Un grupo de 250 inmigrantes sin papeles llega exhausto en una zodiac a la isla de Lampedusa
El Periodico, , 26-06-2008Ojos rojos y salitre en los párpados. El andar cansino y un olor putrefacto, el lógico en una persona que lleva días en el mar, sin más agua dulce que la indispensable para beber. Graves quemaduras en la piel que, pese a ser negra y más resistente a los rayos solares, no ha podido soportar los rigores de un sol de justicia durante la larga travesía. Aún así, a quien les sonríe, le devuelven la sonrisa.
Son las primeras impresiones del contacto con 250 inmigrantes clandestinos rescatados en la costa de Lampedusa el martes a primera hora de la tarde por una patrulla de la Guardia Costera, muy cerca de una cala paradisiaca.
Llama la atención una chica muy joven, – – “Mi nombre es Osca, tengo 22 años y soy de Nigeria”, responde en inglés esta mujer en avanzado estado de gestación. Se tambalea hasta el punto de que da la sensación que se va a desplomar de un momento a otro. Está embarazada de siete meses.
“Quiero una vida mejor para mi bebé, lo he hecho por mi bebé”, acierta simplemente a decir antes de ser atendida.
Dos horas antes, el comandante Damanti había pretendido, sin éxito, descansar tras la comida. Otra vez imposible. Desde que empezó junio, no dan abasto. El aviso llega de un pesquero. Es una barca de madera no demasiado grande con 250 inmigrantes . Está muy cerca de la costa, tanto que los turistas más privilegiados que están en una cala a la que solo se puede acceder por mar pueden, aunque de lejos, seguir el rescate. “No es habitual que una embarcación llegue tan cerca de la costa sin ser vista ni por el avión ni por un pesquero”, explica el comandante, para añadir que la barca zarpó de Túnez, al estar al norte de la isla. Si salen de Libia, llegan al sur.
“¡Seat down!”
Pese a que el mar está tan calmado que parece una piscina, circunstancia que, sin duda, facilita las cosas, el rescate no resulta sencillo. El hacinamiento en la barca provoca momentos de peligro cuando, al percatarse de haber sido vistos, se algunos se levantan. “¡Seat down!” – – “siéntense” – – les grita un miembro de la tripulación que, vestido con un traje de plástico blanco y protegido con mascarilla y guantes, se dispone a darles la mano, uno a uno, para ayudarles a subir al buque de salvamento. La barca se escora.
"Una situación como esta – – explica paralelamente el comandante – – “es muy peligrosa si hay oleaje porque nuestro barco choca con las barcas al acercarnos y hay mucho riesgo de que se rompan y acaben hundiéndose”.
Una vez los 250 en el buque de la Guardia Costera es fundamental repartir el peso en proa, popa y laterales. A unos 20 minutos del puerto, el comandante decide esperar a la llegada cuando, al intentar repartir agua de forma controlada, muchos inmigrantes , sedientos, se abalanzan sobre el miembro de la tripulación que hace el reparto.
“Me duelen mucho las piernas”, dice Alí, de 25 años, de Gambia, ataviado con un gorro de lana pese a las altas temperaturas. “Estoy muy feliz de estar en Italia”, añade antes de bajar en el muelle del puerto de Lampedusa.
Agua y galletas
Tras una primera y breve atención en el muelle – – agua, galletas y primeros auxilios – – , un autocar los espera para trasladarlos al centro de acogida de Lampedusa. Allí se decidirá si son devueltos o trasladados a otros centros de internamiento de Italia, ya sea en Sicilia o en el continente. Porque, paradójicamente, pese a ser el lugar que más inmigrantes recibe, no hay ni uno solo por sus calles.
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