Colas por un cartón de leche

Las ONG han dado la voz de alerta esta semana: cada vez más gente acude a pedir comida. La mayoría siguen siendo inmigrantes, pero ya empiezan a verse españoles, acuciados por el desempleo o la hipoteca

Diario Sur, AMANDA SALAZAR, 26-10-2008

Puntual como un reloj, Cándida Sánchez deja como cada día a sus tres hijos mayores en la puerta del colegio. Son las nueve de la mañana y, mientras empuja el carrito de su hija pequeña, Zaida, comienza para ella el calvario del día a día y le asalta la misma duda que le acompaña desde hace varios meses. ¿Qué van a comer hoy ella y su familia? No estamos en un país subdesarrollado. La protagonista de esta historia es una española que vive en un barrio malagueño de clase media y su familia nunca ha vivido esta situación límite. Pero desde que su marido perdió el empleo en la construcción hace medio año, las chapuzas que busca él y las horas de limpieza que le salen a Cándida no son suficientes para alimentar a todos.

«Después de pagar el alquiler, que nos cuesta 500 euros, vivimos con menos de 50 euros a la semana para comer, vestir, coger el autobús Vamos, que no nos llega», se lamenta. Intenta no acudir a la ayuda de su madre porque sabe que ella tampoco está en mejor situación: A su padre acaban de despedirle después de trabajar toda la vida en la misma empresa. Desde hace dos meses, acude a diario a la Asociación Themis, cerca de la gasolinera de Las Chapas. Allí las voluntarias reparten la comida y la ropa que les entregan entidades privadas o el Banco de Alimentos Bancosol.

Cualquiera puede tener una rápida radiografía de las personas más afectadas por la crisis económica y el paro simplemente echando un vistazo a las instalaciones de esta asociación. A la puerta de Themis se agolpan decenas de personas, en su mayoría mujeres y casi todas inmigrantes marroquíes o latinoamericanas. Son las víctimas más vulnerables de la desaceleración global. Muchas vienen con sus hijos, que juegan entre ellos ajenos a las penurias de sus madres, como si la asociación fuese un patio de juegos cualquiera. Pese a lo que se pueda pensar de antemano, el ambiente en la asociación es festivo mientras esperan que las voluntarias les entreguen una bolsa con leche, galletas, arroz y yogures. «¿Qué vamos a hacer? ¿Echarnos todos a llorar?», bromea una de las usuarias. Pero su situación no está para bromas.

Cándida narra su periplo bajo el anonimato de un nombre falso porque se avergüenza de reconocer sus penalidades. No es la única española que espera su ración de ayuda, pero como ella, ninguno de ellos quiere hablar ni salir en las fotografías. «Nadie sabe que vengo aquí», indica otra usuaria, «no quiero que mis vecinos o mi familia piensen que no soy capaz de dar de comer a mis hijos», dice mientras se rompe la voz con un sollozo. En la sala de espera de Themis se hace el silencio en señal de respeto. Pero enseguida alguien cuenta alguna broma para quitar hierro al asunto.

La presidenta de la asociación, Natalia Alonso, asegura que las cifras de españoles que acuden a solicitar ayuda se han multiplicado desde septiembre. Antes había alguno suelto, pero ahora son el 10% de los usuarios, cosa que nunca nos había ocurrido», indica, mientras que añade que son familias de clase media que lo pasa francamente mal porque a la difícil situación se le une la vergüenza por el qué dirán. Son familias ahogadas por las cuotas de la hipoteca o el alquiler, donde uno o ambos cónyuges ha perdido el empleo y que prefiere pedir la comida antes que perder la casa.

Redes familiares

Ángeles Martín, directora del comedor de Santo Domingo indica que los españoles que acuden a este tipo de servicios no son más porque las redes sociales son más fuertes que las de los inmigrantes y tienen familia a la que acudir, al menos para tener un plato de comida.

Los inmigrantes, sin embargo, están solos. Muchos consiguieron sus papeles y han estado trabajando en España el tiempo suficiente para solicitar la reagrupación familiar. Pero ahora la crisis se ceba con ellos y se sienten desamparados. Es el caso de Rosario Zárate, peruana, que lleva en Málaga solo tres meses. Pero han sido los peores tres meses de su vida. Esta enfermera llegó con sus dos hijas gracias al programa de reagrupación. Su marido llevaba trabajando cinco años en España y por fin vio el momento de reunir a su familia. Pero una semana después de llegar, le despidieron de su empleo en la construcción y comenzó la pesadilla. Rosario no puede trabajar porque su permiso de residencia no lo permite y con lo que a su marido le ha quedado de desempleo no tienen suficiente para pagar el alquiler (500 euros) y el préstamo que pidieron al banco (400 euros) para pagar los tres billetes. «Lloro todos los días para que nos dejen regresar, pero no tenemos dinero para pagar los billetes», indica. «Se nos han roto todos los sueños».

Carima también cuenta su historia. Esta marroquí casada con un español está viviendo en su propia piel el paro y las subidas del euríbor. «Compramos un piso porque todo nos iba bien y ahora estamos los dos sin trabajo y no podemos pagar los 900 euros de la hipoteca. Queremos que el banco se quede con la casa para saldar la deuda, pero no nos dejan y estamos desesperados», cuenta.

Themis no es la única asociación que se dedica a ofrecer ayuda a los más necesitados. En estos tiempos de crisis las asociaciones y ONG están saturadas. La ONG católica La Carpintería de Nazaret atiende a un centenar de familias y reparten alrededor de los mil kilos de alimentos mensuales.

Juan Antúnez acude a esta asociación para poder alimentar a su familia. Esta vez se ha llevado una caja con leche y alimentos para su bebé de ocho meses. Su pequeña tiene los mismos meses que lleva él sin encontrar un trabajo. Este paraguayo tiene claro que se volverá a a su país en cuanto pueda. «Aquí estamos malviviendo; allí la situación no es mucho mejor, pero al menos estás en tu tierra», indica. Historias diferentes pero que desgraciadamente tienen el mismo aroma a desesperanza.

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