El conseller de Educació, Ernest Maragall, se ha sentado en el pupitre de los señores políticos y ha explicado cómo se ha desarrollado la vuelta al cole de este año. El lío es tremendo, ya no por la famosa tercera hora, que él dice que sí se imparte y otros dicen que no, sino porque asegura que no hay niños inmigrantes en las puertas de las escuelas reclamando un lugar frente a la pizarra y otros denuncian la masiva presencia de estos niños por las calles esperando una plaza en las salas del saber. Y digo saber, porque es fundamental que los hijos de inmigrantes que llegan a Cataluña tengan su espacio y su lugar ante el conocimiento de las cosas, imprescindible para que se conviertan en ciudadanos de pleno derecho. El tema se encalla con el ratio de alumnos por aula. Deberían ser 25, pero conozco pocas escuelas que lo cumplan. La cuestión no es ésta. El tema radica en aceptar el problema o no. Y las declaraciones de las últimas semanas sobre el conflicto entre sindicatos, ayuntamientos y Generalitat demuestran que existe una polémica larvada que nadie quiere aflorar: faltan sillas en las escuelas para tantos.

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