo que ocurre es que los españoles, cuando hemos tenido un problema con estas familias, hemos intentado no enfrentarnos a ellos para no complicarnos más. Pero los extranjeros están unidos, y les están plantando cara», resumen María Dolores y Agustín.
Heroína y paro
Los Rosales es uno de los principales puntos de venta de heroína de la Región. A la lacra de la droga, que ha devastado la barriada, se une ahora el fantasma del paro, que crece con la crisis. Sorprende que, a las doce de la mañana, los bancos de las plazas estén llenos de jóvenes desocupados. «Más de la mitad de los marroquíes están sin trabajo», admite Mohamed, que lleva ocho años en el barrio y es uno de los líderes de la comunidad inmigrante. Tanto él como el resto del vecindario, sea español o extranjero, coincide en pedir a la administración ayuda para hacer de Los Rosales un lugar habitable. «Si no, esto se convertirá en la selva».
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