15.000 pandilleros bajo control
Las fuerzas de seguridad vigilan a 430 bandas, un gran número de ellas en la Comunitat Valenciana
Las Provincias,
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20-10-2008
El fenómeno de las bandas juveniles pilló por completa sorpresa a las fuerzas de seguridad, la justicia y los servicios sociales cuando en 2002 llegaron los primeros atestados sobre grupos latinos, pero la eficacia policial y el endurecimiento legal han permitido que el problema esté estabilizado. En todo caso, según los expertos policiales, no hay que bajar la guardia porque es difícil, si no imposible, controlar a los pandilleros más violentos.
Máxime cuando, según datos del Equipo de Mujeres y Menores de la Unidad Técnica de la Policía Judicial, en España se han contabilizado más de 430 bandas (94 de ultraderecha, 137 de extrema izquierda y 200 latinas) y 15.000 miembros de las mismas. La cifra real es menor, porque muchos de esos grupos e integrantes ya no están actuando ahora mismo. Como apunta Concepción Rodríguez González del Real, magistrada del Juzgado de Menores Número 1 de Madrid, sólo un tercio de los pandilleros permanece más de un año en esas organizaciones.
En nuestro país, las regiones con mayor presencia pandillera son Madrid, Comunitat Valenciana y Cataluña, donde la inscripción de dos bandas latinas como asociaciones culturales no impediría su ilegalización. También se suman en menor medida, Andalucía, Murcia, Aragón, las dos Castillas y Galicia.
En marzo de este año, una operación contra los Latin King se saldó con 34 imputados en Murcia, Madrid y la Comunitat Valenciana. El grupo, llamado entre ellos Sagrada Tribu American Spain (STAS), mantenía una estructura organizada por células que se comunicaban con el nivel superior a través de sus jefes.
La organización delictiva desmantelada por la Guardia Civil acababa de establecerse en la región de Murcia y tenía ya conexiones en las provincias de Valencia y Alicante.
Mitos erróneos
La supuesta imposibilidad de salir cuando se está dentro de una de estas bandas es, según la jueza Concepción Rodríguez, uno de los muchos mitos erróneos sobre los pandilleros. Y, de hecho es fundamental aprovechar sus grietas organizativas para favorecer ese abandono del grupo.
Como remarca María Jesús Martín, profesora de Psicología, la medida más eficaz es “dar más elementos de socialización” a través de una pareja, el trabajo o la participación en otro tipo de asociaciones.
En cambio, advierte, “el castigo sólo será efectivo si la responsabilidad de la acción se extiende al grupo”, lo que permite acabar con cualquier “sensación de invulnerabilidad”. Y al contrario: si es individual, el riesgo es que pueda incluso “reforzar el liderazgo” del sancionado.
Amparo Pozo, psicóloga de la Fundación Diagrama que desarrolla programas de rehabilitación social de pandilleros, comparte esa visión al apostar por las intervenciones comunitarias antes que por simples “medidas punitivas, que llevan a las bandas a adaptarse, organizarse más y esconderse”, lo que complica su vigilancia y control. “El apoyo familiar y social es fundamental para la reincorporación paulatina a la sociedad”, remacha.
Desconcierto familiar
La familia es también clave para la prevención. Porque, como apunta Martín, el telón de fondo de las bandas juveniles deja ver con frecuencia “padres que no saben, no quieren o dejan en manos del colegio” el formar a sus hijos. “El patrón educativo familiar no socializa a los chicos en la mayoría de los casos”, apostilla, lo que explica el “enganche emocional muy fuerte al grupo”.
Curiosamente, hasta los propios pandilleros parecen tener conciencia de ese déficit, porque admiten que “no educarían a sus hijos como sus padres a ellos”. Uno llega a decir: “Yo no les dejaría salir con mis pintas”; y hasta propone como solución una escuela de padres.
Un estudio cualitativo realizado por la profesora universitaria con 65 jóvenes pandilleros violentos no desveló mayores problemas con la familia, que “siempre será su último refugio”, pero sí una “falta de influencia en cuanto cumplen 14 años”. También se perfila una “clara relación con la violencia” en dos tipos familiares, el carente de normas y el del “ordeno y mando”.
Y preocupa la llamada “familia bipolar”, que al encontrarse con el problema pasa repentinamente del dejar hacer a la imposición de normas rígidas. El problema es que “no suele aguantar la presión emocional” y vuelve al principio, pero con agravantes como “negar el problema” y no atender los consejos de los especialistas.
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