Ocio / Vivamérica
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El Mundo, , 13-10-2008Miles de personas participan en la cabalgata entre Atocha y la Puerta de Alcalá que sirvió para clausurar el festival Tomás, dale la mano a mamá». La frase, dirigida al pequeño a la salida de la boca de Metro de Atocha, era más que precavida. La acera, un pequeño caos frenético, bullía: familias enteras, turistas nórdicas, grupos de latinos, pandillas autóctonas con ganas de juerga. La respuesta al porqué de tanto movimiento un domingo a las cinco de la tarde se obtenía mirando hacia arriba en la calle de Atocha. Allí, en las farolas, ondeaban las banderolas anunciando la marcha del festival Vivamérica.
Desde el 6 de octubre se ha celebrado la segunda edición de esta fiesta del arte y la cultura iberoamericanas auspiciada por Casa de América. Y ayer, Día de la Hispanidad, se clausuró con lo que la organización llamó La Marcha, una cabalgata hasta la Puerta de Alcalá en la que participaron varios grupos musicales y distintas formaciones culturales con sede en Madrid.
Por la calle se oían risas, el fragor del tráfico encauzado por algún agente – «parece que está animando al Atleti en vez de parar el tráfico, el colega», bromeaba un chaval – , el silbido agudo de los pájaros de juguete que ofrecía un vendedor ambulante y conversaciones entrecortadas de quienes intentaban, móvil en mano, localizar a sus amigos: «Dime dónde estás, mijita». Como música de fondo, la atronadora de las carrozas que esperaban en ordenada fila, erizadas de micrófonos, bajo la impávida mirada de la estatua de don Claudio Moyano.
Cuesta arriba, ante los puestos de libros cerrados, manchas de todos los colores flameando en el aire de octubre: banderas. Los hijos de Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Paraguay, Argentina, Chile, Uruguay y otras naciones exhibían sus pabellones. Cualquier sitio era bueno para ello: a modo de capa, en la mano, dibujado en la camiseta…
Otra constante, para quienes iban a desfilar, los trajes regionales. Las mujeres , preparadas para comenzar, hacían ondear amplias faldas de colores tan vivos como el plumaje de un papagayo. Mientras, un caballero chileno vestido a la usanza típica se dejaba retratar.
Los visitantes del Jardín Botánico se asomaban entre las rejas del Paseo del Prado para echar un vistazo al acontecimiento. Los márgenes de la calzada estaban muy concurridos de personas que esperaban el comienzo de la cabalgata – «dicen que a las cinco salía» – a la vez que buscaban un sitio con buena perspectiva: «Ponte ahí, mira». Y, para aderezar la espera, un poquito de conversación con las amigas sobre el tema del día: «Pues a mí me gustaría ir a Argentina».
Comentaba agorera una señora: «Va a caer la de Dios». Pero no, no llovió. Aunque esa mañana se había suspendido la actividad prevista, Fogones de Iberoamérica, en la Plaza Mayor, y a pesar de que los cámaras de televisión instalados en las plataformas salpicadas a lo largo del recorrido habían cubierto con plástico sus aparatos, no cayó una gota. Y en su momento, para deleite de los cientos de personas que jaleaban el paso de su bandera, comenzó La Marcha.
Plumas, lentejuelas, puntillas, cintas, peinetas, largas trenzas, máscaras espectaculares, música, ritmo y mucho orgullo nacional, con vivas a los distintos países, trenzaron un desfile cuyas estrellas iban en grandes carrozas para que todos pudieran verlas y, gracias a la megafonía, bailar a gusto al son de sus animadas canciones.
Las voces del día fueron las de la brasileña Daniela Mercury, los cubanos Orishas, los dominicanos Hermanos Rosario y el panameño Eddy McLean. De este lado del charco, La Pulquería y Son 21, además de un grupo de bailarines canarios que trajeron a la capital el espíritu del carnaval. Y es que en esta ocasión no era Madrid la única sede. También participaban esta vez en el certamen, por primera vez, Tenerife y Bogotá, donde se celebraron desfiles que comenzaron simultáneamente con el de Madrid. Y seguramente también la consigna, el sentimiento, eran los mismos en todas partes: «¡Que viva América!».
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