Las frases que no hay que decir

ABC, 07-09-2008

Recordemos el tópico – pero no por ello ausente de realidad – del padre que pierde el trabajo y lo oculta en casa. Sale cada mañana y se demora en un parque, en un café, haciendo aquí o allá una gestión desganada para ver si encuentra un empleo. Completa el subsidio de desempleo, mientras puede, pidiendo dinero a amigos o negociando afanosamente un préstamo con alguna promesa mejor elaborada que garantizada. Vuelve a casa tratando de dar la impresión de que todo está como debe. O como solía, aunque el nerviosismo aflora a veces. «¿Te pasa algo?». «No, nada, estamos en un momento de mucho trabajo y tensión, no te preocupes». Y así mientras pueda.

Lo importante, además de confiar en que un golpe de suerte cambie el rumbo de las cosas, es actuar adecuadamente. Al simulador le vienen bien los Juegos Olímpicos, que distraen con su emoción y jolgorio, la marcha de la familia de vacaciones mientras él se queda rumiando sus penas sin espectadores cercanos, incluso una de esas peleas en el vecindario en torno a las que se concentran todas las miradas. Cuando todos estos escenarios se desvanecen y vuelve otra vez, ante el nerviosismo, la pregunta «¿qué te pasa?», hay que salir del atolladero como se pueda: «Es que esto no puede seguir así, hay que cambiar los horarios en esta casa» o se le permite (o prohíbe) al hijo algo que suscita la controversia. Pero así no se habla del trabajo, ni del sueldo, ni de si hay que hacer o no ahorros y por qué.

Para que el castillo de naipes no se venga abajo lo que hay que hacer es evitar esas frases que no deben decirse. Y eso es, al parecer, lo que De la Vega le ha explicado a Corbacho, que se había referido a una suerte de cerrojazo a las contrataciones de inmigrantes en origen. Porque unas frases llevan a otras y a lo mejor terminamos sabiendo todo lo que pasa. Y cómo reacciona cada uno. Y lo que nos espera. La frase que no debe decirse, la del ministro de Trabajo, recibió la réplica de la oposición, de los sindicatos y los empresarios, desde el escándalo más o menos forzado al escepticismo por su eficacia e incluso su posibilidad real. Pero, al mismo tiempo, tuvo sus aplausos. Unos, más extremosos, y han sido del propio PSOE, han dicho que, en momentos de gravedad como los actuales, es mejor proteger el trabajo de los «nacionales». Otros han ido por otro lado: como es inevitable que muchos inmigrantes, ya instalados en España, van a ir al paro, es mejor que sean los primeros en recolocarse que dar entrada en el mercado laboral a otros nuevos.

Vamos, que al margen de las opiniones (algunas esperpénticas, la mayoría tan intervencionistas como la de Corbacho), la frasecita descorre las cortinas y nos muestra el salón bastante desvencijado. La vicepresidenta piensa, seguramente, que es mejor, pasadas las distracciones deportivas y veraniegas, colocar sobre la mesa temas de esos que levantan ampollas, generan discusiones acaloradas y, así, nadie habla de la oficina ni se pregunta por lo que hace el padre de familia desde que sale de casa, tan cansino últimamente, cada mañana. Por ejemplo, una nueva ley del aborto en la que se amplíen, para empezar, los supuestos para la interrupción del embarazo. Lo que iba a ser, antes de las elecciones, un asunto a estudiar tan detenida como lentamente, es decir, un guiño a determinadas izquierdas tras presentar una estrategia de campaña moderada y centrista, se convierte, para que nadie diga frases que no hay que decir, en un asunto urgente y decisivo. Reforma de la ley, no. Nueva ley. Comisión parlamentaria de inmediato. Incluso fecha para su aprobación para el próximo año. A ver si aprende Corbacho de Aído: la igualdad entendida como la constatación de que da igual de qué se discuta con tal de que no se digan las frases que no deben decirse.

Aquí, de esto, el único que habla en el Gobierno es el presidente Rodríguez Zapatero, que ensayará el miércoles en el Congreso su ya reconocida habilidad para sobreactuar, porque hasta al vicepresidente Solbes se le nota el desánimo. Lo malo es que, para salir del atolladero, no basta la simulación ni el silencio. Ni la presencia de ánimo. Se necesita la ayuda de todos y más vale llegar a casa y decir, a las claras, lo que ocurre.

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