Desde Dentro Ricardo Peytaví

Un cuento moro

El Día, 30-06-2008

NO PIENSO discutir lo que ocurre en Marruecos con
alguien como Rabat Nadia Yassine, líder – o lideresa, para que no me llame
Bibiana Aído – del movimiento islamista Justicia y Espiritualidad; una formación
perseguida por el Gobierno de Rabat. Yassine, en su condición de marroquí,
conoce su país mejor que yo. No obstante, he recorrido demasiadas veces el Reino
de la dinastía alauí para que alguien, aunque sea alguien como Yassine, me venda
una moto sin ruedas. No es verdad que a algunas chicas magrebíes sus familias
les obliguen a taparse la cabeza, “pero muchas de ellas lo deciden libremente”,
como asegura esta política magrebí. Para ser exactos, se trata de una verdad
inversa. Lo correcto sería manifestar que algunas chicas pueden decidir
libremente si usan el pañuelo o el hiyab, pero a la mayoría se lo imponen sus
padres o sus hermanos mayores. Ocurre lo mismo con muchas de las marroquíes que
viven en Canarias.

Alguien puede estar en desacuerdo con estas
afirmaciones, pero dispongo de horas y horas de grabación en vídeo para
demostrar lo contrario. He perdido la cuenta del número de reportajes para
periódicos y televisiones que he realizado en Marruecos. Es de agradecer, y
mucho, no tener que pagar ningún estipendio por el permiso para grabar dichas
imágenes, lo cual no es lo habitual en los países africanos. Tampoco me han
puesto a un comisario político al lado, en forma de periodista de obligada
contratación, para limitarme los movimientos. En Marruecos he podido ir a donde
me ha parecido oportuno…, siempre que no tocara las narices. Es decir, de Tiznit
hacia el Sur he debido ser cuidadoso con el asunto del Sahara. Pero nada más. La
realidad social de Marruecos la he podido radiografiar con libertad. Sólo en
algunos barrios de Casablanca me ha tenido que acompañar la policía; no para
controlarme, sino para protegerme de los fundamentalistas. Malo será el día,
incluso para Canarias, en que el Gobierno marroquí no pueda mantener a raya a
los fanáticos religiosos.

Por lo tanto, que no venga Yassine con cuentos moros. A
ver cuántas chicas y mujeres jóvenes se ponen el hiyab en pleno verano no ya en
la playa de Agadir, sino en la propia Fez o Mequinez. Asunto distinto es que
algunas mujeres musulmanas residentes en España, o en cualquier otro país
europeo, adopten un tipo de vestimenta como reafirmación de su identidad frente
a los ataques, desde mi punto de vista injustificados, que reciben los creyentes
mahometanos desde los atentados de Nueva York y Madrid. Son cosas distintas.

De la misma forma, carece de sentido afirmar que en los
países musulmanes no hay maltrato a las mujeres, cuando el propio imán de
Fuengirola tuvo que vérselas con la justicia por explicar en la mezquita cómo
golpear a una esposa sin dejarle marcas en la piel. No hay casos de maltrato
porque no se denuncian. Y si se denuncian, siempre es el marido quien ofrece la
versión indubitada. Salvo en el caso de Marruecos, donde la mujer, sin estar
todavía a la altura de Occidente en cuanto a igualdad de derechos, goza de mayor
respeto que en cualquier país islámico. La tienda de “Zara” en Agadir no vende
muchos pañuelos.

rpeyt@yahoo.es

 

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