La tormenta inunda de nuevo las chabolas de 'El Gallinero'

El País, J. S. DEL MORAL, 13-10-2008

Una legión de mosquitos da la bienvenida al poblado chabolista de El Gallinero, situado en uno de los extremos de la Cañada Real, a los pies de la carretera de Valencia. Cerca de una veintena de niños, muchos de ellos desnudos, chapotean en los charcos y juegan a lanzarse agua. Mientras, los bomberos trabajan en retirar el agua de las dos lagunas que sepultan algunas de las casetas del asentamiento, compuesto en su totalidad por unas 45 familias de rumanos de etnia gitana.

La tormenta caída en Madrid la pasada madrugada volvió a causar estragos en el poblado. “A la una y media tuvimos que salir y quedarnos aquí arriba, mientras todo se llenaba de agua”, explica, con la mirada perdida en algún punto indeterminado del horizonte, Florian. La chabola en la que vive junto a su mujer, Elena, y sus cuatro hijos está totalmente anegada.

Algunos de sus vecinos, los más afortunados, sólo tienen que limpiar el barro que ha entrado en sus pequeñas casas de madera y chapa e intentar después achicar el agua que ha quedado junto a la entrada. Pero Florian y Elena no tienen ya nada que limpiar. “No podemos vivir así. Es la segunda vez que nos quedamos sin casa en menos de un mes”, suspira.

Hace apenas veinte días otra tormenta había inundado el asentamiento. En esa ocasión, los bomberos tardaron tres días en acudir a secar las lagunas de lodo. “Hoy [por ayer] han tardado más de tres horas desde que los llamamos. Esta gente necesita una solución, porque el problema se va a reproducir cada vez que llueva”, se lamentaba ya por la tarde Ángel Castilblanca, un voluntario que trabaja en la parroquia de Santo Domingo de la Calzada de la Cañada Real.

Quizá para buscar una solución definitiva a sus problemas, Adrian, uno de los vecinos más activos de El Gallinero, ya planea el próximo paso: trasladar el poblado a unos metros más cerca de la carretera. “Allí el terreno es liso y podríamos echar grava encima”, proyecta. A su espalda los cables de la luz tocan el agua. “Como sigan metiéndose los críos en la charca, alguno se va a quedar tieso”, se queja uno de los trabajadores que se afanaban en achicar agua.

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