Las lluvias causan riesgo de epidemia en el poblado más marginal de Madrid

ABC, 14-10-2008

M. J. ÁLVAREZ

MADRID. La historia se repite. Y se repetirá cada vez que llueva. Esa es la penosa sensación que tenían ayer los habitantes del poblado chabolista de El Gallinero situado en la Cañada Real Galiana, en el kilómetro 13 de la A – 3, inundado por segunda vez en 20 días. Ahí hay un centenar de chabolas en las que se hacinan unas 600 personas (200 más que hace un año), la mitad de ellas menores sin escolarizar, todos gitanos de origen rumano.

Ayer, 24 horas después de la tromba de agua que anegó por segunda vez municipios del este de la región (Coslada, San Fernando y Rivas), el panorama en este asentamiento era indescriptible por lo estremecedor. Todo era un puro charco en este cuarto mundo en el que viven un centenar de familias. Y un inmenso lodazal, con ratas, animales muertos y basura por doquier, entre los restos de la última tormenta.

Los voluntarios de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, que ayuda a esta población sin recursos, alertaban ayer del riesgo de epidemias entre las decenas de niños que se se mojaban de pies a cabeza, con el agua que achicaban los bomberos procedente de una de las lagunas que se ha formado estos días, repleta de deshechos y moscas, un foco de infección al que no parecen temer. Otros, desnudos, se bañaban como si fuera una piscina.

No era el único peligro. Otros correteaban descalzos junto al cableado al descubierto que, enganchado a un transformador cercano, les abastecerse de luz, con el consiguiente peligro de acabar electrocutados. El poblado chorreaba. Por dentro de las precarias construcciones de madera y plástico en el que se acumulaba el fango y por fuera, con los colchones, mantas y enseres empapados, expuestos al sol.

El agua, a media pierna

En algunas zonas del asentamiento, el agua de los charcos llegaba todavía a la altura de media pierna. «Mi casa toda mojada. Ropa niños. Televisión. Colchones. Mantas. No pañales. No leche. No comida. No nada. Todo inservible», decía quejosa Virginia una joven madre con cinco hijos que correteaban por allí, descalzos y semidesnudos, ajenos a tanta desgracia.

«Anoche no pegamos ojo porque empezó a llover otra vez, aunque menos. Pasamos toda la noche en la calle, calentándonos con una fogata. Llevamos así dos noches…», indicaba Paula. Muchos siguieron su ejemplo y otros optaron por dormir en los coches o en caravanas, pero ninguno se quiere marchar a pesar de lo penoso de la situación. Perderlo todo es un drama. Pero cuando se carece de lo más básico, todo se antoja irreversible.

Dos enormes lagunas rodean los dos núcleos de favelas del poblado, uno de ellos situado en una especie de vaguada, el más perjudicado por el fuerte aguacero. Los bomberos achicaban el agua de la más grande, situada en la entrada, la que se formó en la anterior inundación, que ha llegado tener hasta dos metros y medio de profundidad.

La preocupación de todos era la próxima tormenta, de que cada vez que llueva se queden con lo puesto y vuelta a empezar… A pesar de ello, las dos unidades del Samur – Social no parecían tener mucho trabajo. Desplazadas por el Ayuntamiento de Madrid para facilitar alojamiento a quien lo deseara, nadie parecía querer utilizar sus servicios. «Aquí estamos mejor. Yo fui la otra vez a un campamento pero no me gustó porque te ponen unas normas muy estrictas a las que no estamos acostumbrados», decía Ionella.

Ninguno de los habitantes del poblado decía comprender por qué cada vez que llueve ahora acaban con el agua al dentro de sus casas. «Yo llevo aquí dos años y nunca ha ocurrido nada semejante. Por aquí hay obras a unos 500 metros cerca de la carretera (A – 3); creo que esa es la causa», decía Floren Cucu.

Los voluntarios de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada exigían a las administraciones que den una solución digna y definitiva para los habitantes de este asentamiento ilegal. «Puede haber una desgracia que lamentar», advirtió Ángel Castilblanque, párroco. Indicó que de nada sirven las campañas de limpieza, desratización, escolarización y reparto de ropa que hacemos si hay que volver a empezar».

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