La crisis económica empuja a los inmigrantes del este a regresar a sus países
El Transilvania no asciende
Los ataques racistas se han multiplicado en Irlanda en paralelo al aumento de la inmigración
La Vanguardia, , 09-06-2008El Transilvania FC, un equipo de fútbol integrado en su totalidad por inmigrantes rumanos en Irlanda, aspiraba hasta hace poco a subir de categoría, pero ahora se conforma con poder reunir una plantilla suficiente para sacar once jugadores al campo. Con la desaceleración económica, la crisis crediticia y el estallido de la burbuja inmobiliaria, los inmigrantes de la Europa del Este han empezado a hacer las maletas y buscar nuevas fronteras allí donde hay trabajo.
“Muchos rumanos y polacos, blancos y mayoritariamente católicos, están regresando a sus países para aprovechar las oportunidades tras la entrada en la UE – dice Gwyneth Éinrí, del Centro de Estudios de la Inmigración de Galway-, otros se han ido a Londres para enrolarse en las obras olímpicas y a Noruega para la explotación del petróleo. Pero la cuestión es qué pasará cuando se supere la crisis, o si no es tan grave como pronostican los pesimistas. ¿Quién trabajará en la construcción? ¿Africanos y asiáticos?”.
Irlanda, en un caso parecido al de Catalunya, ha registrado en los últimos años uno de los incrementos de inmigración más grandes. En sólo una década, la cantidad de extranjeros se ha disparado del 1% al 12% del total (de los cinco millones de habitantes, más de 400.000 han nacido en otros países), con notables repercusiones sociales y económicas – pagan impuestos y generan riqueza- que en general son vistas como positivas, pero no así por el contingente xenófobo que existe en todas las comunidades, que les culpa del deterioro de los servicios públicos, el aumento de la delincuencia, la suciedad en las calles…
El bar Zagloba, en la Parnell Street de Dublín – un distrito lleno de casas de cambio y locutorios para llamar a Nigeria, Corea o China-, es el centro de reunión de la amplia comunidad polaca (unos 200.000 trabajadores). “Hasta hace unos meses nos encontrábamos aquí para reunirnos con compatriotas, buscar empleo o alojamiento. Ahora muchos vienen para despedirse de los amigos porque regresan a casa”, explica Kazik Anhalt, que tiene en la cara una cicatriz provocada por un navajazo que recibió hace seis años y atribuye a motivos racistas.
Este tipo de incidentes se han multiplicado en los últimos tiempos, paralelamente al incremento de la población extranjera. Dos polacos fueron asesinados recientemente en Clondalkin, un barrio de la capital, por unos chavales blancos que les clavaron un destornillador. “Si los irlandeses son racistas o no es uno de los temas más frecuentes de debate en nuestras reuniones – señala Filip Dorda, otro cliente habitual del Zagloba-. La mayoría trata bien a los extranjeros, pero los ataques e insultos están aumentando de manera alarmante, y numerosas empresas discriminan a los inmigrantes a la hora de contratar o los despiden porque no hablan inglés en la cantina”. El Gobierno, consciente del problema, ha creado un Ministerio de la Integración.
“Es real que han aumentado las agresiones xenófobas – dice el sociólogo Brian Dehenny-. Pero Irlanda, al contrario que otros países de la UE, no ha puesto restricciones a la llegada de rumanos y polacos, todos los principales partidos apoyan la inmigración y no existe ninguna formación de ultraderecha. Y un número creciente de inmigrantes europeos, africanos y asiáticos estudian gaélico para favorecer su integración”.
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