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Los inmigrantes y el cemento
La Voz de Galicia, 06-09-2008Celestino Corbacho, que dice ser socialista, lo tiene claro. Si antes importábamos mucho cemento, porque hacíamos muchas casas, y ahora importamos poco, porque hacemos pocas casas, los inmigrantes que aspiran a vivir en España ya saben lo que les espera: cuando tenemos necesidad de ellos abrimos las puertas, y cuando no los necesitamos les damos con ellas en las narices. A muchos españoles les parece muy bueno este razonamiento, porque siempre se han creído algo superiores, y porque no tienen duda de que los derechos humanos solo rezan en los papeles. Pero a mí se me ocurre pensar que para decir y proponer estas chorradas no hace falta un ministro, ni tampoco un socialista, y que, si vamos a ir por este camino, acompaña mejor el PP.
Con la lógica de este ministro, y sin forzar ninguna concordancia, aún nos quedan potentes armas para luchar contra la crisis: suspender las ayudas al desarrollo mientras algunos españoles carezcan de vivienda; retirarnos de las misiones humanitarias o militares mientras no tengamos suficientes policías y guardias de tráfico; no abrir más sedes del Instituto Cervantes hasta que todos los españoles tengan plena competencia en castellano e inglés, y no admitir alumnos extranjeros en nuestras Universidades mientras algún español sea rechazado, por falta de plaza, en la carrera de medicina. Porque, si no hay más criterio que el económico, todas las políticas connotadas como sociales, sostenibles o solidarias son puras majaderías.
Aunque el inmigrante que trabaja suele cobrar, la inmigración es mucho más que un mercado. Y por eso resulta ofensivo oír hablar de la inmigración sin verle la cara a las hambrunas, persecuciones políticas y falta de horizontes que sirven de telón de fondo al dramático éxodo protagonizado por legales e ilegales. Los socialistas de antes solían decir que la propiedad y el trabajo tienen dimensión social, y por eso es gravísimo que el ministro de Trabajo hable de la inmigración como si estuviese en el mercado de esclavos: si está cualificado lo convierto en doméstico, si tiene los dientes sanos lo mando a los campos de fresa, si lo necesito para trabajos malditos le tolero que malviva, y si no me hace falta lo devuelvo a su aldea para que se muera de aburrimiento y de hambre.
También hay que decir que esta lamentable propuesta del ministro es, en términos económicos, una chorrada, y que el veneno que destila de fondo no se cura con el desmentido que suele hacer la vicepresidenta a gusto de la opinión pública. Porque para decir simplezas ya estamos los ciudadanos. Y a los ministros les pagamos para que, en vez de hablar como se hace en las tabernas, estudien sus temas con perfiles complejos.
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