Desde Dentro Ricardo Peytaví
Pateras infantiles
El Día, 21-05-2008UNA vez le oí a un periodista, durante una conferencia
multitudinaria, que viajar es la primera obligación de quien desee alcanzar no
ya la maestría, sino al menos cierta solvencia en este oficio. Aquel tipo – sobra
decir su nombre – era, y sigue siendo, un periodista que embobaba a las alumnas
de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense cuando lo
invitaban para que hablara sobre algún tema. A los alumnos también los dejaba
maravillados, aunque por otros motivos; siempre le reconocí bastante capacidad
para despertar, en cualquiera que lo escuchase, esos sueños irrealizables que a
veces llamamos ilusiones.
Al echar la vista atrás, algunos años después, caigo en la
cuenta de que no he hecho ni mucho ni poco caso de aquella recomendación. He
viajado lo que he podido, aunque bastante menos de lo que me hubiese gustado. No
en viajes oficiales – lo repito una vez más porque el asunto es lacerante – , sino
por cuenta propia. En viajes oficiales, conviene recordarlo, como el que
preparan jubilosos algunos diputados del Parlamento de Canarias, los cuales, no
contentos con la desfachatez de subirse los sueldos cuando el Gobierno
autonómico anuncia 200.000 parados en las Islas al final de este año, se
disponen a cometer la felonía de respaldar a la última dictadura que queda en
América. Viaje al que probablemente invitarán a varios gacetilleros que,
agradecidos con la prebenda de ser incluidos en la expedición, nos obsequiarán
con nutridas informaciones sobre la importancia que poseen estas
confraternizaciones para la democratización de Cuba y bienestar del pueblo
cubano. Naturalmente, esos mismos informadores amables podrían cometer el
atrevimiento de escaparse, al menos durante un par de horas, de la comitiva
oficial y ver lo que ocurre realmente en ese país. “Por favor, dile a la gente
de tu Gobierno que no nos visite tanto”, me pidió una vez la directora de una
escuela de Diez de Octubre, populoso distrito habanero. “Cada vez que viene
alguien, se llevan los pupitres que están mejor en cada aula y los ponen en las
que van a ser visitadas. Con el trajín de ida y vuelta, tenemos a muchos niños
dos o tres días sentados en el suelo”. Excelencias del castrismo extensibles a
los hospitales, donde el “adecentamiento” de los centros sanitarios
seleccionados para la visita supone que algunos enfermos, internados en los no
tan agraciados, duerman también esos dos o tres días con el colchón en el
suelo.
Asimismo les sugiero a los colegas más comprometidos de
este oficio que se den una vuelta por África. Pero por el continente real, no el
oficial. Que den una vuelta por las aldeas de Marruecos, Mauritania, Senegal,
etcétera, y descubran, sin necesidad de que nadie se lo explique, cuánto vale la
vida de un niño. O, prescindiendo del fariseo eufemismo de quienes van de
impolutos y prestos a rasgarse las vestiduras ante la indolencia de Occidente,
cuál es el amor hacia sus hijos de unos padres que los suben a una patera para
tener un anclaje en el primer mundo, si es que llegan a él, y aspirar a una
futura reagrupación familiar. Aunque también se pueden ahorrar el periplo. La
llegada a Lanzarote de una barca, en la que 19 de sus 27 ocupantes son menores,
resulta un hecho elocuente en sí mismo.
rpeyt@yahoo.es
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