Inmigrantes indocumentadas en EEUU esperan en cola en las calles de Manhattan a que les ofrezcan unas horas de trabajo
El Periodico, , 19-07-2008Rosa no tuvo suerte ayer. Como todos los días desde hace un mes, llegó poco después de las ocho de la mañana a la esquina de la Octava Avenida con la calle 37, donde quedan las fábricas textiles de Manhattan. A mediodía desistió. Nadie se había acercado a ella para ofrecerle un trabajo por horas. “Llevo cuatro semanas viniendo y solo he trabajado 10 días. La cosa está muy mal”, explica esta mujer, una de las muchas mexicanas y ecuatorianas que cada mañana se concentran en el Garment District, el distrito textil neoyorquino.
Rosa lleva siete años en Nueva York y acaba de perder su empleo en un salón de belleza. “Ahora tengo que coser hasta 12 horas seguidas, con 30 minutos para el almuerzo que después nos descuentan. Cobramos 8,5 dólares (5,3 euros) la hora”, dice, añadiendo que últimamente, con la crisis, les pagan menos (7,1 dólares por hora es el salario mínimo ).
A estas mujeres les cuesta hablar. Esperan solas o en grupo y son reacias a decir nombres, a contar historias. Como sus paisanos en Nueva Orleans y en tantos otros lugares de Estados Unidos que buscan empleo temporal, ellas también tienen que sobrevivir. Pero son invisibles. La mayoría no entra en las estadísticas, aunque su presencia se haya duplicado en grandes ciudades como Nueva York, donde la demanda no está en el campo, sino en el cada vez más hundido sector de las manufacturas o como empleadas de hogar. De hecho, las mujeres aglutinan el 44% de la fuerza laboral peor pagada. Es decir, casi la mitad de la inmigración ilegal.
“Antes cuidaba niños. Hoy es mi primer día aquí y espero conseguir algo”, afirma Nelly Villegas, que llega junto a una amiga. También hay chicos como Orlando Flores, de Ciudad de México. “Me cansé del restaurante porque ganaba 300 dólares a la semana. Me han dicho que cargando o planchando puedo llevarme 180 en dos días”. Flores ya ha pasado por las agencias de empleo. “Nadie pregunta si tenemos papeles. Y como el patrón sabe que no tenemos, nos paga menos”, puntualiza.
Preferencias
Idéntica imagen se repite en Williamsburg (Brooklyn). A primera hora de la mañana las inmigrantes esperan a ser contratadas para limpiar casas. Las mujeres judías pagan seis euros por hora y eligen por orden de preferencia: primero escogen a estudiantes polacas que hablan inglés. Después a polacas de entre 50 y 60 años. Por último, a latinoamericanas que no pasan de los 35.
En ambos lugares arriesgan su seguridad. “¿Qué remedio nos queda si no tenemos para comer?”, se pregunta Rosario, que a sus 49 años se gana la vida cortando hilos de chaquetas. “Llevo una década en este país y todavía no he encontrado nada estable”, precisa, recordando los tiempos de mejores empleos. Ahora se ve obligada a convertirse en temporera urbana, como el centenar de compañeras que acuden a la Octava Avenida seis días a la semana. El triple que hace seis años.
“Sufrimos el calor en verano y el frío extremo en invierno. Estamos paradas en las esquinas, necesitamos lugares seguros”, pidió la ecuatoriana Rosa Yumbla en una conferencia organizada en la Universidad de Nueva York. De eso han pasado ya tres años y siguen igual. Hasta que las cosas cambien, dependen solo de su instinto para protegerse de quienes se acercan haciéndose pasar por patrones. Ya han tenido algún que otro susto, como cuando un hombre intentó encerrarse con una joven mexicana en un ascensor. “No tienen un lugar visible en la ciudad, por eso es fácil ignorarlas”, explica la socióloga Rhacel Salazar Parreñas, autora del libro Sirvientas de la globalización: la mujer, la inmigración y el trabajo doméstico.
“Incluso en el Congreso, – – añade la especialista – – la ley que se debate para trabajadores temporales se centra en los hombres”. Pero lo cierto es que ellas son ahora la mitad de los inmigrantes que llegan a las áreas metropolitanas, la mayoría madres solteras con hijos en sus países de origen. Rosa volverá a probar suerte mañana.
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