Castejón y la "mujer del burka"
Diario de Navarra, , 15-09-2008Hace apenas dos años vi en Castejón, por primera vez, algo que me impactó profundamente. Paseando a mi bebé me crucé con una persona que, en pleno verano, con un calor sofocante, caminaba por la calle ataviada con un burka, junto a dos pequeños, uno de ellos una niña que dudo hubiese cumplido los tres años, a la que únicamente se le apreciaba la carita y, la madre, supuse entonces, alta y corpulenta, cubría incluso las manos con unos oscuros guantes. No se le veía un solo centímetro de su piel.
No pude por menos que mirarla una y otra vez, atónita, sorprendida y, sin lugar a dudas, asustada.
Esta situación me ha llevado a pensar, una y otra vez, desde aquel momento, en todo lo que ello supone. Es cierto que vivimos en un país libre, democrático, plural y muchos etcéteras más y que, gracias a mis padres, la educación que he recibido es, por principio, la de respetar a los demás por encima de todo, pero en estos momentos yo me pregunto, ¿dónde están los límites, si acaso éstos han de ser establecidos?, ¿no es cierto que mis derechos llegan hasta dónde empiezan los del prójimo?, ¿dónde empiezan y terminan mis derechos?, ¿dónde empiezan y terminan los suyos (los de la mujer del burka)?
Si por una falta de cordura se me ocurriera salir desnuda a la calle, para realizar las tareas cotidianas (ir a trabajar, comprar, llevar a los niños a la escuela, pasear con mis hijos.) de inmediato tropezaría con la prohibición de hacerlo, puesto que mi actitud atentaría contra la moral de mis paisanos (de una gran mayoría, supongo). Pero es que resulta que, a mi moral, a mi dignidad y a mis principios, atenta ver a esta mujer ataviada de esta manera.
Posiblemente alguien me tildará de intolerante, de intransigente y puedo afirmar que, no creo que dichos calificativos se ajusten a la realidad.
Me apena tremendamente ver niñas que aún no han cumplido los diez años con el velo, niñas de familias inmigrantes con las que me enorgullezco de tener relación desde que, hace años ya, vinieron a Castejón por primera vez, hijas de padres estupendos a los que aprecio y respeto muchísimo, pero niñas a las que el velo les ha restado alegría, a las que el velo les ha convertido en diferentes del resto de niños de su edad, niñas que lo perciben , lo sufren, se resignan y lo acatan. No obstante me cuidaré muy mucho de no respetar esa costumbre, aunque no la comparta o no la entienda, quizá. Lo sufriré de la mejor manera posible, aún a sabiendas de que no se trata de algo meramente estético, sino de algo mucho más profundo y, desde mi personal punto de vista, un claro ejemplo de sometimiento.
Me consta que, “la mujer del burka” , por cierto universitaria, sostiene que ella es consciente de la provocación que en el pueblo supone su hábito, y que mantiene que lo lleva de manera voluntaria, pero también creo que si a alguien desde su infancia se le obliga a caminar con la cabeza mirando al suelo y, cada vez que osa levantarla recibe un “cachete” para evitarlo, cuando alcance una edad madura y obtenga libertad suficiente para poder erguirse, no lo hará, pues su seguridad estribará en continuar con la cabeza encorvada, tal y cómo le han enseñado a hacer.
Hoy es el día que, aún a sabiendas de quién es la mujer que se oculta bajo esa vestimenta, cada vez que la veo en la puerta de la escuela o en la calle, no puedo evitar sentir un escalofrío y pienso en qué sentirán mis hijos, ¿cómo puedo protegerlos de esa “imposición”? , ¿cómo puedo velar por su derecho a no asustarse cuando yo misma lo hago cuando la veo? Realmente ¿puede calificarse de falta de respeto, por mi parte, resistirme a contemplar con normalidad a “la mujer del burka”?
ISUKA NAVARRO PINA
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