reportaje

Mujeres inmigrantes aprenden a reparar redes en Burela

La Voz de Galicia, A.?F.?C., 20-10-2008

Alumnas de Cabo Verde, Perú y Uruguay forman parte del relevo generacional

Alumnas de Cabo Verde, Perú y Uruguay forman parte del relevo generacional

No tienen trabajo y buscan un futuro laboral como rederas, una profesión que en Galicia necesita urgentemente mano de obra. Y aunque son mujeres o familiares de marineros, muy pocas tienen experiencia en el sector. Un grupo de doce mujeres de Cabo Verde, Perú y Uruguay afincadas en Burela aprenden en la localidad a identificar las diferentes artes de pesca que se emplean en la pesca de la localidad y, sobre todo, a repararlas y poder servir de relevo generacional en un sector en el que la práctica totalidad de sus integrantes superan los 55 años de edad.

La instructora, Lupe Neira, corre de un extremo al otro de la nave para solventar dudas, corregir errores y salvar del enredo a sus alumnas. Las pupilas se sientan cara a la pared, no por castigo, sino para sujetar los aparejos e iniciarse en la complicada labor de coser redes. En el Aula de Extensión Pesqueira del puerto de Burela, donde se imparten las clases, se habla gallego, castellano con acento uruguayo y criollo. La Secretaría Xeral de Emigración y el Ministerio de Trabajo e Inmigración financian este curso de iniciación para mujeres extranjeras. También colabora el Concello de Burela.

La caboverdiana María Segunda Gómez Coelho, de 41 años, lleva dos en Burela. Esta maestra de Primaria dejó la isla de Santiago para someterse a un tratamiento médico en la localidad mariñana, donde residen algunos familiares. «Vengo de vacaciones y estoy aprovechando para aprender a coser. Al principio sí es difícil, ahora ya empiezo a entender», afirma.

Marita Mamani, de 38 años, es peruana. Hace catorce meses que recaló en Burela, procedente de Moquegua, al sur del país andino. «Mi marido vino primero – cuenta – y, por reagrupación familiar, llegamos mis hijos, de 4 y 14 años, y yo». En su lugar de origen, Marita trabajaba en el servicio de ayuda a domicilio. Aunque su padre era pescador y ella observaba cómo trabajaba con los aparejos, confiesa que nunca le había atraído el oficio. Ahora, después de las primeras sesiones del curso, asegura que le gustaría dedicarse a ello profesionalmente.

El pasado día 5 se cumplieron dos meses desde la llegada a Burela de Fátima Mench, caboverdiana de Ribeira da Barca. Viajó con su hija para reencontrarse con su marido. Esta mujer, de 46 años, habla criollo, la lengua del archipiélago de Cabo Verde. Y se está iniciando en el arte de las redes, poco a poco.

Julia Mescco es peruana. Al otro lado del Atlántico regentaba una tienda de ropa. Para una inmigrante que lleva menos de un año residiendo en España, «es difícil encontrar empleo, por los papeles». Esta mujer, de 37 años, también vino acompañada de su vástago, de 11, para reunirse de nuevo con su esposo, Freddy, pescador. «Me inscribí en la Cruz Roja y me llamaron para el curso de redera. Es una oportunidad para aprender, en la vida hay que aprender», subraya. Igual que sus compañeras, dice que está contenta en Burela, donde ha sido bien acogida.

Gran demanda laboral

A María Lisavirgi Varela Coré, de 26 años, también le gusta Burela. Dejó Rincón, en Cabo Verde, siguiendo el rastro de los parientes. Manejarse con el aparejo no resulta nada sencillo. «Es difícil pero sí me gusta», reconoce, tras solo siete meses fuera de su país. Ellas y sus siete compañeras saben que existe gran demanda laboral en una actividad que las mariñanas y, en general, las gallegas, rehúyen. Tras los primeros días de formación también se han dado cuenta de las dificultades que entraña.

La focense Lupe Neira, presidenta de la Asociación de Redeiras da Mariña, es la encargada de introducir a las inmigrantes en el milenario oficio de redera. El curso, que durará cien horas, les servirá al menos para descubrir su destreza en el empleo de la aguja. «Cen horas non chegan para aprender, nin duascentas, nin catrocentas… Tiña que ser un ano ou máis e, aínda así, só para xente á que lle guste e que teña habilidade nas mans», destaca la maestra.

«Páganche polo que fas, por peza, non por unhas horas de traballo, e polo menos hai que facer dúas pezas ao día. Cando se sae aos portos a coser o aparello do bocarte, se non fundes non te chaman; páganche por día e queren que esteas o menor número de horas posible. Tes que ser moi experta para a tarrafa, que é o máis difícil», recalca Neira, con la tijera colgada del cuello y los bolsillos llenos de encendedores.

El aprendizaje se complica por el número y la variedad de artes. «Para non quedarte sen traballo tes que sabelas todas», constata esta veterana, que empezó a los 13 años en un oficio que lleva casi tres lustros enseñando por A Mariña, Ortegal e incluso Costa Rica, donde dio clases el año pasado a un grupo de 28 hombres y solo dos mujeres.

Falta relevo generacional

Neira defiende como nadie su oficio. Lamenta que la Administración no se preocupe «de que haxa relevo xeneracional». A su hija nunca le ha gustado esta labor, ni siquiera entraba en la nave donde trabaja su madre y el resto de compañeras autónomas. Sin embargo, sus nietas Carla, de 9 años, y Ana, de 6, «están sempre voluntarias para axudar; bueno, fan que fan».

La formadora no pierde la ocasión de exponer las demandas del colectivo: el reconocimiento de la profesión y de las enfermedades asociadas, y la aplicación del coeficiente reductor, «igual que todas as personas que pertencen ao réxime especial do mar», para adelantar la edad de jubilación. «¿Que redeira aguanta sentada no peirao, ou na chabola, oito horas aos 65 anos?», pregunta este luchadora por los derechos del gremio.

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