Adivina quién viene esta tarde

Los voluntarios de Obama apuran la campaña en lugares que podrían volverse en contra por racismo

La Razón, Marta Torres Enviada especial, 20-10-2008

Marta Torres
Enviada especial

EASTON (Pensilvania) – Maria Zachmanoglou, de 78 años, baja la voz cuando explica por qué Barack Obama tiene posibilidades de ganar el 4 de noviembre. «No es negro del todo, es mitad y mitad. Es perfecto para ser el primer afroamericano presidente. Es muy guapo y elegante y habla muy bien». Maria es de Atenas. Lleva en EE UU desde los cinco años de edad. Es griega, divorciada y tiene tres hijos: Catina, Nike y Kerry.

Cada mañana se levanta a las 05:30, pero el último sábado ha sido especial. Un autobús la espera en la estación de Port Authority de Nueva York. Su destino: Easton, un pueblo en el estado conservador de Pensilvania. El autobús, en el que viaja LA RAZÓN, lleva unos 50 voluntarios demócratas de Nueva York que viajan a distintos pueblos de la zona para colaborar con la campaña. Una vez en Easton, Maria conoce a Jody Hall, de 56 años. Son pareja para ir de puerta en puerta. Su misión: asegurarse de que los vecinos voten por Obama. Anne Lauritzen, otra voluntaria de 44 años, les da una cuantas claves antes de empezar: «En las hojas (con las direcciones de los votantes) que os vamos a dar, hay unos números. El ?1? significa que van a votar a Obama, el ?2? que están casi seguros, el ?3? que están indecisos…», explica mientras todos escuchan atentamente sus indicaciones.

Samira Ahmed, de 37 años, apunta que «estamos aquí porque no nos podemos confiar. Obama va delante en las encuestas en Pensilvania, pero no hay que descansar hasta el día cuatro».

Samira vive y trabaja en Nueva York, pero ha pedido una excedencia para colaborar a tiempo completo en Easton. Va cada día. Una hora y media de ida y lo mismo de vuelta, dependiendo del tráfico.

Una vez que han escuchado las instrucciones, Jody y Maria se suben al coche de Jody y buscan el barrio asignado. Se ven casas de tres plantas con jardines verdes alrededor de los hogares. Todo está muy limpio, apenas hay ruido y nadie tiene vallada su propiedad. «Hay gente que no cierra la puerta con llave durante el día», asegura Jody. «Vamos a ver cómo contesta la gente. Aquí hay personas a las que no les gusta que las molesten. Si no quieren hablar es mejor no insistir», advierte Jody.

En la primera casa no hay nadie. «Vamos a probar allí», recomienda la otra mujer mientras señala a un hombre en su garaje. «¿Eres Paul?», preguntan. «Sí». Saben perfectamente que se llama Paul Felber, que tiene 45 años y que es un indeciso. Lo pone en el listado que han sacado del registro de votantes.

Empiezan a preguntarle por quién va a votar. «No lo sé, tengo que ver. Lo más importante para mí es la economía e Irak. Tengo un hijo piloto helicóptero que está en la guerra. No estoy muy preocupado, pero quiero que vuelva», aclara. Las dos mujeres insisten, pero Paul reconoce que aún no sabe su elección.

¿Por qué no lo tiene claro? Apenas quedan dos semanas para las elecciones. Y si lo que más le importa es la economía, debería ser aún más fácil. ¿Acaso es racista? En la misma calle de Paul, en Heather Lane, un hombre corta el césped. Es Diego Debonis, de 59 años. «¿Eres Diego? Somos de la campaña de Obama. Venimos a darte información», explica Jody. «Bueno, aún no sé a quién voy a votar. Yo era votante de Hillary, pero ahora no sé. Estoy esperando a que pase algo», explica. Si Diego es demócrata y Hillary también, como Obama, ¿qué pasa? Mientras se alejan, Jody reconoce que «igual tiene un problema con la raza. Pero no es tan mayor como para ser racista», matiza mientras suspira. «El siguiente es un hombre de 93 años. Igual éste tiene problemas con los negros», advierte Maria. Pero el nombre del vecino que tienen en su listado no coincide con el de las personas que ocupan la vivienda. Una chica joven les dice que allí no vive nadie de 93 años. Ella sí votará a Obama.

Así transcurre la mañana. «Mira, una pancarta de McCain. ¿Deberíamos entrar?», pregunta Maria. «No, están en la lista. No debemos obligarles a hacer nada que no quieran», advierte Jody. En una de las últimas casas, una señora no las deja entrar. «Ya tenemos toda la información, gracias», contesta.

Negros no, por favor

«Vámonos, en este vecindario la gente no es agradable. Estoy sorprendida de que nos hayan hablado», reconoce Jody. Ya más en confianza después de un día entero juntas, empiezan las confesiones. «Por aquí la gente es racista. En una zona cercana, hay carteles donde está escrito ?No nos gustan los negros?. Ha habido denuncias, pero eso es la libertad de expresión», admite Jody, resignada.

Maria no dice nada. Suspira. Está cansada. Lleva varias horas caminando. En cambio, Jody sigue metida en la conversación. «Por ejemplo, mi madre misma me ha prometido que va a votar por Obama. Pero siempre es del tipo de persona que te llama para decirte que una familia de negros se ha mudado al barrio», admite.


Enviar
0 Comentarios

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)