Pasaporte a la italiana
Las Provincias, , 25-05-2008Italia está que arde. La gente pega fuego a las basuras que se amontonan en Nápoles y en otras varias ciudades mete fuego, aunque sea de palabra, a la relación con los gitanos rumanos, considerados un problema serio, verdaderamente grave, para la seguridad de muchas ciudades.
Europa se inquieta al mismo ritmo que crece la verborrea del primer ministro Berlusconi. La vicepresidenta De la Vega, ese día presidenta del Gobierno en funciones, dijo que está contra la xenofobia y, a pesar de todos los buenos oficios diplomáticos posteriores, sus palabras, que no hablaban específicamente ni del país ni de su Gobierno, han sido mal interpretadas, decididamente irritantes. Es lo mismo: Italia ha desembocado en un proyecto de ley sustancial: el que puede hacer que sea un delito ser inmigrante sin papeles.
Berlusconi no es más radical, en esta materia, que el resto de los partidos italianos, incluidos los de izquierda; pero es mucho más estrepitoso. Aplica la misma política que Italia ya tenía en vigor hace ocho o diez años, la de inmigración cero, solo que lo hace a su aire, con bombo y platillo, declamatoriamente. El fragor de este último debate, con todo, ha logrado que lo que iba a ser un decreto – ley, se tramite de urgencia como proyecto de ley. Para hacer lo mismo que ha hecho España hace poco con el carné de conducir: convertir en delito lo que hasta la fecha era una falta administrativa.
El resultado práctico, por más que nuestra vicepresidenta no desee subrayarlo, es similar: un extranjero indocumentado que sea sorprendido conduciendo sin carné es ahora objeto de delito; y eso, si su señoría lo aprecia, puede determinar que ya hay razones para una expulsión… que es lo mismo que está proyectando hacer Italia.
Matices, diferencias, formas diversas de pregonar o disimular lo que se hace o se quiere hacer. En el seno de esta Europa tan difícil de coordinar, cuesta entender por qué hay normas tan dispares cuando en la práctica resulta imposible que lo que uno de los países decide no afecte de inmediato a los otros. ¿No vemos cómo se aprovechan todos esos resquicios?
Por eso se queja amargamente el Gobierno español. La brusquedad normativa, y sobre todo la verborrea de Berlusconi, puede poner en España contingentes insospechados de inmigrantes, un peligro del que ya están alertando Austria o Francia, por no abrir más el radio de acción.
Pero no puede haber en lo sustancial sensibilidades diversas. Si Europa es una sola frontera no puede tener modelos dispersos de inmigración. Todos deberían aplicar los mismos días de retención para averiguación del país de procedencia de los indocumentados que ocultan su nacionalidad. De modo que lo que Italia está haciendo es, en efecto, muy grave: sobre todo porque puede demostrar a los países más ensimismados de una Europa incauta que es necesario hacer lo que ella está haciendo de forma global.
En este interesante y negro 2008 se hace ya evidente, de semana en semana, que asistimos a tres crisis – financiera, alimentaria y energética – – que se superponen de forma perversa. Y Europa es el único continente que no parece estar tomando medida alguna de prevención, sino que ahonda su generosidad, abre más y más su cartera, baja de día en día sus defensas y se disfraza de oenegé dispuesta a aplicar solo internamente el rigor que disculpa a los foráneos.
¿Gobernaremos para mantener nuestro bienestar o también para salvar el mundo? ¿Atienden los gobiernos a las mayorías o dan prioridad a las minorías? El modelo agrícola europeo, por poner solo un ejemplo, parece ya un manual de bobaliconería en tiempos en que los precios suben porque otros países más previsores andan haciendo acopio de recursos en sus graneros.
Saber cuántos somos a la mesa y qué vamos a comer hoy parece algo primordial en las familias bien organizadas.
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