El desafío de los derechos humanos
Diario Sur, , 03-10-2008HACE sesenta años, el mundo era muy diferente. No había comenzado la carrera espacial (1957), ni había llegado la televisión a España (1956) y todavía se vivían las dramáticas consecuencias de la II Guerra Mundial y de la Guerra Civil española. Pero en 1948, un grupo de naciones dieron un paso decisivo en la lucha por los Derechos Humanos. El 10 de diciembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos y pidió a todos los países miembros que el texto fuera «distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios».
En el preámbulo de la Declaración se señala que «el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad». La Declaración consagra su fe «en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres».
De eso hace sesenta años… Su artículo primero dice textualmente: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Sesenta años después, la brecha entre los que tenemos demasiado y los que no tienen nada, ni siquiera derecho a tener derechos, es enorme y no deja de crecer. No podemos estar satisfechos.
He dicho desde hace muchos años que cada despacho de abogados es una oficina de Derechos Humanos. Los abogados y los Colegios de Abogados hemos sido pioneros en la defensa de los derechos de los inmigrantes, de las mujeres maltratadas o de las personas privadas de libertad mucho antes de que ésta protección fuera reclamada por la sociedad y abordada políticamente. Luego hemos creado Servicios de Orientación y Asistencia Jurídica para estos colectivos y para la defensa de los derechos de los menores, los mayores o los discapacitados.
En Málaga lo saben bien y por eso, su Ayuntamiento, en representación de sus ciudadanos, acaba de llamar a una de sus calles, junto a la Ciudad de la Justicia, «Avenida del abogado de oficio». Gracias. Es la primera de España y es un justo reconocimiento a muchos abogados que trabajan en ese Turno de Oficio, y que, contra todos los tópicos, ni son jóvenes ni están poco preparados: tienen una media de 41 años y 13,5 años de ejercicio y han pasado por una formación especializada. La mayoría de los ciudadanos lo sabe: en el reciente Barómetro que encarga cada dos años el Consejo de la Abogacía, los ciudadanos han puntuado con una nota alta el servicio de justicia gratuita. Nada que envidiar y mucho que enseñar en este terreno a otros países punteros. La defensa de quienes lo necesitan no es sólo una obligación constitucional que corresponde al Estado y que ejerce, gestiona y desarrolla la Abogacía. Es un derecho fundamental de todos los ciudadanos, y también el arco de la bóveda que soporta la dignidad personal de saber defendibles todos los derechos y libertades en cualquier sitio y situación.
Ahora, el Consejo General de la Abogacía Española y el Colegio de Abogados de Málaga traemos a la Avenida del Mar, en Marbella, una Caravana de los Derechos Humanos que quiere ser un despertador de conciencias ciudadanas y un recuerdo de que no todos tenemos los mismos derechos. No es una exposición al uso. No se la pierdan. Podrán comprobar cómo se violan los derechos humanos en el mundo y que en España no estamos «todos» bien. Podrán sentarse en un cayuco y comprobar las condiciones de un viaje terrible y de enorme riesgo, escuchar una agresión a una mujer o leer lo que escuchan todos los días en nuestras ciudades inmigrantes o miembros de otros colectivos marginales.
Queda mucho por hacer para que el artículo primero de esa Declaración Universal de los Derechos Humanos sea una realidad. Podemos mirar hacia otro lado o comprometernos. Dividir la sociedad en dos bandos – el de los que tenemos derechos y el de los que deberían tenerlos pero nos los tienen – y seguir viviendo igual, porque nos ha tocado vivir en el territorio privilegiado del mundo. A pesar de la crisis. Hablar de los que tienen libertad y justicia, aunque sea imperfecta, o de aquellos para los que los derechos y la justicia no son ni siquiera una utopía, porque bastante tienen con sobrevivir. Hay efectivamente dos mundos. En el mejor vivimos los menos; en el otro la mayoría de los hombres y mujeres, la mayoría de los niños. Muchos no llegarán a adultos, no tienen ninguna esperanza. Por eso, entre otras cosas, siguen embarcándose en travesías imposibles, subiendo a cayucos y pateras en un viaje que muchas veces conduce hacia la muerte, convirtiéndose en «sin papeles» en un país ajenos. Casi siempre, todos esos riesgos son menores que los de quedarse donde han nacido. Al menos, queda la esperanza de cambiar el mundo. Y podemos ayudar a hacerlo.
Queda mucho por hacer para que el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sea una realidad. Podemos mirar hacia otro lado o comprometernos
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