De religión machista
La Vanguardia, , 29-07-2008Los patios de escuela, las escaleras de vecinos o las salas de vistas de los tribunales son los escenarios donde de verdad se dirimen los conflictos que luego, en las tribunas de los medios, alcanzan la categoría de tendencia social. Por ejemplo, toda la trascendencia y la miseria de la violencia machista se nos revela en un breve diálogo judicial que reproducía ayer la prensa francesa. En el banquillo se sentaba un sujeto acusado de agredir brutalmente a su esposa. ¿El motivo de la paliza? La joven musulmana había osado nada menos que aflojarse el velo porque tenía calor. Lo cual fue interpretado por la abogada defensora en estos precisos términos exculpatorios: “Nos encontramos ante una cultura totalmente diferente…”.
Habrá foros donde el respeto del hecho diferencial de la inmigración musulmana merezca ser defendido, pero al Ministerio Público le pareció que un juzgado de violencia de género no era precisamente el lugar. Así que el fiscal liquidó el asunto sosteniendo que “la verdadera religión de este señor es el machismo”. También al juez debió de parecerle que lo de la singularidad cultural pretendía ser un salvoconducto para orillar preceptos constitucionales, porque envió al maltratador a la cárcel.
El mensaje es evidente: agredir a una mujer es un acto delictivo y despreciable, ya sea en un país islámico, en el Guinardó o en la civilizada Suecia de Stieg Larsson. El hecho de que aquí se preste tanta atención a este problema y en otros países rara vez merezca despliegues informativos impide tener una visión de conjunto. El rigor estadístico con que se disecciona en España la violencia machista no tiene dónde compararse. En Francia, las agresiones contra parejas o ex parejas han aumentado un 31% en tres años, un periodo en el que el Ministerio del Interior español constata un incremento más moderado: del 10,1%. El hecho de que las denuncias del 2007 sean en España 63.343 y en Francia 47.573 sugiere que en aquel país hay menos conciencia de la gravedad del problema, por lo que aún no son tantas las mujeres dispuestas a dar publicidad a este drama que se vive en privado.
En cuanto a Larsson, periodista y escritor que murió poco después de completar una trilogía iniciada con el volumen Los hombres que no amaban a las mujeres y que promete convertirse en obra de referencia, hay que felicitarse de que su fórmula para la renovación del thriller se base, entre otras aportaciones, en contaminar la trama con una cruda denuncia de la violencia contra la mujer. Sus personajes Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander (una Pippi Calzaslargas convertida en hacker y feminista sin escrúpulos) revelan que la religión machista no tiene fronteras.
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