Inmigración y deporte
La Vanguardia, , 24-10-2008Barcelona está a punto de aprobar un pacto local de inmigración que sustituirá al firmado hace seis años, cuando los extranjeros representaban poco más del 10% de la población. Aunque los crecimientos espectaculares de los primeros años de esta década se han moderado, la capital catalana cerrará el 2008 con más de un cuarto de millón de personas de nacionalidad no española registradas en el padrón. No es exagerado afirmar que pocas ciudades en el mundo han experimentado una transformación tan vertiginosa de su paisaje humano y también que muy pocas han superado como Barcelona la prueba de adaptarse, con las lógicas tensiones pero con una notable ausencia de conflictividad, a los profundos cambios demográficos, sociales, culturales y económicos que conlleva esa afluencia masiva de gentes de todos los rincones del planeta. Muchas de esas personas han decidido echar raíces en la ciudad y en los municipios de su área metropolitana. Y, con el paso de los años, a la demanda de derechos básicos como la escolarización o la sanidad se han ido sumando otros que jamás hubieran imaginado los gestores de la cosa pública.
El martes, en la comisión de Cultura del Ayuntamiento se vivió un ejemplo de esa escalada reivindicativa. CiU, haciéndose eco de la inquietud de una parte del colectivo pakistaní (formado por unas 16.000 personas), reclamó la adecuación de espacios para la práctica del cricket, deporte antiquísimo – su reglamento data de finales del siglo XVIII- pero sin tradición en España. Hoy, los aficionados a esta modalidad con reminiscencias colonialistas se tienen que conformar con explayarse en las inapropiadas instalaciones de la Satàlia, en Montjuïc, en algún parque o solar de la ciudad o desplazándose a Constantí (Tarragona), donde se ha construido el primer campo de cricket de Catalunya.
El gesto de CiU, por altruista, es del todo loable. No es habitual que una formación política dé un solo paso sin antes pensar en los votos que puede ganar o perder en el empeño, y los pakistaníes no son todavía rentables en términos electorales. Pero, al mismo tiempo, plantea dudas razonables. ¿Se le ha de exigir a una ciudad tan carente de espacios libres que reserve un terreno de no menos de 150 metros de largo por otros tantos de ancho para la práctica de un juego que difícilmente captará nuevos adeptos? ¿De verdad el fomento del cricket promoverá la interculturalidad? A quien ha visto prácticamente desaparecer de la programación deportiva de las escuelas de Barcelona especialidades como el balonmano o el hockey sobre patines, le cuesta imaginar a los niños agarrando el bate. Y, aunque cree en el deporte como herramienta de integración y cohesión social, no acaba de entender por qué el conocimiento y la práctica del cricket ha de suponer un acercamiento a otras culturas que habitan entre nosotros.
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