Elecciones EEUU Texas no es hostil a los extranjeros y muchos votan republicano
Los inmigrantes y la suavidad
La Vanguardia, , 22-10-2008Por Lluís Foix
Jóvenes soldados, heridos en las guerras de Iraq y Afganistán, convalecen en el grandioso Medical Center
Houston es un microcosmos de Estados Unidos. Es la ciudad con la mejor calidad de vida del país. Casi una cuarta parte de la población es hispana y el crecimiento demográfico de los latinos es del 60 por ciento, y sigue aumentando. Se habla inglés y castellano por los altavoces del transporte público, y en cuanto deslizas una palabra en español es fácil que tu interlocutor estadounidense cambie de idioma.
Es interesante la locuacidad de todas las etnias cuando preguntas algo sobre las elecciones. Si tomas nota en la libreta te preguntan inmediatamente ¿es usted periodista? Y empiezan a hablar, a revelar su voto, a valorar a los candidatos y a lamentar los efectos de la crisis que todavía no ha llegado a Houston, aunque será inevitable que lo haga.
Todos los negros consultados votan a Obama. Pero los hispanos están más divididos. Y los texanos blancos se decantan por McCain.
Houston es conocida como la ciudad amnistía.
Quien entra ya no sale si no quiere. La ley federal del presidente Bush prácticamente no se aplica. Me cuenta Jim Keenan, un viejo amigo que conocí en Washington hace años y que ahora trabaja en Houston, que la policía texana hace la vista gorda a la entrada de inmigrantes porque la ley es federal y la policía no tiene efectivos para hacerla cumplir.
Los inmigrantes son necesarios para mantener el crecimiento demográfico y también para impulsar la economía. Hay todavía trabajo en la construcción, los impuestos son más bajos y la gasolina es más barata. Texas no es hostil a los inmigrantes , que empiezan por trabajos modestos, entran en el sector de los servicios y van subiendo gradualmente en la escala social. Muchos votan republicano.
Raúl González ha sido presidente del Tribunal Supremo de Texas y otros hispanos han sido alcaldes de ciudades tan grandes como San Antonio. La mancha latina se ha extendido gradualmente por toda la geografía.
Cada mañana, un radio show saluda a los hispanos con un “Houston, despierta”, y ofrece noticias, tertulias y debates sobre cualquier tema.
Un estado que fue tradicionalmente demócrata hasta Nixon es hoy un reducto republicano, y la idea reaganiana de que menos gobierno es mejor gobierno no es muy cuestionada.
Se da la circunstancia, por ejemplo, de que el Parlamento de Austin convoca los plenos cada dos años. Sólo cuando el gobernador considera que hay que tratar un tema urgente reúne a todos los legisladores. Es muy infrecuente.
Esta práctica de retirar al Estado de las cuestiones que pueden resolver los ciudadanos tiene la carga ideológica del conservadurismo, muy instalado en todas las administraciones desde los años ochenta. Pero también es una señal de distanciamiento de Washington. No se olvide que, aún hoy, cuando un texano sale de sus fronteras suele decir que va a Estados Unidos.
Texas sigue su particular rumbo político. Hay muchos millonarios, el petróleo fluye todavía en abundancia, aunque insuficiente para garantizar el suministro de un país que consume el 25% del crudo del planeta. Las instalaciones de la NASA son una fuente de riqueza y de trabajo.
Estos días luce un sol mediterráneo en Houston. El agua llena los estanques y riega los parques. La gente, sin embargo, es desconfiada y sabe que una gran tormenta huracanada puede llegar en cuestión de días. El tiempo es impredecible y hay una precaución desmesurada contra los hombres y las mujeres que anuncian el tiempo. Un dicho bien conocido afirma que “sólo los locos y los forasteros se atreven a hacer predicciones atmosféricas en Texas”. Y como aquí todo es grandioso, Texas se jacta de ser víctima de más tornados cada año que cualquier otro estado del sur. A pesar de estas anomalías climáticas, es seguramente el lugar donde el extranjero se integra con más suavidad.
Gracias a la generosidad de las grandes fortunas, se ha levantado un Medical Center de proporciones gigantescas. Miles de médicos e investigadores trabajan en este complejo sanitario, que ocupa muchas manzanas, y que es mucho más privado que público. He visitado uno de sus numerosos hospitales y he visto a muchos soldados heridos en Iraq y Afganistán. Son jóvenes retirados del frente que se mueven en silla de ruedas o con muletas. Los hay también con aspecto normal, pero que sufren los efectos psicológicos de las guerras en tierras lejanas.
Texas se enorgullece de ser grande en todo. Pero no tiene una sanidad pública que garantice la atención gratuita a todos los enfermos. Es una de las carencias más llamativas y más injustas de la primera economía del mundo. Europa lleva una ventaja grande. Es más humanista, aunque cueste tanto dinero al contribuyente.
Cada elección presidencial plantea la necesidad de introducir por ley la sanidad gratis para todos. Los demócratas dicen ahora que van a implantarla. Pero está por ver. Clinton no lo consiguió. La idea de que la salud es un asunto privado que cada uno debe gestionar por su cuenta no es la más adecuada para una sociedad que no será del todo libre si no es dentro de una cierta igualdad social.
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