La vida en un taller ilegal
El Periodico, , 20-10-2008Los agentes acababan de irrumpir en el taller. Sin embargo, pese a encontrarse en medio de una operación policial, los ciudadanos chinos que estaban esclavizados en esa fábrica ilegal situada en el corazón de Poblenou apenas si alzaron la mirada de las máquinas de coser. Mientras los policías identificaban y detenían a los responsables del taller, los 21 inmigrantes seguían a los suyo, como si la cosa no fuera con ellos, trabajando a destajo cosiendo y planchando prendas de ropa.
Los agentes de la Unidad Contra las Redes de Inmigración y Falsedades Documentales (UCRIF) del Cuerpo Nacional de Policía reconocen que, cada vez que desmantelan un taller ilegal, la actitud de los trabajadores chinos allí explotados es la misma: seguir trabajando. “Nosotros lo atribuimos a que no tienen ni idea de cómo son aquí las leyes. Es como si vinieran de otro planeta; como si consideraran que la situación que ellos viven es normal”, explica un oficial.
Ese local situada en la calle de Pallars fue desmantelado el pasado 9 de octubre en el marco de la operación Búnker, durante la que también se intervino otra fábrica clandestina en la calle de Enric Sanchis y fueron detenidas cinco personas: cuatro chinos y un español. En el taller de la calle de Pallars, de unos 300 metros cuadrados, había 50 máquinas de coser y tres de planchado. Allí, trabajaban – – en jornadas superiores a las 12 horas – – , comían, dormían y hacían sus necesidades 21 chinos a los que se impedía salir del obrador; el orden en la fábrica lo imponían dos encargados, controlados a su vez por los dueños del negocio. “Las veces que salían era porque la red los llevaba a trabajar a otro taller clandestino. Para trasladarlos, los metían en furgonetas del reparto de ropa”, explica el policía, que aún recuerda la dureza de las condiciones de vida dentro de ambos locales.
18.000
euros por venir
“Los inmigrantes dormían en literas y camas de matrimonio colocadas en habitáculos separados por tablones a modo de paredes, todo ello sin ventilación, casi sin luz. Las condiciones de higiene eran penosas”, dice uno de los responsables de la operación que aún recuerda el hedor, mezcla de sudor y humedad, que se percibía en todo el local. En la cocina, una sartén del tipo wok y una olla colocada sobre un horno de butano renegrido y una pica decimonónica constituían el único mobiliario.
Los inmigrantes allí explotados declararon a la policía que habían pagado entre 5.000 y 18.000 euros a la red que les trajo a España y que aquí les distribuyó por varios talleres ilegales. Sin embargo, cuando se les pidió información sobre la mafia, se negaron a dar datos. Volvieron a lo suyo. Como si la cosa no fuera con ellos.
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