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Corrosiva e inmoral UE

La Verdad, 28-06-2008

A ver si con las últimas fechorías de la Unión Europea se despierta en nuestro continente un mínimo sentido crítico sobre tan prestigiada construcción burocrática, y a ver si en España – donde tanta hambre de Europa padecimos durante la dictadura – espabilamos. Hasta ahora existía la «tradición» de que a la hora de legislar la UE se guiaba por las políticas más generosas, beneficiosas o sociales ya existentes en alguno de los estados miembros, y ahora nos encontramos con todo lo contrario, que se legisla alineándose con las políticas existentes más reaccionarias e inmorales, la italiana a la sazón, producida por un gobierno ultra y xenófobo, envuelto en aromas de estato – mafia (y pronuclear, adicionalmente, vaya por Dios), que ha sido constituido por deseo mayoritario del preclaro pueblo italiano.

Porque, reconozcamos que mucho no nos ha conmovido – si hemos de atender a los acontecimientos de los últimos tiempos – el callado consentimiento ese de los vuelos secretos de la CIA transportando en secreto presuntos terroristas (pero, ¿a quién puede la CIA llamar terrorista?) hacia Guantánamo. O el repetido silencio cada vez que salen a la luz las tareas de espionaje de la red Echelon, por la que Estados Unidos y sus incondicionales más selectos espían a quien les place, incluyendo a la UE. Ni la canallada de alinearse incondicionalmente con Israel en la asfixia a los palestinos de Gaza. Asuntos todos ellos, por cierto, muy diligentemente llevados por el español Javier Solana, un «destapado» que no deja de sorprendernos, y que está convencido de que es legítimo negar el pan y la sal a pueblos enteros por haber votado masivamente a su partido preferido, como es el caso de los palestinos y de Hamás. Se trata de crímenes internacionales que, como nos hacen responsables a todos un poco y afectan a otras gentes, distantes y malditas, pues nada más prudente que mirar para otro lado.

(Añado que prefiero continuar «disfrutando» de la histórica incompetencia de España en generar políticos de talla internacional a mantener a este Solana, con ese siniestro papel recalcitrante, de múltiples fechorías que convendría no ignorar, y que a mí no me honra en absoluto: me avergüenza.)

Esto de las 65 horas ya promete más, y de hecho ha levantado ampollas incluso entre fervorosos europeístas de toda la vida, a los que empieza a fallarles el mito. Tengamos presente de qué manera, tan rápida y consecuente, se ha pasado de hablar de las 35 horas (y de regir, parcialmente, en el caso de Francia de los años 90) a anunciar las 65. ¿Simple respuesta a la crisis, una más y no la última? ¿Demolición de una historia de luchas, sangre y avances!

Yo creo que, con todo, la novedad comunitaria más infame es la reciente directiva sobre la inmigración, en la que Comisión, Parlamento (¿que en esta decisión miserable ha dejado de ser de piedra!) y la mayoría de los estados miembros – incluyendo el nuestro – se han alineado, con explicaciones y excusas de variada índole, con el rebrote fascista del Gobierno de Berlusconi. Ya saben que, en esencia y desde el punto de vista del derecho (civil y político, ni más ni menos) la liberal UE ha decidido tratar a los inmigrantes calificados de «sin papeles» como delincuentes, aproximadamente. Que la sacrosanta ley de la oferta y la demanda, aplicada a la «crisis de la emigración», actúa así: que lleguen emigrantes de sobra, sin protestar mucho de los ilegales, que son más baratos, cuando hacen falta, y echarlos a la puñetera calle (o sea, a sus países de miseria) cuando nos estorban.

Hay que esperar a que los sesudos juristas europeístas a machamartillo, sobre todo los que se definen de izquierdas y concretamente los zapateristas, analicen el evento y califiquen con su ciencia la iniciativa. De momento, guardo tres fotos de prensa con el saludo progresivo, y la faz cambiante, del flamante secretario de Estado para Europa, el prestigioso jurista y antiguo comunista Diego López Garrido, con su homólogo italiano; y las guardo porque creo interpretar en el rostro de Garrido, que evoluciona desde la perplejidad a la sonrisa forzada, que reconoce la canallada y su abdicación en moralidad: ¿Y no sería mejor dimitir hoy mismo – parece querer pensar el reconocido profesor – que dar la mano a esta caterva de fascistosos? ¿Y si me corto las venas a mi regreso a Madrid, pasando a la historia con la gloria de los sabios y así me ahorro el seguir triunfando en política?

Tanto o más me ha impresionado la vicepresidenta Fernández de la Vega dando cuenta de la efemérides, cuyo peculiar estilo de portavoz nos la mostró, incluso mientras se tragaba el sapo último de la directiva europea, como amenazando y abroncando a los periodistas y a la ciudadanía. ¿Qué arte!

Pero el liberalismo, oigan, era eso, y el liberalismo europeo, de tan rancio abolengo, puede ser así y aún peor. Que muchos piensan que es lo de los libros: pues no. No pudo desarrollarse la economía, calificada de liberal tras el paso de los fundadores doctrinarios en la transición de los siglos XVIII al XIX, sin la trata de negros, la esclavitud y el inmenso sufrimiento de decenas de millones de seres humanos (a los debeladores del estalinismo y del nazismo se les olvida que la expansión capitalista ha sido mucho más mortífera, violenta y genocida desde la etapa de los descubrimientos y siguiendo con la colonización y el imperialismo).

No me olvido de que la política de Zapatero y Moratinos (y de otros, competentes y éticos diplomáticos que yo me sé) de actuar en los países subsaharianos emisores de carne humana desesperada es encomiable; pero que tiene un alcance muy limitado desgraciadamente, no entusiasma a la UE y, además, incurre en riesgos importantes: apoyar económica y políticamente a gobiernos infames (por ejemplo, el de Níger, que masacra a los tuareg porque se rebelan contra el abuso de las mineras del uranio, secundadas por ese Gobierno), incrementando cada día las contradicciones de una política exterior rara y muy poco autónoma. Es Europa entera, como realidad histórica y económica, la que debe reconocer que su riqueza se ha construido, y se mantiene, sobre el dolor, el abuso y la explotación de medio mundo, y especialmente sobre esos países hambrientos desde donde nos vienen los emigrantes a los que ahora se les encierra y expulsa.

Pedro Costa Morata es profesor de la Universidad Politécnica de Madrid y Premio Nacional de Medio Ambiente 1998.

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