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STÁ ya a la venta su libro, y Najat El Hachmi no las tiene todas con ella. Cuando vuelve a su pueblo natal, junto a Nador, sus primas le dicen que “tú ya no eres de los nuestros” porque anda torpe lavando la ropa en el río. Y es que en Marruecos sólo vivió 8 años y ya lleva 17 en Cataluña. Jo també soc catalana se titula su libro, en el que se reconoce en tierra de nadie y universalmente discriminada. Habla catalán tan bien o mejor que sus vecinos de Vic, incluso a veces tiene la tentación de corregirles fallos de dicción o de sintaxis. Le delata su piel aceitunada y se arrepiente de aquella primera época en la que pretendía ocultar sus orígenes disimulando su acento bereber y frotándose la piel para hacérsela más blanca. Pecadillos de juventud. Ahora, licenciada en Filología Árabe, recuerda cómo un imán de Vic le expulsó de la mezquita por ir con faldas y las veces que le han negado el alquiler de un piso por el color de su piel. Miserias humanas, dice sin rencor, miserias que pueden radicalizarle a una, o amargarle, o dejarle ese eterno poso de la marginalidad. Ella no lleva ni velo, ni pañuelo, ni distintivo alguno. Pero asegura que si algún día, como en Francia, se lo prohibieran, inmediatamente se lo pondría. Se estremece sólo de pensar que un trozo de tela pueda causar tantos problemas y que tanto la prohibición como la obligación es caer en extremos. Le da lo mismo el velo, que el sombrero, o que la barretina, porque todo es cuestión de estética, o de buen o mal gusto, o del simple, necesario e imposible respeto.