La promesa que Peter nunca podrá cumplir
El Universo, , 13-08-2008Ecuatoriano muerto en México se fue con la idea de volver en seis años. Anoche se esperaba su cadáver.
Se despidió de su madre, de su esposa y de sus dos hijas, de 9 años y de 5 meses, y se fue sin voltear la mirada como ocultando el dolor del adiós, pero con la promesa de mejorar la situación económica de su familia y de regresar a su país dentro de seis años.
Aquella noche del domingo 27 de julio, en el aeropuerto José Joaquín de Olmedo, en Guayaquil, fue la última vez que sus parientes vieron con vida a Peter Mora Jurado, de 30 años.
Ocho días después, en su intento por llegar a Estados Unidos, el ecuatoriano moría con un balazo en la cabeza en el sector de Agua Dulce, en Veracruz, México, en la persecución policial del camión en el que iba con otros 50 emigrantes y que en su huida se volcó.
Entre los indocumentados estaba su tío Juan Jurado Villegas, de 48, quien resultó herido con un disparo en la espalda, y la novia de este, Verónica Requeiros Morán, de 27, quienes tienen triple fractura del pelvis por del accidente. Tras la persecución también murieron un colombiano y un hondureño. Además resultaron heridos 36 hondureños, 7 salvadoreños, 2 guatemaltecos y 1 colombiano.
“El día del viaje mi hija de 9 años se prendió de su padre y le rogaba que no se fuera. Él le prometió que regresaría luego de 6 años para hacerle su fiesta de quinceañera (…). A todos nos prometió volver y ahora no podrá cumplirlo”, lamenta la esposa de Peter, Lilia Cañizares, sin poder contener el llanto.
Peter era un contador público a quien la necesidad económica lo llevó a trabajar como taxista, mensajero, conserje, estibador o perchero en comisariatos, relata su tía Francisca Jurado.
“Con dos hijas pequeñas que mantener cualquier oficio era bueno”, agrega Lilia. Sin embargo, ella recuerda que su marido siempre buscaba mejores oportunidades de trabajo, pero “ninguna puerta que tocó se abrió para él”, expresa.
Su necesidad por emigrar se hizo más apremiante tres semanas antes de viajar, cuando sus dos niñas enfermaron con problemas respiratorios. “Gastamos en medicinas, terapias respiratorias (…). Ya no había de dónde sacar dinero”, dice Lilia, quien residía con Peter en la cooperativa Sergio Toral.
Fue entonces que decidió emigrar a Estados Unidos con su tío, un comerciante desempleado, y la novia de este, una joven huérfana de madre que cuidaba de dos hermanos. La travesía de los tres ecuatorianos empezaría después de llegar a Guatemala por vía aérea.
“Al siguiente día de su viaje me llamó para avisarme que llegó bien. Pero pasaron los días y no se comunicaba. Yo estaba desesperada”, expresa Lilia mientras las lágrimas recorren su rostro. Hace una pausa y continúa su relato: “El jueves (7 de agosto) me fui a misa para pedirle a Dios que los ayude a llegar bien. Regresé a casa de mi madre y le estaba dando de lactar a mi niña cuando su familia llegó y presentí que algo malo había ocurrido”, relata.
Lilia no se equivocó y confirmó la muerte de su esposo. Su rostro se desencaja sin hallar consuelo. “Solo quiero verlo por última vez. Solo quiero que nuestro país exija justicia por todos, porque ellos solo fueron a buscar una mejor oportunidad para sus familias”, repite.
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