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Detalles de un dilema prácticamente irresoluble
La Voz de Galicia, , 11-07-2008| Los límites del control migratorio
El dato corre el riesgo de pasar desapercibido y es importante: aún cuando ya habían muerto catorce personas a bordo de la lancha, los supervivientes hicieron lo posible por no ser localizados. Fue un velero el que dirigió a la Guardia Civil hasta los náufragos. Y se entiende por qué: el inmigrante que lo ha apostado todo, incluso su vida, al éxito de este viaje tiene que ganar la costa, puesto que ser sorprendido en el mar hace más fácil la repatriación. En teoría.
En teoría, porque en este asunto de las pateras apenas hay certezas. Es dudoso que la Guardia Civil pueda actuar legalmente en aguas internacionales, y más aún obligar a una embarcación a regresar a puerto. A ello hay que sumar una ambigüedad inevitable: los guardacostas son a la vez los encargados de rescatar a los náufragos y de detenerlos y repatriarlos.
Ambas funciones son a la vez complementarias y contradictorias. Así, fue la mejora en la vigilancia de las costas más accesibles lo que llevó en el 2006 al salto de la patera al cayuco y del recorrido corto desde Marruecos al viaje, mucho más peligroso, desde Mauritania.
Pero ni siquiera es el caso de este último drama, puesto que la lancha parece haber salido de la localidad de Alhucemas, en la costa marroquí. Eso se deduce de la zona del rescate, Almería, y de la renuencia del delegado del Gobierno a hablar del asunto a preguntas de los periodistas.
Cooperación con Marruecos
Todavía están recientes los saltos de la valla de Melilla, en los que España precisa de la cooperación absoluta de la gendarmería marroquí, y las relaciones con el reino vecino pasan por un momento delicado por el rumor de que, a causa de la crisis, España prepara una repatriación de marroquíes, voluntaria pero masiva. En Marruecos se dice que podrían ser unos 200.000 trabajadores y se teme el efecto que pueda tener su regreso.
Lo curioso es que, en el plano estrictamente estadístico, la política diseñada por el Gobierno está funcionando. El número de embarcaciones ilegales ha caído rápidamente desde el pico que supuso el 2002 (con otro pico inesperado hace dos años); la cooperación policial con los países de salida ha disparado las detenciones: unas 3.000 al año, no siempre con las mínimas garantías humanitarias; la presencia de agentes españoles en esos países ha permitido que casi la mitad de los apresamientos se produzcan ya en África, y que disminuyan las travesías a Canarias, ahora la región más vigilada.
Logros policiales
Pero tragedias como la que se conoció ayer revelan los límites de ese éxito: se trata de logros policiales, no de soluciones morales o políticas. Hasta ahora, nadie ha sido capaz de proponerlas. La promesa de más ayuda al desarrollo como freno a la inmigración de la que hablaba ayer Zapatero es, por desgracia, una ilusión.
Los que se suben a los cayucos son la clase media – baja de sus países, quienes tienen acceso a la información y el mínimo de líquido para emprender la aventura. Más de la mitad proceden de tres de los países más ricos de la zona: Senegal, Gambia y Marruecos. El desarrollo, nos guste o no, no es un freno sino un motor de la emigración.
Se trata, pues, de hacer frente a un auténtico dilema. Una mayor eficacia en la represión reduce el problema de las entradas ilegales, pero agrava el problema humanitario, mientras que una actitud más humanitaria agrava el problema de las entradas ilegales. Y nadie puede presumir de tener la solución.
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