INMIGRACION / UNA SEMANA DE TRAGEDIA

K., ¿TE MERECIO LA PENA PERDER A TU MUJER, TU HIJO Y TUS HERMANOS?

El Mundo, MARTIN MUCHA, 13-07-2008

ESTE NIGERIANO de mirada perdida al que el periodista estrecha la mano en un centro de acogida resume en su fatalidad la tragedia vivida esta semana en España con la llegada de cayucos. En las travesías murieron niños, nueve en una de ellas. Este es el relato emocionado de un encuentro Miércoles, 11 de julio de 2008. Tarde. K. eres la estrella anonima de la semana. Todos hablan de ti y nadie sabe tu nombre. Hablan de ti porque perdiste a tu hijo, el primer niño que murió, de los 10 que han muerto en cuatro días [van más de 250 fallecidos en total en lo que va del año]. En realidad perdiste tu vida entera. Eres mitad cadáver. Algo de ti feneció en el naufragio. Perdiste también a tu mujer. A tu hermano. A tu querida cuñada. Te has convertido en un símbolo anónimo. K. hasta has perdido el nombre.


Estrecho tu mano en el lugar donde te protege la Cruz Roja. Hay tantas cosas que decir [sé de buena fuente que necesitas saberlo todo]. Es un refugio en Barrio Alto 92, El Fargue, Granada. Una casita de ladrillo visto, dos plantas. Ventanas y persianas blancas cerradas por completo. Nadie en las calles. Burlar la seguridad que te impide ver a extraños fue simple. Grité tu nombre y abriste la puerta. Me recibiste con alegría a pesar de ser un desconocido. Los que te cuidan dicen que prefieres no estar solo. Nos quedamos de pie en la entrada. Las conversaciones previas con gente que te ha cuidado te retrataban moribundo de tristeza.


Te rodean macetas colgadas llenas de plantas. «Hello», suel tas. Apenas puedes hilar frases. En eso te habían descrito con exactitud. Tu inglés de acento nigeriano es simple como un anillo. Allí estás. Contextura delgada, más de 1,80 m de estatura, barba de cuatro días. Los iris oscuros rodeados de una esclerótica rojo encendido. De llorar, de haber estado demasiado tiempo en el agua. Los abriste demasiado mien tras buceabas e intentabas ver a tu mujer y a tu hijo. En cada brazada sólo encontrabas oscuridad. Pero abrías los ojos y te sumergías, una y otra vez hasta que te cansaste.


Eres humano K. Pero era tu pequeño. Tu esperanza. La razón por la que habías hecho ese largo recorrido desde Nigeria. No eras como otros que se van solos a buscar un mejor destino en Europa y luego desaparecen. No. Eran todos los tuyos o ninguno.


Se nota en esos ojos enrojecidos cuán to los buscaste. Hasta que el mar te llenó la boca de agua, los pulmones casi se colapsaron por tanto líquido. Un padre luchando contra las olas buscando sus amores. Hasta que los músculos cedieron. La piel se abrió. Te rendiste K. Con la cara mojada por las olas, te pusiste a gemir. El agua de mar sobre tu rostro se yuxtaponía a las gotas que salían de tus ojos.


Sábado, 6 de julio. Mediatarde. Partiste con los seres que querías. Fue un día feliz. Comiste bien con ellos. No estaban nerviosos. Tu hermano dio un paseo cerca del mar. Tu mujer calmaba al niño que lloraba. Los patrones de las pateras te contaron, como a los otros, que iban «a llegar al paraíso». Había poca comida en la barca y muchas personas. Treinta y siete, de distintas nacionalidades; almas que venían de Guinea Bissau, Senegal, Ghana, Camerún, Sudán, Benin, Nigeria… Tres lenguas esencialmente: inglés, francés y portugués. Varios con años de recorrido: miles de kilómetros a pie. Meses pidiendo caridad hasta reu nir el dinero necesario. K., ni siquiera imaginabas lo que iba a suceder varias horas más tarde. Te detuviste en el puerto de Alhucemas (Marruecos) a ver las olas y sonreías pensando que lo mejor estaba por venir. Antes de partir tuviste la precaución de poner tu móvil en una bolsa de plástico. Le hiciste un fuerte nudo.


Lunes, 7 de julio. Madrugada. Una ola de cinco metros derribó la zodiac. Alguien, asustado por la llegada de un barco, decidió apagar el motor. El viento era de 25 nudos [casi 50 km por hora]. Los 37 ocupantes fueron expectorados de la embarcación de seis metros de eslora y 25 caballos de potencia.


El Salvamar Hamal era la nave que llegaba. Sus tripulantes comenzaron a lanzar al agua chalecos salvavidas primero. Después todo lo que flotaba.


«PLEASE, PLEASE…»


K. volviste a tener fuerzas y seguiste buscando a tu hijo. Te tuvieron que sacar del mar. Las luces del barco no iluminaban lo suficiente. Para el rescate se guiaban por los gritos. Repasaste a los que iban sacando. Contaste 22 personas de 37 que salieron de Marruecos. Tiritando te acercaste a la barandilla. Mutis. No había nadie más. «Please, Please, my baby, my wife, my brother and my sister – in – law are out there» [Por favor, por favor, mi bebé, mi mujer, mi hermano y mi cuñada están allí], dijiste repetitivamente, señalando un mar tan oscuro como la agonía.


Mientras regresabas, no podías dejar de mirar atrás. Repasaste tus bolsillos, encontraste tu pequeña fortuna personal. Los 250 euros que te iban a permitir sobrevivir con tu familia.


A las 5:30 de la mañana, los 23 sobrevivientes llegasteis a Motril: 20 varones, tres mujeres [una de ellas embarazada de 15 semanas]. «No nos dejen morir», suplicaban algunos. Hamza, una voluntaria, se acercó y vio tu cuerpo rasguñado. «Las lesiones se las hizo intentando rescatar a su hijo», explicó.


Por la tarde, apenas comías. Te dedicaste a beber zumos y algunas galletas. Salvamento Marítimo siguió buscando sobrevivientes. Sólo encontró la zodiac y algunas prendas. Los médicos decidieron darte un tranquilizante.


Martes, 8 de julio de 2008. Los policías quitaron de tu vista cualquier arma de fuego. Pensaron que podías suicidarte. No saben lo fuerte que eres. Mientras le contabas tu tragedia a la psicóloga, una de las intérpretes rompió el protocolo. Sujetó tus largas manos. Se hizo una cadena de lágrimas. Lloró contigo. Le siguió otra interprete, un policía…


La primera buena noticia llegó por la tarde. El Gobierno decidió que te podías quedar en España. Se apeló a una excepción de la Ley de Extranjería: asilo por causas humanitarias. Un premio a tu maldita melancolía. Era la confirmación de que te quedabas solo.


Dejaste el centro de internamiento del puerto de Motril y te llevaron a El Fargue. Te fuiste con la cabeza gacha. Vestías una camiseta azul de mangas largas, pantalones beige y zapatos negros. Llevabas unos papeles en la mano que apretabas contra el cuerpo.


Un helicóptero, el avión Serviola – 2, una patrullera de la Guardia Civil y la embarcación Remolcanosa seguían buscando los cuerpos. A las nueve de la noche, la Subdelegación del Gobierno ordenó paralizar la búsqueda.


Miércoles, 9 de julio. Ocho de la tarde. Mientras te repones en El Fargue, al puerto de Motril llegan 74 inmigrantes. Diez menores [entre ellos cinco bebés de menos de un año y un niño de tres] y dos mujeres embarazadas. «Es una guardería – patera», refiere un tripulante del Salvamar Hamal, el mismo barco que salvó a K. No hubo muertos.


SEDIENTOS Y HAMBRIENTOS


Un joven llega en ese barco con su padre. Ellos habían salido el lunes. El confiesa que todos los que embarcaron sabían de los 14 fallecidos de ese mismo día. No les importó.


La situación es tan extrema, que varios voluntarios de la Cruz Roja de Motril recibirán atención médica. Tu historia ha dejado una estela de desilusión.


Jueves, 10 de julio. 00.00 horas. En tu aislamiento, no lo sabes, pero hay nueve niños muertos más. El rescate se produce en Almería. Una mujer embarazada perdió a su bebé. Tienen entre 12 meses y cuatro años. Sí. Son de la edad de tu hijo. Las estadísticas son crueles. En los tres últimos viajes en patera con destino Andalucía viajaron en total 21 menores. Diez murieron [extraoficialmente cinco niños y cinco niñas].


Paradójicamente, a este cayuco los avistó el equipo Telefónica, dos embarcaciones que participarán en la multimillonaria Vuelta al Mundo de Vela. Los subsaharianos levantaron los cuerpos de los niños para llamar su atención. Su lancha neumática medía seis metros de eslora. Los vieron a 50 kilómetros de la costa de Almería varias horas antes. Un par de barcos mercantes de última generación pasaron antes, ignorándolos.


El viento alcanzaba casi 75 kilómetros por hora. Las olas, cuatro metros. Felizmente, ellos no cayeron al mar.


Su travesía comenzó el jueves 3 de julio. El motor de la lancha neumática se paró el sábado con el temporal que también viviste. Los más fuertes comenzaron a remar. Comenzaron a dar vueltas en círculos arrastrados por la corriente. Las pocas provisiones se acabaron pronto. Comenzaron a beber agua de mar, lo hicieron por cuatro días. Trataron de pescar, sin éxito.


Los niños iban desfalleciendo por el hambre y por la sed. Sus cuerpos comenzaron a descomponerse el martes. Pero las nueve madres se negaban a arrojar los cuerpos. Trataban de dormir abrazados a sus cuerpos.


Primero lanzaron los cadáveres de los seis adultos que murieron. Un camerunés de 27 años fue uno de los que comenzó a arrojar a los niños al mar. «Tuvimos que hacerlo», contó. Les permitía ganar estabilidad y resultaba duro soportar el hedor.


Al llegar al puerto de Almería, muchos de los sobrevivientes desfallecen. Cuentan lo que les costó viajar. Entre 1.000 y 1.500 euros. Se contabilizan los muertos: 14 muertos en el mar más una que feneció en tierra. ¡Milagro! Un pequeño de 15 meses sobrevivió. Ni su madre se lo creía. Corre a buscarlo y lo abraza. Se lo llevan con quemaduras en la ingle, fiebre de 40 grados y dificultad para respirar. Su fortaleza resulta increíble: a pesar del evidente dolor no parece sufrir. Mantiene sus inmensos ojos oscuros abiertos, observando todo. Se distrae con los lentes de las cámaras.


Las otras madres buscan también a sus hijos. Estaban tan débiles que no habían tomado conciencia, hasta este momento, de que sus pequeños están en la profundidad del mar. De los otros nueve, sólo han llegado a tierra sus chupetes.


Epílogo. Los especialistas que siguen tu caso han recomendado que evites ver vídeos de la llegada de cayucos. De las madres convalecientes. De tipos sollozando. K., no es conveniente que sigas rememorando. Pero es importante que vuelvas a ser tú, Kinsley. Es necesario que dejes de ser un anónimo. Superviviente, te toca reconstruir todo.


Como rutina miras tu móvil. Lo enciendes. En la pantalla iluminada, un niño pequeño. «He’ll be with me forever» [Estará conmigo para siempre]. La imagen del primero de los 10 niños muertos en pateras esta semana se apaga. Buenas noches, Kinsley. Valiente.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)