Desde Dentro Ricardo Peytaví

La nueva inquisición

El Día, 28-06-2008

ES UNA PENA que María Teresa Fernández de la Vega le
haya tomado tanta ojeriza a la ministra de Igualdad, hasta el punto en que no le
deja abrir la boca sin llamarla a capítulo. Nunca mejor dicho, ya que la
vicepresidenta ejerce de madre superiora – y ejerce bien – en ese convento un poco
raro en que se ha transformado España; quise decir este país. Cierto que Bibiana
Aído suele meter la pata cada vez que habla. Eso no lo discuto. No anda
desencaminada, en cambio, cuando critica que las mujeres de determinadas
naciones deban llevar velo y vestidos largos. Ahí tiene toda la razón del mundo.
Ocurre, empero, que el Gobierno del talante, la Alianza de civilizaciones y
otras paridas múltiples siente debilidad por el mundo árabe. De forma concreta,
a Desatinos se le descompone su abotagada cara cada vez que intuye, sólo intuye,
que pueden negarle el saludo en Marruecos, o no ser invitado a tomar el té en
Damasco. Por eso han llamado al orden a la joven, y de momento un tanto díscola,
Bibiana, cuando se ha metido con quienes imponen el hiyab, el shador, el burka o
lo que se tercie. La ingenuidad siempre se paga.

En fin, tirones de oreja aparte, lo cierto es que en una
sociedad como la nuestra, que lleva décadas rasgándose las vestiduras – y con
razón – a cuenta del terror infundido en su día por el Santo Oficio, y en un país
como este, donde muchos de los que todavía andan por la calle sufrieron la
mordaza del franquismo, estamos instaurando a pasos agigantados un tétrico
régimen de caza de brujas a cuenta de lo políticamente correcto. Que a nadie se
le ocurra – ni siquiera por descuido – afirmar que la inmigración ilegal nos ha
creado problemas y los seguirá creando en el futuro. A veces, quienes así
piensan y así se manifiestan, añaden la coletilla de que la inmigración, la
legal, ha sido muy beneficiosa, pues ha permitido, entre otras bondades,
mantener vigente el sistema de pensiones. El envejecimiento de la población
nativa, ustedes lo saben, pone en el candelero – en el candelabro, según una
conocida descerebrada a la que todavía no han hecho ministra, aunque parece que
están en ello – la caja de la Seguridad Social. No obstante, tal coletilla no los
salva ya de los inquisidores, grandes o pequeños, de lo políticamente
adecuado.

Mención aparte merece la persecución de quienes
introducen en su lenguaje, tanto el hablado como el escrito, expresiones de
corte machista. El último invento al respecto es un programa de ordenador que
corrige determinadas palabras si se emplean de forma que denigren la condición
femenina, y libra in extremis al presunto reo de sufrir tortura en el potro.
Cierto que el diccionario de la Real Academia utilizaba definiciones bastantes
distintas para hombre público y mujer ídem. Con eso hay que acabar. Lo otro me
parece, siendo bastante moderado, una idiotez monumental. El inalienable derecho
de la mujer al respeto tiene – debe tener – otros derroteros. Bien es verdad que
la ministra Bibiana está tan encantada con dicho programa informático, elaborado
por ingenieros e ingenieras, como con la última palabra que ha inventado:
inferiorizadas. Ciertamente hay redes neuronales manifiestamente inferiores, y
no las albergan precisamente las testas femeninas. Porque, después de todo, el
que la nombró ministra tiene menos luces todavía.

rpeyt@yahoo.es

 

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