Prostitución infantil

El Día, TROMPULGA Y CHICHAPIÉ JOSÉ A. INFANTE BURGOS, 25-10-2008

ES UNA DESGRACIA para la Humanidad que este mundo organizado no haya sido capaz de garantizar un mínimo de cobertura y dignidad para cualquier ser humano que nazca en él.

En Etiopía, por ejemplo, la subida de precios de los alimentos básicos alcanza niveles por encima del 85% mensual, cuando la mayoría de la población de zonas concretas ni tiene trabajo ni la menor posibilidad de conseguirlo. Pueden ganar, en el mejor de los casos, un par de euros diarios cuando un saco pequeño de arroz puede costar doce. El efecto es que cada vez más gente se muere literalmente de hambre y necesidad. Lo que aquí es no pagar la hipoteca, allí puede ser sacrificar a un hijo, declaraba un misionero comprometido con una zona llamada Buccro.

Al igual que la inmigración agónica de cayucos y pateras, la prostitución infantil es un efecto aberrante de esa miseria infernal, en la que tiene muchísima responsabilidad el primer mundo. Toda, porque con porcentajes de menos del 5% de lo que se ha dedicado en estos días a apuntalar el sistema financiero, sería suficiente para cancelarla de cuajo.

La prostitución infantil no sólo se produce en casos determinados, en países como Cuba o Tahilandia cada vez menos y más perseguidos, quizás los más conocidos en este sentido, sino también en todos los que identificamos como pertenecientes al Tercer Mundo. Se publicita a estos dos países en concreto, como “paraísos” de esta vergüenza colectiva, pero probablemente sucede en cualquier zona en desesperación y pueden ser tomadas como ejemplo algunas regiones muy cercanas al archipiélago canario. A una hora y media de vuelo.

Tras la cara ingenua de Dakar, donde reside mi sobrino Denchi y me cuenta, hay otra más cruda como la de los talibes. Son minivagabundos semidesnudos y mediodescalzos de entre 5 y 15 años que se mueven por la ciudad en grupos más o menos numerosos. Los líderes religiosos, los marabúes, los reclutan en los pueblos del interior y los traen a Dakar con promesas a los padres de que van a aprender las enseñanzas coránicas. Estas “escuelas coránicas” no son otras que las grandes casas de Dakar de los propios marabúes en las que se permite dormir a los niños por la noche a condición de que el resto del día se lo pasen por las calles pidiendo limosna. Cada niño viene caracterizado por mendigar con un bote rojo de salsa de tomate de la marca local “dieg bu diar”. Todos, todos, del primero al último, llevan esa lata en sus distintas presentaciones de 500 gr. y un kilo, vacía y abierta por la parte superior con un abrelatas. El total de lo que recaudan durante la jornada, en esta lata, deben entregárselo a su marabú tutelar. Mucha gente, sabedora del destino de estas limosnas, no les dan otra cosa que caramelos y terrones de azúcar. Una mirada triste le será devuelta cuando con un “vaimar” (déjame en paz en wolof su idioma tribal) te los saques de encima una vez te rodeen. Son tan pequeños que, en vez de pedirte, muchas veces pasas desapercibido para ellos enfrascados en sus juegos por las calles, persiguiéndose entre ellos, tirándose cosas o peleándose.

La prostitución y la más cruel de sus formas, la prostitución infantil, está vigente en los casos de menos escrúpulos y dignidad de sus tutores, responsables y posibles clientes. En algunos periódicos han aparecido informaciones sobre el alto crecimiento de la prostitución en Dakar y en sus alrededores. Se sabe y detecta, por informaciones contrastadas, que hombres y mujeres europeos, españoles y franceses viajan a Dakar para “disfrutar” de esta enferma variedad de turismo. Es horrible y triste, pero si los pobres llegan a jugarse la vida sin saber nadar, en travesías de muchos días, sobre botes que parecen castañas, imagínense hasta qué punto puede alcanzar la desintegración y falta de valores, sobre y de, las capas más pobres de sus sociedades.

Canarias puede hacer mucho para el desarrollo del África Occidental y, a la vez, dándole sentido, en pos del suyo propio.

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