MARTÍN SANTIVÁÑEZ VIVANCO

Europa y la soledad de Latinoamérica

Diario de Navarra, MARTÍN SANTIVÁÑEZ VIVANCO ES DIRECTOR DEL CENTER FOR LATIN AMERICAN STUDIES DE LA FUNDACIÓN MAIESTAS, 21-06-2008

L O que no lograron en vida Bolívar y San Martín – unir el continente americano – lo ha conseguido la directiva de retorno de inmigrantes ilegales aprobada por el Parlamento Europeo. Latinoamérica, a una sola voz, se ha opuesto categóricamente a la norma europea alegando, no sin razón, las viejas relaciones de reciprocidad que permitieron asentarse a millones de europeos en la terra ignota de los mares del Sur.

Esta vez no se trata de una maniobra del astuto Correa o del maquiavélico Chávez. Tampoco de Lula, el ambivalente, o de Kirchner, la fashion. Hoy, todos, todos están de acuerdo. Un continente fracturado, que aprovecha cuanto foro existe para crear disensión y escándalo, ha reaccionado al unísono cuando se trata de los inmigrantes , eje indispensable de la economía regional. Criminalizarlos y deportarlos es tanto como cortar de cuajo el canal de divisas que ayudan a paliar la crisis económica y que se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en una de las mayores fuentes de ingreso para un puñado de economías flanqueadas por el espectro de la recesión mundial.

Al entregarse ciegamente a los imperativos del Consenso de Washington, Latinoamérica dilapidó su exiguo caudal de esperanza y se enemistó con los EE UU. Fracasadas las reformas neoliberales, la región entera renegó de los halcones norteamericanos y giró, oronda e insatisfecha, hacia la izquierda, en pos de la utopía radical o de una socialdemocracia más realista. Ya instalada en el populismo exacerbado de Chávez, Correa y Morales o en el progresismo atenuado de Lula, García y Bachelet, Latinoamérica asqueada de Estados Unidos y sus exabruptos imperiales se dedicó a flirtear con Europa en busca de prebendas comerciales y suculentos capitales. Incluso intentó imitar el paneuropeísmo, creando la Comunidad Sudamericana de Naciones (hoy Unión suramericana de Naciones) y apostando por la demagogia de las cumbres. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ya era patente que los guiños latinoamericanos no obtendrían contraprestación del viejo Continente. La historia norteamericana, una década después, vuelve a repetirse.

El continente de la esperanza o de lo poco que de ella queda se enfrenta a otros cien años de soledad. Huérfana de apoyos políticos en el nuevo orden, la región tiene que contemplar cómo la geopolítica se moviliza hacia otras tierras (Oriente Medio, Asia, etc.) desplazándola al papel de convidado de piedra. Sin embargo, si para el resto del mundo los latinoamericanos son menos importantes que los iraquíes, para España nunca ha de ser así. De los 27 países que aprobaron la directiva cainita, el nuestro será el que pague los platos rotos. ¿Qué le importa a Polonia, Grecia o Luxemburgo enemistarse con el lejano Occidente? España, por el contrario, es el socio comercial por antonomasia de la región. Las miradas adversas y las revanchas gratuitas colisionarán directamente con nuestros intereses. Con nuestras empresas y nuestro capital. La imagen de España, bastante deteriorada desde que el talante y la Alianza de Civilizaciones decidieran apoyar al chavismo y al totalitarismo castrista, se verá afectada, legitimándose, de paso, las incursiones estatistas contra el capital ibérico. Ojo por ojo, claman los antiguos aliados de Zapatero. Y no tardarán en pasar a la acción.

En efecto, Chávez, para variar, no ha tardado en arremeter contra la nueva directiva, blandiendo el arma del petróleo y amenazando con represalias sin fin. En el mismo sentido se han pronunciado otros campeones de la revolución latinoamericana Correa, Morales, Ortega empleando la demagogia más prosaica, encantados de tener en Europa un enemigo común que distrae a las masas de la crisis que su desgobierno genera. El carga montón contra el viejo continente no ha hecho sino empezar.

Al margen del apoyo que la directiva pueda generar en Europa, no es preciso ser Nostradamus para adivinar que esta estrategia generará odio, boicots y rencores insondables, justificando los arrebatos del populismo tropical que pretende acorralar al capital extranjero. ¿Habrá represalias? Por supuesto. Y no, precisamente, contra Bruselas. Uno apunta al que está más cerca. Y el capital español está allí, donde las papas queman.

Se trata, en suma, de otro error más de nuestra derecha cortoplacista los delincuentes de hoy, son los votantes del mañana incapaz de reaccionar de manera positiva ante un fenómeno que no por más leyes y restricciones desaparecerá. La inmigración tiene vida propia. Liquidarla con la bayoneta de la norma no es sensatez, es apresuramiento desbocado. La imagen que le hemos dado a 500 millones de latinoamericanos no es la de una sociedad tolerante, posmoderna, abierta y liberal. Europa ha encarnado, en una hora infame, al Gran Hermano temido del absolutismo y la mezquindad.

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