El «Guantánamo» mauritano

ABC, LUIS DE VEGA. ENVIADO ESPECIAL | NUADIBÚ (MAURITANIA), 09-10-2008

En una explanada de Nuadibú hay una escuela sin alumnos y vigilada 24 horas al día por la Policía. Los vecinos del asentamiento de chabolas de enfrente acuden a llenar sus bidones de agua en la manguera que hay junto a la cancela de entrada.Es el centro de retención de los emigrantes que son detenidos mientras tratan de salir clandestinamente de Mauritania hacia las islas Canarias. El aspecto del lugar, aunque esté en uno de los países más pobres de África y del mundo, no tiene buena pinta.

El pasado julio, Amnistía Internacional (AI) hizo público un contundente informe en el que echaba la culpa de la situación del centro no sólo a Mauritania, que lo acoge, sino a España, promotora y financiadora. El informe de AI califica este sitio de «Guantanamito», con eso estaba todo dicho. El Gobierno español se llevó las manos a la cabeza y el ministro de Exteriores y Cooperación, Miguel Ángel Moratinos, indignado, llegó a entrevistarse con AI en Londres. Pocos días después, Moratinos anunció en Nuakchot la visita de una delegación española para inspeccionar el centro. Ésta llegará el próximo martes 14 de octubre con miembros de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Ni cárcel ni hotel de lujo

Pero el Gobierno español no es el único molesto. «Esto no es Guantánamo», recalca serio Ahmed Ould Eleya, director regional de la Seguridad. «Esto no es una cárcel ni un hotel de lujo. No somos perfectos, pero se respetan las reglas humanitarias mínimas».

En la noche del pasado domingo las autoridades locales, insistiendo en que no hay nada que esconder, dan permiso a ABC a presenciar la expulsión de todos los internos hacia las fronteras de Malí y Senegal. Eran casi un centenar. Setenta y seis senegaleses y malíes. El resto, de Ghana, Gambia, Guinea, Liberia y Costa de Marfil.

Cinco furgonetas deplorables, con la chapa roída por el tiempo y aspecto de no llegar más allá del descampado, pero como casi todas las que se ven por la carreteras mauritanas, se alinean en el patio del colegio al caer la noche.

Son seis aulas con el techo de chapa y cerradas con llave. Hace un calor agobiante. En un espacio de unos diez por cinco metros se han instalado 36 camastros en literas enviados en 2006 por el Ejército español. Ese es todo el mobiliario junto a la antigua pizarra, que sorprendentemente es lo único que se salva de los grafitis.

Las paredes aparecen repletas de pintadas. Hay poesías, mensajes con fechas, nombres, frases, pero lo que más destaca al ojo del recién llegado son los dibujos de barcos con alusiones a España. En el suelo, los restos de la última cena que los emigrantes han ingerido antes de que los echen.

Van como sardinas en lata. Algunos cantan, otros dicen que volverán a Nuadibú cuanto antes, otros que se lo pensarán. Les acompañan un par de policías además del chófer. ¿No hay problemas durante el camino? «Casi nunca. Comprenden que las cosas deben hacerse así», responde Mouloud mientras sigue gritando nombres. «Estamos aquí para velar por los derechos humanos», añade Abdellahi Ould Mbarek, presidente del comité local de la Media Luna Roja. No piensan lo mismo algunos subsaharianos, que aseguran que les han quitado sus papeles legales de refugiado.

Recuerdos de la derrota

Cada uno de los chavales, todos hombres, lleva como trofeo de su fallida aventura una manta, una bolsa de aseo y una botella de agua que les ha facilitado la Cruz Roja Española, que además se encarga de dar de comer a los emigrantes detenidos y su asistencia médica en el deplorable centro.

Antes de las diez de la noche el convoy sale levantando una nube de polvo iluminada por los faros. Dos de las furgonetas van hacia Rosso, en la frontera con Senegal, a unas doce horas. Las otras tres hacia Guogui, mucho más allá, en la frontera con Malí, a más de veinte horas de viaje.

En cualquier caso, nada comparado con los cuatro días que, si todo va bien, tardan en cayuco al archipiélago de las Canarias. «Antes de que los policías que los acompañan regresen a Nuadibú ya estarán aquí algunos de ellos», pronostica un mauritano.

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