El maná Eiffel

El Periodico, ELIANNE ROS, 31-08-2008

Mamadou se pasea disimuladamente entre los enjambres de turistas que merodean por la plaza de Trocadéro para admirar la Torre Eiffel. Lleva reproducciones del monumento más emblemático de París, insertadas en un aro como si fueran churros, lo que delata su condición de vendedor clandestino. El suyo es uno de los oficios más lucrativos del ramo. Se calcula que los 150 inmigrantes centroafricanos que acaparan el negocio en las inmediaciones de la gran estructura de hierro se embolsan unos dos millones de euros al año.
Hasta hace poco, su presencia era más o menos tolerada por las autoridades. Pero este verano la sociedad municipal que explota la torre y los comerciantes de recuerdos se han asociado para declarar la guerra a una competencia que revienta el mercado. Joven, alto, fuerte, vestido al estilo rapero y calzado con unas buenas bambas, Mamadou trabaja de sol a sol. Su mercancía se vende a buen ritmo. “A la gente le entran ganas de llevarse un recuerdo cuando ve el monumento, y si es barato se lo lleva a sus familiares o amigos”, explica a este diario el avispado inmigrante.
Su táctica consiste en entrar suave, con un cómplice “hello my friend” (hola amigo). Enseguida va al grano. Tras un breve regateo, la torre de 20 centímetros, que inicialmente ofrecía a 15 euros, vale 10 más un llavero de regalo. A media tarde, Mamadou no tiene problema alguno de cambio, a juzgar por el fajo de billetes pequeños que se saca del bolsillo. El puesto situado a la entrada de Trocadéro proporciona exactamente las mismas reproducciones made in China a 14 euros. Tampoco le faltan clientes, pero su margen de beneficio es más escaso. Debe pagar un alquiler de unos 50.000 euros anuales más los royalties que se lleva la sociedad gestora del monumento.
En cambio, se estima que cada clandestino se saca unos 3.000 euros limpios cada mes. Una fortuna en Gabón, el país natal de Mamadou. “Espero trabajar muy duro durante dos años y reunir el dinero suficiente para poder regresar y vivir tranquilo”, explica el vendedor, que antes de recalar en París trabajó un tiempo en Madrid, también en el comercio clandestino. “Ganaba mucho menos que aquí”, admite. Pero no es fácil hacerse un hueco en esta selva dominada mayormente por senegaleses y a la que solo se accede después de haber sido cooptado por un vendedor sénior, que normalmente cede el testigo en pocos años a un hermano más joven.
Los comerciantes trinan. “Perdemos un 20% de ingresos”, lamenta Mar – Henri Bacquerysses, propietario de siete tiendas de recuerdos. De los dos millones de llaveros Torre Eiffel que se agencian los turistas cada año, 400.000 salen de los vendedores ilegales. También cuantiosas son las pérdidas que alega Jean – Bernard Bros, presidente de la sociedad de explotación de la torre. El concejal culpa a los vendedores clandestinos de impedir que entren en sus arcas entre 200.000 y 400.000 euros en royalties. A punto de abordar una costosa y necesaria reforma para poner al día las anticuadas infraestructuras del monumento, el ayuntamiento y los comerciantes se han asociado para poner coto a la venta ilegal.

Presión policial
Tras varias reuniones concluyeron que no hay otra salida más que la de echar mano del remedio tradicional: aumentar la presión policial. Los agentes tienen orden de incrementar los controles, que el año pasado desembocaron en más de un millar de detenciones en la zona de Trocadéro. Pero, como reconoce Bros, “resulta imposible colocar vigilancia de forma permanente”. Así que los escurridizos vendedores clandestinos – – la mayoría está en la veintena – – regresan al rico panal, por el que pasan diariamente 600.000 visitantes.
El ayuntamiento quiere rentabilizar al máximo tamaña afluencia, por lo que una de las primeras reformas que emprenderá será reorganizar las taquillas para reducir las largas colas de acceso a la torre – – que acoge cada año a siete millones de turistas – – e instalar tiendas de recuerdos en la base del monumento. También se ampliará el espacio dedicado a la venta de suvenires en el interior de la dama de hierro, con lo que se espera aumentar la venta legal de reproducciones en detrimento de las ganancias de pescadores furtivos. “Se nota que los comerciantes nos vigilan y la policía les hace más caso”, confiesa Mamadou, siempre mirando alrededor por el rabillo del ojo. En cuanto despunta la gorra de un poli, él y sus colegas desaparecen por ensalmo entre la marabunta.

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