Que lástima, pero adiós
El Periodico, , 30-07-2008Hace ya días que tanto el Gobierno como los medios instan sutilmente a los inmigrantes a marcharse, ahora que hay crisis. Les invitan diciendo que no habrá trabajo para ellos, amablemente les enseñan la salida con una falta de hospitalidad muy propia de países occidentales (esa hospitalidad que tanto gusta a los turistas que vuelven de Marruecos).
Los que pueden dejarse guiar por este tipo de discurso, por este efecto llamada a la inversa, no han tenido en cuenta algunos elementos de la inmigración en nuestro país: no saben ni el tipo de inmigrantes ni el tipo de país que tienen. De entrada, se parte de la premisa de que cualquiera que se haya instalado en estas tierras lo hace puramente por motivos económicos: en parte sí, pero hay un grueso importante de recién llegados que vinieron atraídos más por la necesidad de vivir en una sociedad pretendidamente más igualitaria, con menos corrupción y con un espectro de posibilidades de realizarse como personas más amplio que en su país de origen. Y es que, si te estás muriendo de hambre, difícilmente tendrás el dinero suficiente para empezar de nuevo una vida en un mundo que no conoces: esto, por regla general, resulta bastante caro.
La otra premisa de la que parten este tipo de discursos es la de la temporalidad del inmigrante: que se invite a la gente a irse significa que los hemos visto solo como mano de obra (sí, a menudo barata) y que ignoramos el hecho de que las personas se van enraizando en el territorio donde trabajan, donde se forman y, lo más importante, donde muchos tienen unos hijos que no pueden volver a ningún lugar por el simple hecho de que su lugar está aquí.
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