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Colonialismo en la metrópoli
El Mundo, , 17-10-2008No sé si tendrá éxito el reto que el presidente Sarkozy ha lanzado al Estadio: los partidos se suspenderán si el público silba el himno nacional. Como suele sucederme, los movimientos de Sarkozy me inspiran gran simpatía. Mucha más, por cierto, que los movimientos de sus críticos, capaces de decir como un Williams Nuytens, ayer en Le Monde, sin mover un músculo (particularmente del cerebro) y entre una pléiade de bobadas parisienses, que el estadio es el último reducto de la libertad. Este martes se jugaba un amistoso entre Francia y Túnez y La Marsellesa fue briosamente silbada. No es la primera vez que ocurre, pero acaso sí haya sido la más espectacular.
Suspender un partido de fútbol es muy difícil. Y ya no digamos de béisbol. Un partido de béisbol sólo se suspende si destruyen las Torres Gemelas. En cuanto a la gravedad de silbar un himno… A los españoles nos choca especialmente el temperamento apasionado de Sarkozy: aquí la quema de banderas es el súmum ígneo de la libertad de expresión. El reto del Gobierno francés se presta, además, a sufrir innumerables provocaciones de la masa; y una vez decidido y ejecutado sigue ofreciendo riesgos: hay que llevar pacíficamente a su casa a miles de espectadores decepcionados. Todo eso es cierto como es cierto que los himnos están hechos para ser coreados en todas sus versiones. Pero me gusta creer en la ilusión de gobiernos que den la cara y no el pragma dorsal.
Sin descartar el carácter contagioso, irreflexivo y de gamberrismo lúdico que suele acompañar a las manifestaciones de la multitud, es probable que los silbidos confirmen, en cualquier caso, un fenómeno del que ya ha habido anteriores síntomas en París y en otros lugares: el fenómeno de los inmigrantes (o de hijos de inmigrantes ) que odian la nación. El odio a la nación tiene una casuística muy varia, y uno es perfectamente libre de odiar: siempre deben juzgarse las conductas y no los sentimientos. Pero aventuro que los odiadores del Estadio tienen la convicción de que el colonialismo no ha acabado y de que sólo cambió territorios por personas. Entre el Argel de ayer y la banlieue parisina hay un cambio de clima y de paisaje; pero no de explotados. Por el contrario entre los explotados autóctonos y los que llegaron sí hay una diferencia simbólica muy importante: el inmigrante tiene otro lugar donde caerse muerto, un Shangri la, un horizonte perdido que vuelve en cada sueño. Unos colores en el Estadio.
Repito que me parece saludable que el presidente Sarkozy plante cara. Yo también prefiero la justicia al desorden. Pero debe tener la lucidez de aceptar que los silbidos odian lo que no es suyo.
(Coda: «Inmigrar: Llegar a otro país para establecerse en él, especialmente con idea de formar nuevas colonias o domiciliarse en las ya formadas.)
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