Chino rico, chino pobre
El Periodico, , 21-07-2008Biografías como la de Shen Dai Xi alimentan el éxodo. Tiene 33 años y va a abrir su cuarto restaurante en Catalunya, de 1.300 metros cuadrados, en el puerto de Barcelona. Partió a los 18 años de Qingtian y, tras dos años en Austria, recaló en un restaurante chino de Vilanova i la Geltrú (Garraf). Empezó limpiando platos y luego fue camarero, repartidor a domicilio y cocinero. Dos años después abrió su primer restaurante, en Salou (Tarragonès). Se casó con una compañera del colegio y nacieron sus dos hijos “catalanes”, como aclara por teléfono.
Su padre frecuenta la asociación de emigrantes de Qingtian para aliviar la soledad. Sus tres hijos volaron a Europa. Dice que el orgullo por su éxito supera la melancolía de la ausencia. Sus nietos, aclara, son otra cosa. “Prefiero que estudien aquí y no pierdan las raíces. Además, la enseñanza china es mucho mejor. Una nieta estudió un año en España y no aprendió nada, solo jugaba”, opina.
Catalán y mandarín
Shen discrepa. Sus hijos aprenden castellano, catalán, inglés y mandarín en una escuela privada. Ha echado raíces y no planea marcharse de Catalunya, aunque aclara que el futuro es impredecible. “No todos los que llegaron hace años han tenido tanta suerte. Muchos compraron establecimientos después de mucho trabajo duro, pero tener una tienda de todo a cien no significa ser rico. Las cosas están peor ahora. Los precios suben y muchos chinos que trabajaban en la construcción han perdido el trabajo”, comenta.
Miaoyun Zhu, una joven de 27 años que vive en Barcelona y que veranea en Qingtian, resume cómo ha cambiado la emigración. “Hace 20 años, mi padre pagó 10.000 yuanes 1.000 euros a las mafias por un viaje de tres meses en la bodega de un barco”, cuenta. Ella, en cambio, llegó legalmente a través de la reagrupación familiar. Su padre trabajó en restaurantes, mientras que ella regenta una tienda de ropa en la calle de Trafalgar, el Chinatown barcelonés, donde gana 4.000 euros.
Chen Wei Feng tiene 26 años, aunque no aparenta más de 18. Gana 1.000 yuanes (100 euros) con su destartalada tienda de refrescos. Insuficientes para mantener a su mujer, su hija de 3 años y a sus padres ancianos. Le denegaron el visado hace dos años. Iba a pagar 18.000 yuanes (1.800 euros) a cambio de una oferta de trabajo que devolve –
ría con tres años de trabajo esclavista. “Si no tienes familiares en España, esa es la única forma de llegar. Tienes que estar agradecido a quien te lo ofrece”, explica.
Complejo de inútil
Su madre cayó en una depresión, el tratamiento médico se llevó los ahorros y él arrastra complejo de inútil desde entonces. Intentarlo otra vez supondría más viajes al consulado de Shanghái y el riesgo a otra negativa. Sostiene Chen que sus papeles eran tan correctos como los de miles de vecinos a los que sí se los aceptaron.
El cónsul Antonio Segura justifica la negativa: “En los permisos de trabajo hay mucho fraude. Algunos dicen que son cocineros y si les pedimos que hagan una tortilla nos preguntan si han de romper la cáscara antes. Preferimos que paguen justos por pecadores a que entre gente a mangonear”.
Chen mantiene el sueño de una vida que para otros sería una pesadilla. “Sé que serían tres años duros, pero después sacaría adelante a mi familia”, repite. Espera una oferta de trabajo. Promete que hará cualquier trabajo. Y que ya estudia español. Y suplica.
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