El apreciable descenso de la presión migratoria desde las costas africanas hacia España no ha redundado, sin embargo, en el cese de trágicos episodios como el descubierto en la mañana de ayer en un cayuco con 13 inmigrantes muertos a bordo, otro flotando en el mar y varios heridos de gravedad. Una escena espeluznante, esta vez en la costa del municipio grancanario de Arguineguín, que supone el triste colofón de una de tantas singladuras que terminan en tragedia y que por desgracia han dejado de ser sucesos excepcionales. La elevada cifra de 300 inmigrantes que han perdido la vida en lo que va de año en su desesperada travesía refleja la dimensión del drama que, paradójicamente, adquiere un mayor nivel de riesgo a medida que se van intensificando las medidas de vigilancia y control en las costas africanas. Los cayucos cada vez deben emprender la singladura por el Atlántico desde zonas más remotas, en condiciones extremadamente precarias, embarcando amontonados a docenas de inmigrantes entre los que cada vez aparecen más menores y mujeres, a veces en avanzado estado de gestación. El altísimo nivel de mortandad en estos grupos, como el arribado a principios de agosto cuyos ocupantes declararon haber arrojado al mar más de una veintena cadáveres, puede tener su explicación en las durísimas condiciones del viaje por tierra que muchos subsaharianos deben realizar antes de llegar, en condiciones físicas ya muy precarias, hasta los puntos de embarque. De junio a agosto alcanzaron las costas canarias 504 inmigrantes menos que la misma época del año anterior, pero ahora parece reactivarse la ruta norteafricana como evidencia la patera con 18 argelinos localizada ayer mismo a pocas millas de Almería. El freno a esta sangría en el mar no tiene ningún atajo milagroso, como se ha hecho más que patente, sino la perseverancia en las vías de cooperación con los países emisores de los flujos migratorios a fin de ofrecer las mínimas expectativas laborales a los miles de inmigrantes que, de otro modo, seguirán lanzándose al mar para huir de la miseria.